MAYO 25
DÍA DE LA PATRIA
Amada
Madre; cuida de la Patria, para que los argentinos vivamos en “Paz, Democracia
y Libertad”
Perla
Homilía:
monseñor poli
«Invocando
la protección de Dios, fuente de toda razón y justicia»
En un nuevo aniversario de la Patria, nos congregamos para
dar gracias a Dios e invocamos su protección en esta hora de la Nación Argentina. Lo haremos con la ceremonia del Té Deum.
En
varios pasajes de los Evangelios, existen muchos encuentros de Jesús con
hombres y mujeres de su tiempo como el que acabamos de proclamar: ocurrió
cuando el Señor y sus discípulos se dirigían a Jerusalén, donde debía cumplirse
todo lo que anunciaron los profetas acerca de Él (cfr. Lc 18,31b). En el
camino, entran a la milenaria ciudad de Jericó, y como la fama de Jesús corría
delante de Él, no tardó en verse rodeado por una multitud: querían conocerlo y
escuchar su palabra, pues «todos estaban asombrados de su enseñanza, porque
hablaba con autoridad» (Lc 4,32). Los gritos y aclamaciones de la gente no
impidieron que el Señor reparase en una persona subida a un árbol, y a él se
dirigió: «Zaqueo baja pronto porque hoy tengo que alojarme en tu casa» (Lc 19,5).
El personaje aparece por única vez en los Evangelios y San
Lucas lo presenta como un hombre muy rico y jefe de los publicanos, lo cual
significaba un alto cargo entre los recaudadores de impuestos al servicio de
los romanos, que en ese tiempo habían invadido Judea, convirtiéndola en una
provincia del Imperio. Cuando Jesús se invita a la casa de Zaqueo, la gente
murmura con razón, porque era un oficio despreciable, pues el dinero que
recaudaban de sus conciudadanos iba a parar a las arcas romanas, no sin retener
una buena parte de los impuestos, de modo que se enriquecían notablemente. Sin
sentimientos religiosos, los publicanos eran indiferentes al patriotismo de sus
conciudadanos que luchaban por obtener la libertad de su pueblo humillado;
estas y otras actitudes les valieron el desprecio popular y eran considerados
grandes pecadores. Pero todo eso no detuvo al Señor, quien superando los
prejuicios humanos, fue en busca del hombre. Jesús entra en la casa del
publicano porque allí hay algo que salvar. Es decir, no porque ahí se
practiquen las buenas obras y haya que recompensarlas, sino porque «también
este hombre es un hijo de Abraham» (Lc 19, 8) y por lo tanto no está excluido
de la fidelidad y del amor de Dios.
Lo que llama la atención en el texto es que apenas entra
el Señor, el dueño de casa manifiesta una singular sensibilidad por los pobres
con quienes compartía la mitad de sus bienes. No había aislado su conciencia y
tenía claro que su oficio generaba excesos y era causa de injusticias, y eso lo
llevaba a reparar los perjuicios cometidos dando cuatro veces más a los
damnificados. Zaqueo sabía que tenía muy mala fama entre la gente a pesar de
ser una persona honesta. El encuentro personal con Jesús hizo que su deseo
profundo de «ver quién era» se cumpliera muy por encima de sus expectativas.
Pero ¿qué nos dice este encuentro hoy? Aquel cobrador de
impuestos parecía tenerlo todo, pero al recibir la inesperada visita de Jesús
le dio un nuevo horizonte a sus días. El evangelista San Lucas nos da una
advertencia con este ejemplo: la indiferencia y el egoísmo de los ricos frente
a la miseria de los pobres no pasan inadvertidos a los ojos del Dios que sí «se
acuerda de los pobres y no olvida su clamor» (Salmo 9,13). El caso de Zaqueo
nos muestra que siempre hay un camino de redención si abrimos la mano para
compartir lo que la vida nos ha dado, cuánto más sin con ello reparamos las
injusticias cometidas. Hay muchas personas que desean subirse al árbol de su
vida para ver quién es el Dios de la vida que pasa y siempre se deja encontrar.
Dios está nombrado en el Preámbulo de la Constitución
Nacional, pero nos olvidamos que además existe y está siempre dispuesto a
escucharnos cuando lo invocamos y a protegernos cuando lo necesitamos. Pero
pareciera que lo dejamos al margen de nuestras decisiones, confiamos solo en
nuestra capacidad, en las estrategias, en las ecuaciones sin que dominemos
todas las variables, y aun nos afirmamos en nuestra corta experiencia, sin
tener en cuenta la memoria histórica del país que también tiene algo que
enseñarnos en las horas de prueba. La sabiduría bíblica nos recuerda: «Fíjense
el Preámbulo de la Constitución Nacional Argentina. En las generaciones pasadas
y vean: ¿Quién confió en el Señor y quedó defraudado? ¿Quién perseveró en su
temor y fue abandonado? ¿Quién lo invocó y no fue tenido en cuenta?»
(Eclesiástico 2,10). Si hoy celebramos un nuevo aniversario de la Revolución de
Mayo, es porque en la trama de nuestra historia, nuestros próceres y el mismo
pueblo nos demostraron que Dios Padre acompañó el camino, tanto en los momentos
de gloria como el que conmemoramos, pero también en los tiempos de crisis y
desencuentros entre los argentinos.
Un sabio estudioso del pasado de la humanidad aseguraba
que en la historia no dominan las fuerzas económicas, sino las espirituales2. Y
yo humildemente adhiero a ese pensamiento. De no ser así nos costará mucho
explicar cómo, durante más de doscientos años, nuestro pueblo atravesó con
paciencia y virtud laboriosa los momentos oscuros: viviendo, conviviendo y no
pocas veces sobreviviendo a sostenidos períodos de confusión, a la carencia de
medios básicos y al flagelo de la desocupación, dando lugar a los inhumanos y
humillantes rostros de la indigencia, paradójicamente, en una tierra rica en
recursos naturales. Este pueblo que todo lo toleró sin perder la esperanza de
un mañana mejor, confiando en una justicia distributiva largamente anhelada. Su
lección nos alienta a pensar que nuestra Nación siempre tiene destino.
Nuestra historia nos enseña que hay un Dios de la Vida que
nos acompaña en el camino y no abandona, y por eso siempre habrá futuro para la
Argentina si confiamos en Él y también si levantamos la barrera de la
desconfianza entre nosotros, para que toda iniciativa en «promover el bienestar
general» de los ciudadanos, la emprendamos, al decir de san Ignacio de Loyola,
«como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios».
Ahora bien, los cambios sociales y culturales se dan en procesos que demandan
tiempo que nos trascienden; se extienden más allá de los períodos de un
gobierno y hasta superan a generaciones. Debemos desconfiar de los logros
instantáneos y recetas prometeicas; si algo hemos aprendido de nuestro
derrotero, debemos acostumbrarnos a decir: si comenzamos hoy, dentro de 10, 15
o 20 años se verán los frutos. El tiempo no lo podemos someter, pero sí está en
nuestras manos perseverar unidos en los objetivos por el bien común. Mientras
dura ese proceso, el primer deber del Estado es cuidar la vida de sus
habitantes, especialmente de los débiles, los pequeños, los pobres y
marginados, los enfermos y los ancianos abandonados, porque son los más pobres
de los pobres. Cuidar la vida de punta a punta de la existencia es querer ser
Nación.
El Dios que confesamos en la Constitución es el Creador y
remunerador de toda obra buena que hacemos al semejante. Eso nos recuerda que
en la Argentina bicentenaria, no sobra nadie, todos son necesarios e
importantes, por lo que ninguna persona debe ser excluida de la fiesta de la
vida, hasta el más humilde y olvidado de la Patria profunda. El magisterio del
Papa Francisco nos anima a que «la defensa del inocente que no ha nacido, por
ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque allí está en juego la
dignidad de la vida humana, siempre sagrada, y lo exige el amor a cada persona
más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que
ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la
trata de personas, la eutanasia encubierta en los enfermos y ancianos privados
de atención, las nuevas formas de esclavitud, y en toda forma de descarte»3.
Honrando los gestos de grandeza de los padres de la Patria, quienes pensando en
nosotros, nos legaron el honor de ser argentinos, decimos que: Vale Toda Vida,
y ante el bello e inefable don de la concepción, si la propuesta es optar por
una u otra, en esta bendita tierra austral, apostamos decididamente a que vivan
las dos. Para Dios no hay excluidos.
Padre nuestro, Padre de todos: te damos gracias porque en
los 208 años de nuestro camino como Nación libre y soberana no nos soltaste de
la mano. No sabemos si lo merecemos, pero igual, hoy, conociendo tu
misericordia y clemencia, te decimos: «Señor de la historia, te necesitamos…». XMario
Aurelio Cardenal Poli
Contemplación:
A la Santísima Trinidad, imploramos proteja a esta Nación.
Para que podamos conducirnos, con la verdad y la justicia.
Rogamos ilumine a los que conducen la Patria,y que
los ciudadanos sepamos mirar y unirnos en el amor que el
Señor Jesucristo nos enseña,y que es permanecer; sin odios, sin violencias
"EN PAZ".
La Palabra de Dios debe estar presente en todo momento junto a las almas,
justas, que oramos pidiendo el respeto por la persona y la vida humana
trabajando por derechos y obligaciones, crecer en la unidad haciendo que desaparezca definitivamente el enfrentamiento entre hermanos.
Y que ese lema que levantaron; este vigente, siempre.
Nunca mas al odio y la violencia entre hermanos, no permitamos mas separación
y ruptura que de una vez por todas cumplamos los sueños de nuestros Próceres a quienes le debemos la Patria y la libertad, aprender con humildad como lo fueron ellos: tanto los gobernante y como gobernados." ser una gran familia, una gran Nación."
Pidamos ser como lo dice el Santo Padre Francisco puente de dialogo y unidad.
Que así sea
Perla
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