CONMEMORACIÓN DE LA ENTRADA DEL SEÑOR
EN JERUSALÉN
En este día la Iglesia recuerda la entrada de Cristo, el Señor, en
Jerusalén para consumar su misterio pascual. Por esa razón, en todas las misas
se hace memoria de esta entrada del Señor: por la procesión o entrada solemne
antes de la Misa principal, o por la entrada simple antes de las restantes
misas.
EL DOMINGO DE RAMOS
La liturgia de este día expresa por medio de dos ceremonias, una de
alegría y otra de tristeza, los dos aspectos del misterio de la Cruz.
Se trata primero de la bendición y procesión de las Palmas en que todo
respira un santo júbilo, el cual nos permite, aún después de veinte siglos,
revivir la escena grandiosa de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
Luego viene la Misa, cuyos cantos y lecturas se relacionan
exclusivamente con el doloroso recuerdo de la Pasión del Salvador.
BENDICIÓN DE LOS RAMOS Y PROCESIÓN.
En Jerusalén, y en el siglo IV, se leía en este domingo, y en el lugar
mismo en que se realizó, el relato evangélico que nos pinta a Cristo aclamado
por las turbas como rey de Israel, y tomando posesión de la capital de su
reino. Y, en efecto, Jerusalén era imagen del reino de la Jerusalén celestial.
Luego, el obispo cabalgando sobre un jumento, iba desde la cima del
Monte de los Olivos hasta la Iglesia de la Resurrección, rodeado de la
muchedumbre que llevaba en la mano ramos y cantaba himnos y antífonas.
Semejante ceremonia iba precedida de la lectura del paso del Éxodo,
relativo a la salida de Egipto. El pueblo de Dios, acampado a la sombra de las
palmeras, junto a las doce fuentes en que Moisés les prometió el maná, era
figura del pueblo cristiano que corta ramas de palmeras y manifiesta que su
Rey, Jesús, viene a liberar las almas del pecado y a conducirlas a las fuentes
bautismales para alimentarlas después con el Maná eucarístico.
La iglesia romana, al adoptar uso tan bello hacia el siglo IX, añadió
los ritos de la bendición de los Ramos. En esa bendición, la Iglesia implora
sobre «los que moran en las habitaciones en que se guardan, la salud del alma y
cuerpo».
Este cortejo de cristianos que, con palmas en la mano y entonando
triunfantes hosannas, aclama todos los años en el mundo entero y a través de
todas las generaciones la realeza de Cristo.
"Viendo por la fe ese hecho y su significación roguemos al Señor
que, lo que aquél pueblo hizo exteriormente, nosotros lo cumplamos también
espiritualmente, ganando la victoria sobre el demonio".
Conservemos religiosamente en nuestras casas uno de los ramos
bendecidos. Este sacramental nos alcanzará gracias, por virtud de la oración de
la Iglesia, y afianzará nuestra fe en Jesús vencedor del pecado y de la muerte.
MARZO 26 - MARZO 31
Lunes Santo, Marzo 26
“Pelea, Señor, contra los que me atacan, guerrea contra los que me hacen
guerra; empuña el escudo y la adarga, levántate y ven en mi auxilio, Señor
Dios, mi fuerte salvador." (Antífona de Entrada, Sal 34, 1-2, Sal 139, 8)
Oración
Dios todopoderoso, mira la fragilidad de nuestra naturaleza, y, con la
fuerza de la pasión de tu Hijo, levanta nuestra débil esperanza. Por Nuestro
Señor Jesucristo.
Martes Santo, Marzo 27
"No me entregues a la saña de mi adversario, porque, se levantan contra
mí testigos falsos, que respiran violencia." (Antifona de Entrada, Sal 26,
12)
Oración
Dios todopoderoso y eterno, concédenos participar tan vivamente en las
celebraciones de la pasión del Señor, que alcancemos tu perdón. Por Nuestro
Señor Jesucristo.
Miércoles Santo, Marzo 28
"Al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la
tierra, en el abismo- , porque el Señor se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte y una muerte de cruz; por eso Jesucristo es Señor, para gloria de Dios
Padre." (Antífona de Entrada, Flp 2, 10. 8. 11)
Oración
Oh Dios, que, para librarnos del poder del enemigo; quisiste que tu Hijo
muriera en la cruz; concédenos alcanzar la gracia de la resurrección. Por
Nuestro Señor Jesucristo.
La liturgia del Jueves Santo está toda embebida en el recuerdo de la
Redención. La función antiguamente de tres misas: La primera, en que se
reconciliaban a los públicos penitentes, la segunda, en la cual se consagraban
los Santos Óleos, y la tercera, para conmemorar muy especialmente la
institución de la Sagrada Eucaristía en la Última Cena.
La Iglesia, celebra en la Eucaristía durante el curso del año los todos
los misterios de la vida de Jesús, se apega hoy al recuerdo de la institución
misma de este Sacramento inefable y del Sacerdocio Católico.
Esta misa realiza de un modo muy especial la orden dada por Jesús a sus
sacerdotes de renovar la Última Cena en que Jesús, en los momentos mismos en
que tramaban su muerte, instituyó el misterio de perpetuar entre nosotros su
presencia. Por eso la Iglesia, suspendiendo un instante su duelo, celebra el
Santo Sacrificio en este día con santo júbilo, reviste a sus ministros con
ornamentos blancos y festivos, y canta el Gloria como a vuelo de campanas, las
cuales enmudecerán hasta la Vigilia Pascual.
En la Epístola nos dice el Apóstol que la Misa es el "Memorial de
la muerte de Jesús". Era necesario el sacrificio del altar para que
pudiésemos comulgar la Víctima del Calvario y aplicarnos sus méritos. Y así la
Eucaristía, que toma todo su valor del sacrificio de la cruz, comunica a su vez
una universalidad de tiempo y de lugares. El mismo Salvador se encarga de hacer
las abluciones prescritas por los judíos en el curso del festín (Ev),
mostrándose con ello cuál es la pureza y la caridad que Dios exige a los que
quieren comulgar, para no exponerse como Judas a ser reos del Cuerpo y Sangre
del Señor (Ep).
Participemos todos hoy de este Ágape, de este festín de la Caridad. Ésa
es la intención de nuestra Santa Madre Iglesia.
No dejemos de ir a recibir en este Jueves Santo la Sagrada Víctima que
se inmola en el altar, y así cumpliremos santamente con nuestro deber;
precisamente en este día se nos recuerdan los todos los detalles de la
institución del Sacerdocio y del Sacrificio Eucarístico.
El Viernes Santo es un día de duelo, el mayor de todos. Cristo muere. El
dominio de la muerte, consecuencia del pecado, sobre todas nuestras vidas
humanas alcanza incluso al jefe de la humanidad, el Hijo de Dios hecho hombre.
Pero, como todos los cristianos saben, esta muerte que Jesús ha
compartido con nosotros y que fue tan atroz para él, respondía a los designios
de Dios sobre la salvación del mundo y aceptada por el Hijo para nuestra
redención. Desde entonces la cruz de Cristo es la gloria de los cristianos.
"Para nosotros toda nuestra gloria está en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo" y, hoy, lo repite la Iglesia y presenta la misma cruz para
nuestra adoración: "He aquí el madero de la cruz, del cual pendió la salvación
del mundo". Por ello, el Viernes Santo es al mismo tiempo que un día de
luto, el día que ha devuelto la esperanza a los hombres; él nos lleva a la
alegría de la resurrección.
La acción litúrgica con que la Iglesia celebra, por la tarde, la
redención del mundo, debería ser amada de todos los cristianos. En este día, el
recuerdo solemne de la Pasión, las grandes oraciones en que la Iglesia ora
confiada por la salvación de todos los hombres, la adoración de la cruz y el
canto de los improperios son algo más que ritos emocionantes; es la oración y
el hacinamiento de gracias de los rescatados que, en comunidad, adquieren
conciencia ante Dios de todo lo que el misterio de la cruz representa para
ellos.
Durante el día del sábado, como una viuda, la Iglesia llora la muerte de
su Esposo.
La Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor., meditando su pasión y
muerte y aquél "descenso a los infiernos" – al lugar de los muertos –
que confesamos en el Credo y que prolonga la humillación de la cruz, manifestando
el realismo de la muerte de Jesús, cuya alma conoció en verdad la separación
del cuerpo y se unió a las restantes almas de los justos. Pero el descenso al
reino de muerte es también el primer movimiento de la victoria de Cristo sobre
la misma.
Hoy no se celebra sacrificio de la Misa ni se recibe comunión – a no ser
el caso de viático -, aunque se reza la liturgia de las Horas. El altar
permanece por todo ello desnudo hasta que, después de la solemne Vigilia o
expectación nocturna de la Resurrección, se inauguren los gozos de la Pascua,
cuya exuberancia inundará los cincuenta días pasados.
Cristo verdaderamente resucitó de la muerte, ganando para nosotros nueva
vida. (Secuencia del Domingo de Resurrección)
Reflexión
En el Domingo de Resurrección, la Iglesia contempla a Cristo resucitado.
Así revive la experiencia primordial en que descansa la base de su existencia.
Ella experimenta la misma maravilla que María Magdalena y las otras mujeres que
fueron a la tumba de Cristo en la mañana de Pascua y la encontraron vacía. Esa
tumba llegó a ser la matriz de la vida. Quienquiera que había condenado a
Jesús, creyó que El había enterrado su causa bajo una lápida helada. Los mismos
discípulos experimentaron el sentimiento del fracaso irreparable. Entendemos su
sorpresa, entonces, e incluso su desconfianza ante las noticias de la tumba
vacía. Pero el Resucitado no demoró en dejarse ver El mismo y ellos se
rindieron a la realidad. ¡Ellos vieron y creyeron! Dos mil años más tarde,
nosotros sentimos todavía la emoción indecible que los venció cuando ellos
oyeron el saludo del Maestro: "la Paz esté con ustedes..." La
Resurrección de Cristo es la fuerza, el secreto de la Cristiandad. No es una
pregunta de la mitología ni de mero simbolismo, si no un acontecimiento
concreto. Es confirmado por pruebas seguras y convincentes. La aceptación de
esta verdad, aunque es fruto de la gracia de Espíritu Santo, descansa al mismo
tiempo en una base histórica sólida. En el umbral del tercer milenio, el nuevo
esfuerzo por la evangelización puede empezar sólo de una experiencia renovada
de este Misterio, aceptado en la fe y presenciado en la vida. ... Papa Juan
Pablo II
Actos
La Misa deberá ser celebrada en el Día de Pascua con gran solemnidad. Es
apropiado que el rito penitencial en este día se acompañe con rocío de agua
bendita en la Vigilia, durante la cual se debe cantar la antífona del Vidi
Aquam, o alguna otra canción de carácter bautismal. Las fuentes en la entrada
de la iglesia deben llenarse también con la misma agua. La tradición de
celebrar Vísperas bautismales en el Día de Pascua cantando salmos durante la
procesión a la fuente se debe mantener donde está todavía vigente, o ser
reestablecida debidamente. El Cirio Pascual tiene su lugar apropiado cerca del
púlpito o en el altar y debe ser encendida por lo menos en todas las
celebraciones litúrgicas más solemnes de la temporada hasta el domingo de
Pentecostés, lo mismo en Misa que en la oración Matutina y Nocturna. Después
del tiempo de Pascua el Cirio se debe guardar con respeto en el baptisterio,
así que en la celebración del Bautismo la vela del bautizado pueda ser
encendida de él. En la celebración de funerales, el Cirio Pascual debe estar
cerca del ataúd para indicar que la muerte de un cristiano es su propia Pascua.
El Cirio Pascual no debe encenderse ni colocarse en el santuario fuera de la
temporada de Pascua.
Oración
Dios nuestro Padre, creador de todo, hoy es el día de la alegría de
Pascua. Esta es la mañana en que el Señor apareció a los hombres que habían
comenzado a perder su esperanza y abrieron sus ojos a lo que las escrituras
predijeron: que primero El debió morir, y entonces El resucitaría y subiría en
la presencia gloriosa del Padre. Que el Señor resucitado inspire a nuestras
mentes y abra nuestros ojos para que lo podamos reconocer en la fracción del
pan, y seguirlo en su Resurrección. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amen.
Contemplaciòn:
Mira amado Señor; esta es la Cruz que venero, un día fui en busca de mi cruz, para adorar y contemplar tu infinito amor; camine mucho y no encontraba entre tantas cruces la mía.
Condujiste mis pasos, hasta allí con las hermanas del Divino Maestro; encontré esta imagen. mi alma tembló de emoción, era la Cruz que debía contemplar.
Reconocer cada milímetro de tu Sagrado Cuerpo, de tus dolientes llagas producidas, por mis miserias
Y los pecados del mundo.
Postrada te entregue mis padecimientos físicos del corazón y alma, mis lágrimas querían lavar tus amados pies clavados con tanta crueldad, necesitaba de tu perdón no solo para mi, sino para todo este mundo que te continúa crucificando; mundo sin conciencia de tanto mal los que te hiere, por ignorancia y maldad,han convirtiendo a la tierra en cultura de muerte implantando ideologías que se alejan de Dios y su creación; ignorando su Ley y Verdad; decidiendo sobre la vida humana quien debe vivir o quién debe morir; enfrentando el orden establecido por Dios Padre: nuestro Creador.
Son los dioses de barro que continúan transgrediendo y ofendiendo al quien nos da la vida, misericordia y amor
Vemos muerte y violencia;muerte injustas de inocentes que no pueden defenderse, muerte de hombres y mujeres que no quieren renunciar a su fe, prefieren perder la vida delante de sus verdugos antes que renunciar a Ti.
Vemos muerte y violencia;muerte injustas de inocentes que no pueden defenderse, muerte de hombres y mujeres que no quieren renunciar a su fe, prefieren perder la vida delante de sus verdugos antes que renunciar a Ti.
Amado Señor beso tus Santa llagas y me arrepiento de mis pecados. levántame si caigo y ten piedad de mi,
Amèn
Perla
Prensa
SEMANA SANTA:
PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
ORACIÓN INICIAL
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del grano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24). Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos nuestra vida.
Mediante este ir contigo en el Vía Crucis quieres guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad. La Cruz
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor Jesucristo, has aceptado por nosotros correr la suerte del grano de trigo que cae en tierra y muere para producir mucho fruto (Jn 12, 24). Nos invitas a seguirte cuando dices: «El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna» (Jn 12, 25). Sin embargo, nosotros nos aferramos a nuestra vida. No queremos abandonarla, sino guardarla para nosotros mismos. Queremos poseerla, no ofrecerla. Tú te adelantas y nos muestras que sólo entregándola salvamos nuestra vida.
Mediante este ir contigo en el Vía Crucis quieres guiarnos hacia el proceso del grano de trigo, hacia el camino que conduce a la eternidad. La Cruz
ˆla entrega de nosotros mismosˆ nos pesa mucho. Pero en tu Vía Crucis tú has cargado también con mi cruz, y no lo has hecho en un momento ya pasado, porque tu amor es por mi vida de hoy. La llevas hoy conmigo y por mí y, de una manera admirable, quieres que ahora yo, como entonces Simón de Cirene, lleve contigo tu Cruz y que, acompañándote, me ponga contigo al servicio de la redención del mundo.
Ayúdame para que mi vía crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción.
Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre tus huellas. Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, a los violentos que continúan persiguiéndote en los cristianos mártires de hoy, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece.
Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos, antes que renunciar a nuestra fe.
Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el perder la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10).
Ayúdame para que mi vía crucis sea algo más que un momentáneo sentimiento de devoción.
Ayúdanos a acompañarte no sólo con nobles pensamientos, sino a recorrer tu camino con el corazón, más aún, con los pasos concretos de nuestra vida cotidiana. Que nos encaminemos con todo nuestro ser por la vía de la cruz y sigamos siempre tus huellas. Líbranos del temor a la cruz, del miedo a las burlas de los demás, a los violentos que continúan persiguiéndote en los cristianos mártires de hoy, del miedo a que se nos pueda escapar nuestra vida si no aprovechamos con afán todo lo que nos ofrece.
Ayúdanos a desenmascarar las tentaciones que prometen vida, pero cuyos resultados, al final, sólo nos dejan vacíos y frustrados. Que en vez de querer apoderarnos de la vida, la entreguemos, antes que renunciar a nuestra fe.
Ayúdanos, al acompañarte en este itinerario del grano de trigo, a encontrar, en el perder la vida», la vía del amor, la vía que verdaderamente nos da la vida, y vida en abundancia (Jn 10, 10).
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús es condenado a muerte
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 22-23.26
Pilato les preguntó: «¿y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?» Contestaron todos: «¡que lo crucifiquen!» Pilatos insistió:«pues ¿qué mal ha hecho?» Pero ellos gritaban más fuerte: «¡que lo crucifiquen!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
MEDITACIÓN
El Juez del mundo, que un día volverá a juzgarnos, está allí, humillado, deshonrado e indefenso delante del juez terreno. Pilatos sabe que este condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al derecho. También los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús saben quien es. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (Hch 2, 37),es cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros [...], lo matasteis en una cruz...» (Hch 2, 22 ss).la conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre. La indecisión, la falta de respeto humano dan fuerza al mal.
ORACIÓN
Señor, has sido condenado a muerte porque el miedo al «qué dirán» ha sofocado la voz de la conciencia. Sucede siempre así a lo largo de la historia; los inocentes son maltratados, condenados y asesinados. Cuántas veces hemos preferido también nosotros el éxito a la verdad, nuestra reputación a la justicia. Da fuerza en nuestra vida a la sutil voz de la conciencia, a tu voz. Mírame como lo hiciste con Pedro después de la negación. Que tu mirada penetre en nuestras almas y nos indique el camino en nuestra vida. El día de Pentecostés has conmovido en corazón e infundido el don de la conversión a los que el Viernes Santo gritaron contra ti. De este modo nos has dado esperanza a todos. Danos también a nosotros de nuevo la gracia de la conversión.
SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús con la cruz a cuestas
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 27-31
Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, Rey de los judíos!». Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella en la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
MEDITACIÓN
Jesús, condenado por declararse rey, es escarnecido, pero precisamente en la burla emerge cruelmente la verdad. ¡Cuántas veces los signos de poder ostentados por los poderosos de este mundo son un insulto a la verdad, a la justicia y a la dignidad del hombre! Cuántas veces sus ceremonias y sus palabras grandilocuentes, en realidad, no son más que mentiras una caricatura de la tarea a la que se deben responder, el de ponerse al servicio del bien. Jesús, precisamente por ser escarnecido y llevar la corona del sufrimiento, es el verdadero rey. Su cetro es la justicia (Sal 44, 7). El precio de la justicia es el sufrimiento en este mundo: él, el verdadero rey, no reina por medio de la violencia, sino a través del amor que sufre por nosotros y con nosotros. Lleva sobre sí la cruz, nuestra cruz, el peso de ser hombres, el peso del mundo. Así es como nos precede y nos muestra cómo encontrar el camino para la vida eterna.
ORACIÓN
Señor, te has dejado escarnecer y ultrajar. Ayúdanos a no unirnos a los que se burlan de quienes sufren o son débiles. Ayúdanos a reconocer tu rostro en los humillados y marginados. Ayúdanos a no desanimarnos ante las burlas del mundo cuando se ridiculiza la obediencia a tu voluntad. Tú has llevado la cruz y nos has invitado a seguirte por ese camino (Mt 10, 38). Danos fuerza para aceptar la cruz, sin rechazarla; para no lamentarnos ni dejar que nuestros corazones se abatan ante las dificultades de la vida. Anímalos a recorrer el camino del amor y, aceptando sus exigencias, alcanzar la verdadera alegría.
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 4-6
Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable vino sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes.
MEDITACIÓN
El hombre ha caído y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura de sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador. ¿No es acaso la imagen por excelencia del hombre la de aquel que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio muerto, sangrando al borde del camino? Jesús que cae bajo la cruz no es sólo un hombre extenuado por la flagelación. El episodio resalta algo más profundo, como dice Pablo en la carta a los Filipenses: «Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8). En su caída bajo el peso de la cruz aparece todo el itinerario de Jesús: su humillación voluntaria para liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez la naturaleza de nuestro orgullo: la soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos. La humillación de Jesús es la superación de nuestra soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce. Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso afán de autonomía y aprendamos de Él, del que se ha humillado, a encontrar nuestra verdadera grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.
El hombre ha caído y cae siempre de nuevo: cuántas veces se convierte en una caricatura de sí mismo y, en vez de ser imagen de Dios, ridiculiza al Creador. ¿No es acaso la imagen por excelencia del hombre la de aquel que, bajando de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de los salteadores que lo despojaron dejándolo medio muerto, sangrando al borde del camino? Jesús que cae bajo la cruz no es sólo un hombre extenuado por la flagelación. El episodio resalta algo más profundo, como dice Pablo en la carta a los Filipenses: «Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz» (Flp 2, 6-8). En su caída bajo el peso de la cruz aparece todo el itinerario de Jesús: su humillación voluntaria para liberarnos de nuestro orgullo. Subraya a la vez la naturaleza de nuestro orgullo: la soberbia que nos induce a querer emanciparnos de Dios, a ser sólo nosotros mismos, sin necesidad del amor eterno y aspirando a ser los únicos artífices de nuestra vida. En esta rebelión contra la verdad, en este intento de hacernos dioses, nuestros propios creadores y jueces, nos hundimos y terminamos por autodestruirnos. La humillación de Jesús es la superación de nuestra soberbia: con su humillación nos ensalza. Dejemos que nos ensalce. Despojémonos de nuestra autosuficiencia, de nuestro engañoso afán de autonomía y aprendamos de Él, del que se ha humillado, a encontrar nuestra verdadera grandeza, humillándonos y dirigiéndonos hacia Dios y los hermanos oprimidos.
ORACIÓN
Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado. Has querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.
CUARTA ESTACIÓN
Señor Jesús, el peso de la cruz te ha hecho caer. El peso de nuestro pecado, el peso de nuestra soberbia, te derriba. Pero tu caída no es signo de un destino adverso, no es la pura y simple debilidad de quien es despreciado. Has querido venir a socorrernos porque a causa de nuestra soberbia yacemos en tierra. La soberbia de pensar que podemos forjarnos a nosotros mismos lleva a transformar al hombre en una especie de mercancía, que puede ser comprada y vendida, una reserva de material para nuestros experimentos, con los cuales esperamos superar por nosotros mismos la muerte, mientras que, en realidad, no hacemos más que mancillar cada vez más profundamente la dignidad humana. Señor, ayúdanos porque hemos caído. Ayúdanos a renunciar a nuestra soberbia destructiva y, aprendiendo de tu humildad, a levantarnos de nuevo.
CUARTA ESTACIÓN
Jesús se encuentra con su Madre
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Lucas 2, 34-35.51
Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: «Mira, éste está puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma». Su madre conservaba todo esto en su corazón.
MEDITACIÓN
En el Vía crucis de Jesús está también María, su Madre. Durante su vida pública debía retirarse para dejar que naciera la nueva familia de Jesús, la familia de sus discípulos. También hubo de oír estas palabras: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?... El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre» (Mt 12, 48-50). Y esto muestra que ella es la Madre de Jesús no solamente en el cuerpo, sino también en el corazón. Porque incluso antes de haberlo concebido en el vientre, con su obediencia lo había concebido en el corazón. Se le había dicho: «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo... Será grande..., el Señor Dios le dará el trono de David su padre» (Lc 1, 31 ss). Pero poco más tarde el viejo Simeón le diría también: «y a ti, una espada te traspasará el alma» (Lc 2, 35). Esto le haría recordar palabras de los profetas como éstas: «Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría boca; como un cordero llevado al matadero» (Is 53, 7). Ahora se hace realidad. En su corazón habrá guardado siempre la palabra que el ángel le había dicho cuando todo comenzó: «No temas, María» (Lc 1, 30). Los discípulos han huido, ella no. Está allí, con el valor de la madre, con la fidelidad de la madre, con la bondad de la madre, y con su fe, que resiste en la oscuridad: «Bendita tú que has creído» (Lc 1, 45). «Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8). Sí, ahora ya lo sabe: encontrará fe. Éste es su gran consuelo en aquellos momentos.
ORACIÓN
Santa María, Madre del Señor, has permanecido fiel cuando los discípulos huyeron. Al igual que creíste cuando el ángel te anunció lo que parecía increíble ˆque serías la madre del Altísimoˆ también has creído en el momento de su mayor humillación. Por eso, en la hora de la cruz, en la hora de la noche más oscura del mundo, te han convertido en la Madre de los creyentes, Madre de la Iglesia. Te rogamos que nos enseñes a creer y nos ayudes para que la fe nos impulse a servir y dar muestras de un amor que socorre y sabe compartir el sufrimiento.
QUINTA ESTACIÓN
QUINTA ESTACIÓN
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura Evangelio según San Mateo 27, 32; 16, 24
Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz. Jesús había dicho a sus discípulos: «El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga».MEDITACIÓN
Simón de Cirene, de camino hacia casa volviendo del trabajo, se encuentra casualmente con aquella triste comitiva de condenados, un espectáculo quizás habitual para él. Los soldados usan su derecho de coacción y cargan al robusto campesino con la cruz. ¡Qué enojo debe haber sentido al verse improvisamente implicado en el destino de aquellos condenados! Hace lo que debe hacer, ciertamente con mucha repugnancia. El evangelista Marcos menciona también a sus hijos, seguramente conocidos como cristianos, como miembros de aquella comunidad (Mc 15, 21). Del encuentro involuntario ha brotado la fe. Acompañando a Jesús y compartiendo el peso de la cruz, el Cireneo comprendió que era una gracia poder caminar junto a este Crucificado y socorrerlo. El misterio de Jesús sufriente y mudo le llegado al corazón. Jesús, cuyo amor divino es lo único que podía y puede redimir a toda la humanidad, quiere que compartamos su cruz para completar lo que aún falta a sus padecimientos (Col 1, 24). Cada vez que nos acercamos con bondad a quien sufre, a quien es perseguido o está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudamos a llevar la misma cruz de Jesús. Y así alcanzamos la salvación y podemos contribuir a la salvación del mundo.
ORACIÓN
Señor, a Simón de Cirene le has abierto los ojos y el corazón, dándole, al compartir la cruz, la gracia de la fe. Ayúdanos a socorrer a nuestro prójimo que sufre, aunque esto contraste con nuestros proyectos y nuestras simpatías. Danos la gracia de reconocer como un don el poder compartir la cruz de los otros y experimentar que así caminamos contigo. Danos la gracia de reconocer con gozo que, precisamente compartiendo tu sufrimiento y los sufrimientos de este mundo, nos hacemos servidores de la salvación, y que así podemos ayudar a construir tu cuerpo, la Iglesia. SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del libro del profeta Isaías 53, 2-3
No tenía figura ni belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado por los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros; despreciado y desestimado.
Del libro de los Salmos 26, 8-9
Oigo en mi corazón: «Buscad mi rostro». Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro. No rechaces con ira a tu siervo, que tú eres mi auxilio; no me deseches, no me abandones, Dios de mi salvación.MEDITACIÓN
«Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro » (Sal 26, 8-9). Verónica ˆBerenice, según la tradición griegaˆ encarna este anhelo que acomuna a todos los hombres píos del Antiguo Testamento, el anhelo de todos los creyentes de ver el rostro de Dios. Ella, en principio, en el Vía crucis de Jesús no hace más que prestar un servicio de bondad femenina: ofrece un paño a Jesús. No se deja contagiar ni por la brutalidad de los soldados, ni inmovilizar por el miedo de los discípulos. Es la imagen de la mujer buena que, en la turbación y en la oscuridad del corazón, mantiene el brío de la bondad, sin permitir que su corazón se oscurezca. «Bienaventurados los limpios de corazón ˆhabía dicho el Señor en el Sermón de la montañaˆ, porque verán a Dios» (Mt 5, 8). Inicialmente, Verónica ve solamente un rostro maltratado y marcado por el dolor. Pero el acto de amor imprime en su corazón la verdadera imagen de Jesús: en el rostro humano, lleno de sangre y heridas, ella ve el rostro de Dios y de su bondad, que nos acompaña también en el dolor más profundo. Únicamente podemos ver a Jesús con el corazón. Solamente el amor nos deja ver y nos hace puros. Sólo el amor nos permite reconocer a Dios, que es el amor mismo.ORACIÓN
Danos, Señor, la inquietud del corazón que busca tu rostro. Protégenos de la oscuridad del corazón que ve solamente la superficie de las cosas. Danos la sencillez y la pureza que nos permiten ver tu presencia en el mundo. Cuando no seamos capaces de cumplir grandes cosas, danos la fuerza de una bondad humilde. Graba tu rostro en nuestros corazones, para que así podamos encontrarte y mostrar al mundo tu imagen. SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 1-2.9.16
Yo soy el hombre que ha visto la miseria bajo el látigo de su furor. El me ha llevado y me ha hecho caminar en tinieblas y sin luz. Ha cercado mis caminos con piedras sillares, ha torcido mis senderos. Ha quebrado mis dientes con guijarro, me ha revolcado en la ceniza.MEDITACIÓN
La tradición de las tres caídas de Jesús y del peso de la cruz hace pensar en la caída de Adán ˆen nuestra condición de seres caídosˆ y en el misterio de la participación de Jesús en nuestra caída. Ésta adquiere en la historia for-mas siempre nuevas. En su primera carta, san Juan habla de tres obstáculos para el hombre: la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida. Interpreta de este modo, desde la perspectiva de los vicios de su tiempo, con todos sus excesos y perversiones, la caída del hombre y de la humanidad. Pero podemos pensar también en cómo la cristiandad, en la historia reciente, como cansándose de tener fe, ha abandonado al Señor: las grandes ideologías y la superficialidad del hombre que ya no cree en nada y se deja llevar simplemente por la corriente, han creado un nuevo paganismo, un paganismo peor que, queriendo olvidar definitivamente a Dios, ha terminado por desentenderse del hombre. El hombre, pues, está sumido en la tierra. El Señor lleva este peso y cae y cae, para poder venir a nuestro encuentro; él nos mira para que despierte nuestro corazón; cae para levantarnos.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, has llevado nuestro peso y continúas llevándolo. Es nuestra carga la que te hace caer. Pero levántate tú, porque solos no podemos reincorporarnos. Líbranos del poder de la concupiscencia. En lugar de un corazón de piedra danos de nuevo un corazón de carne, un corazón capaz de ver. Destruye el poder de las ideologías, para que los hombres puedan reconocer que están entretejidas de mentiras. No permitas que el muro del materialismo llegue a ser insuperable. Haz que te reconozcamos de nuevo. Haznos sobrios y vigilantes para poder resistir a las fuerzas del mal y ayúdanos a reconocer las necesidades interiores y exteriores de los demás, a socorrerlos. Levántame para poder levantar a los demás. Danos esperanza en medio de toda esta oscuridad, para que seamos portadores de esperanza para el mundo.
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Lucas 23, 28-31
Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que llegará el día en que dirán: «dichosas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado». Entonces empezarán a decirles a los montes: «Desplomaos sobre nosotros»; y a las colinas: «Sepultadnos»; porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?
MEDITACIÓN
Oír a Jesús cuando exhorta a las mujeres de Jerusalén que lo siguen y lloran por él, nos hace reflexionar. ¿Cómo entenderlo? ¿Se tratará quizás de una advertencia ante una piedad puramente sentimental, que no llega a ser conversión y fe vivida? De nada sirve compadecer con palabras y sentimientos los sufrimientos de este mundo, si nuestra vida continúa como siempre. Por esto el Señor nos advierte del riesgo que corremos nosotros mismos. Nos muestra la gravedad del pecado y la seriedad del juicio. No obstante todas nuestras palabras de preocupación por el mal y los sufrimientos de los inocentes, ¿no estamos tal vez demasiado inclinados a dar escasa importancia al misterio del mal? En la imagen de Dios y de Jesús al final de los tiempos, ¿no vemos quizás únicamente el aspecto dulce y amoroso, mientras descuidamos tranquilamente el aspecto del juicio? ¿Cómo podrá Dios ˆpensamosˆ hacer de nuestra debilidad un drama? ¡Somos solamente hombres! Pero ante los sufrimientos del Hijo vemos toda la gravedad del pecado y cómo debe ser expiado del todo para poder superarlo. No se puede seguir quitando importancia al mal contemplando la imagen del Señor que sufre. También él nos dice: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotros... porque si así tratan al leño verde, ¿qué pasará con el seco?»
ORACIÓN
Señor, a las mujeres que lloran les has hablado de penitencia, del día del Juicio cuando nos encontremos en tu presencia, en presencia del Juez del mundo. Nos llamas a superar un concepción del mal como algo banal, con la cual nos tranquilizamos para poder continuar nuestra vida de siempre. Nos muestras la gravedad de nuestra responsabilidad, el peligro de encontrarnos culpables y estériles en el Juicio. Haz que caminemos junto a ti sin limitarnos a ofrecerte sólo palabras de compasión. Conviértenos y danos una vida nueva; no permitas que, al final, nos quedemos como el leño seco, sino que lleguemos a ser sarmientos vivos en ti, la vid verdadera, y que produzcamos frutos para la vida eterna (cf. Jn 15, 1-10).
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del libro de las Lamentaciones 3, 27-32
Bueno es para el hombre soportar el yugo desde su juventud. Que se sienta solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone; que ponga su boca en el polvo: quizá haya esperanza; que tienda la mejilla a quien lo hiere, que se harte de oprobios. Porque el Señor no desecha para siempre a los humanos: si llega a afligir, se apiada luego según su inmenso amor.MEDITACIÓN
¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia! ¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón. No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison ˆ Señor, sálvanos (cf Mt 8,25).
ORACIÓN
Señor, frecuentemente tu Iglesia nos parece una barca a punto de hundirse, que hace aguas por todas partes. Y también en tu campo vemos más cizaña que trigo. Nos abruman su atuendo y su rostro tan sucios. Pero los empañamos nosotros mismos. Nosotros quienes te traicionamos, no obstante los gestos ampulosos y las palabras altisonantes. Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre. Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 33 -36
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir «La Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo.
MEDITACIÓN
Jesús es despojado de sus vestiduras. El vestido confiere al hombre una posición social; indica su lugar en la sociedad, le hace ser alguien. Ser desnudado en público significa que Jesús no es nadie, no es más que un marginado, despreciado por todos. El momento de despojarlo nos recuerda también la expulsión del paraíso: ha desaparecido en el hombre el esplendor de Dios y ahora se encuentra en mundo desnudo y al descubierto, y se avergüenza. Jesús asume una vez más la situación del hombre caído. Jesús despojado nos recuerda que todos nosotros hemos perdido la «primera vestidura» y, por tanto, el esplendor de Dios. Al pie de la cruz los soldados echan a suerte sus míseras pertenencias, sus vestidos. Los evangelistas lo relatan con palabras tomadas del Salmo 21, 19 y nos indican así lo que Jesús dirá a los discípulos de Emaús: todo se cumplió «según las Escrituras». Nada es pura coincidencia, todo lo que sucede está dicho en la Palabra de Dios, confirmado por su designio divino. El Señor experimenta todas las fases y grados de la perdición de los hombres, y cada uno de ellos, no obstante su amargura, son un paso de la redención: así devuelve él a casa la oveja perdida. Recordemos también que Juan precisa el objeto del sorteo: la túnica de Jesús, «tejida de una pieza de arriba abajo» (Jn 19, 23). Podemos considerarlo una referencia a la vestidura del sumo sacerdote, que era «de una sola pieza», sin costuras (Flavio Josefo, Ant. jud., III, 161). Éste, el Crucificado, es de hecho el verdadero sumo sacerdote.
ORACIÓN
Señor Jesús, has sido despojado de tus vestiduras, expuesto a la deshonra, expulsado de la sociedad. Te has cargado de la deshonra de Adán, sanándolo. Te has cargado con los sufrimientos y necesidades de los pobres, aquellos que están excluidos del mundo. Pero es exactamente así como cumples la palabra de los profetas. Es así como das significado a lo que aparece privado de significado. Es así como nos haces reconocer que tu Padre te tiene en sus manos, a ti, a nosotros y al mundo. Concédenos un profundo respeto hacia el hombre en todas las fases de su existencia y en todas las situaciones en las cuales lo encontramos. Danos el traje de la luz de tu gracia.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Mateo 7, 37-42
Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Este es Jesús, el Rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban y decían meneando la cabeza: «Tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Los sumos sacerdotes con los letrados y los senadores se burlaban también diciendo: «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¿No es el Rey de Israel? Que baje ahora de la cruz y le creeremos».
MEDITACIÓN
Jesús es clavado en la cruz. La Sábana Santa de Turín nos permite hacernos una idea de la increíble crueldad de este procedimiento. Jesús no bebió el calmante que le ofrecieron: asume conscientemente todo el dolor de la crucifixión. Su cuerpo está martirizado; se han cumplido las palabras del Salmo: «Yo soy un gusano, no un hombre, vergüenza de la gente, desprecio del pueblo» (Sal 21, 27). «Como uno ante quien se oculta el rostro, era despreciado... Y con todo eran nuestros sufrimientos los que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba» (Is 53, 3 ss). Detengámonos ante esta imagen de dolor, ante el Hijo de Dios sufriente. Mirémosle en los momentos de satisfacción y gozo, para aprender a respetar sus límites y a ver la superficialidad de todos los bienes puramente materiales. Mirémosle en los momentos de adversidad y angustia, para reconocer que precisamente así estamos cerca de Dios. Tratemos de descubir su rostro en aquellos que tendemos a despreciar. Ante el Señor condenado, que no quiere usar su poder para descender de la cruz, sino que más bien soportó el sufrimiento de la cruz hasta el final, podemos hacer aún otra reflexión. Ignacio de Antioquia, encadenado por su fe en el Señor, elogió a los cristianos de Esmirna por su fe inamovible: dice que estaban, por así decir, clavados con la carne y la sangre a la cruz del Señor Jesucristo (1,1). Dejémonos clavar a él, no cediendo a ninguna tentación de apartarnos, ni a las burlas que nos inducen a darle la espalda.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, te has dejado clavar en la cruz, aceptando la terrible crueldad de este dolor, la destrucción de tu cuerpo y de tu dignidad. Te has dejado clavar, has sufrido sin evasivas ni compromisos. Ayúdanos a no desertar ante lo que debemos hacer. A unirnos estrechamente a ti. A desenmascarar la falsa libertad que nos quiere alejar de ti. Ayúdanos a aceptar tu libertad «comprometida» y a encontrar en la estrecha unión contigo la verdadera libertad.
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muere en la cruz
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Juan 19, 19-20
Pilato escribió un letrero y lo puso encima de la cruz; en él estaba escrito: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Leyeron el letrero muchos judíos, estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús y estaba escrito en hebreo, latín y griego.
Del Evangelio según San Mateo 27, 45-50. 54
Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Elí, Elí lamá sabaktaní», es decir: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Al oírlo algunos de los que estaban por allí dijeron: «A Elías llama éste». Uno de ellos fue corriendo; enseguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían: «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo». Jesús, dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios».
MEDITACIÓN
Sobre la cruz ˆen las dos lenguas del mundo de entonces, el griego y el latín, y en la lengua del pueblo elegido, el hebreoˆ está escrito quien es Jesús: el Rey de los judíos, el Hijo prometido de David.
Pilatos el juez injusto, ha sido profeta a su pesar. Ante la opinión pública mundial se proclama la realeza de Jesús. Él mismo había declinado el título de Mesías porque habría dado a entender una idea errónea, humana, de poder y salvación. Pero ahora el título puede aparecer escrito públicamente encima del Crucificado. Efectivamente, él es verdaderamente el Rey del mundo. Ahora ha sido realmente « ensalzado ». En su descendimiento, ascendió. Ahora ha cumplido radicalmente el mandamiento del amor, ha cumplido el ofrecimiento de sí mismo y, de este modo, manifiesta al verdadero Dios, al Dios que es amor. Ahora sabemos que es Dios. Sabemos cómo es la verdadera realeza. Jesús recita el Salmo 21, que comienza con estas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Sal 21, 2). Asume en sí a todo el Israel sufriente, a toda la humanidad que padece, el drama de la oscuridad de Dios, manifestando de este modo a Dios justamente donde parece estar definitivamente vencido y ausente. La cruz de Jesús es un acontecimiento cósmico. El mundo se oscurece cuando el Hijo de Dios padece la muerte. La tierra tiembla. Y junto a la cruz nace la Iglesia en el ámbito de los paganos. El centurión romano reconoce y entiende que Jesús es el Hijo de Dios. Desde la cruz, Él triunfa siempre de nuevo
.ORACIÓN
Señor Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la oscuridad de Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el rostro de Dios, tu rostro, aparece irreconocible. Pero en la cruz te has hecho reconocer. porque eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el momento de la necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora. Haz que se manifieste tu salvación.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
.ORACIÓN
Señor Jesucristo, en la hora de tu muerte se oscureció el sol. Constantemente estás siendo clavado en la cruz. En este momento histórico vivimos en la oscuridad de Dios. Por el gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres, el rostro de Dios, tu rostro, aparece irreconocible. Pero en la cruz te has hecho reconocer. porque eres el que sufre y el que ama, eres el que ha sido ensalzado. Precisamente desde allí has triunfado. En esta hora de oscuridad y turbación, ayúdanos a reconocer tu rostro. A creer en ti y a seguirte en el momento de la necesidad y de las tinieblas. Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora. Haz que se manifieste tu salvación.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús es bajado de la cruz y entregado a su Madre
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 54-55
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados: «Realmente éste era Hijo de Dios». Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderle.
MEDITACIÓN
Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia. A él no le quiebran las piernas como a los otros dos crucificados; así se manifiesta como el verdadero cordero pascual, al cual no se le debe quebrantar ningún hueso (cf Ex 12, 46). Y ahora que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda la turbación del corazón, a pesar del poder del odio y de la ruindad, él no está solo. Están los fieles. Al pie de la cruz estaba María, su Madre, la hermana de su Madre, María, María Magdalena y el discípulo que él amaba. Llega también un hombre rico, José de Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja, porque Dios le da la gracia. Entierra a Jesús en su tumba aún sin estrenar, en un jardín: donde Jesús es enterrado, el cementerio se transforma en un vergel, el jardín del que había sido expulsado Adán cuando se alejó de la plenitud de la vida, de su Creador. El sepulcro en el jardín manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de terminar. Y llega también un miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que Jesús había anunciado el misterio del rena-cer por el agua y el Espíritu. También en el sanedrín, que había decidido su muerte, hay alguien que cree, que conoce y reconoce a Jesús después de su muerte. En la hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece siempre como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte, el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.
ORACIÓN
Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos piadosas y envuelto en una sábana limpia (Mt 27, 59). La fe no ha muerto del todo, el sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos dejes solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder ver por encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede tener lugar la resurrección.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús está muerto, de su corazón traspasado por la lanza del soldado romano mana sangre y agua: misteriosa imagen del caudal de los sacramentos, del Bautismo y de la Eucaristía, de los cuales, por la fuerza del corazón traspasado del Señor, renace siempre la Iglesia. A él no le quiebran las piernas como a los otros dos crucificados; así se manifiesta como el verdadero cordero pascual, al cual no se le debe quebrantar ningún hueso (cf Ex 12, 46). Y ahora que ha soportado todo, se ve que, a pesar de toda la turbación del corazón, a pesar del poder del odio y de la ruindad, él no está solo. Están los fieles. Al pie de la cruz estaba María, su Madre, la hermana de su Madre, María, María Magdalena y el discípulo que él amaba. Llega también un hombre rico, José de Arimatea: el rico logra pasar por el ojo de la aguja, porque Dios le da la gracia. Entierra a Jesús en su tumba aún sin estrenar, en un jardín: donde Jesús es enterrado, el cementerio se transforma en un vergel, el jardín del que había sido expulsado Adán cuando se alejó de la plenitud de la vida, de su Creador. El sepulcro en el jardín manifiesta que el dominio de la muerte está a punto de terminar. Y llega también un miembro del Sanedrín, Nicodemo, al que Jesús había anunciado el misterio del rena-cer por el agua y el Espíritu. También en el sanedrín, que había decidido su muerte, hay alguien que cree, que conoce y reconoce a Jesús después de su muerte. En la hora del gran luto, de la gran oscuridad y de la desesperación, surge misteriosamente la luz de la esperanza. El Dios escondido permanece siempre como Dios vivo y cercano. También en la noche de la muerte, el Señor muerto sigue siendo nuestro Señor y Salvador. La Iglesia de Jesucristo, su nueva familia, comienza a formarse.
ORACIÓN
Señor, has bajado hasta la oscuridad de la muerte. Pero tu cuerpo es recibido por manos piadosas y envuelto en una sábana limpia (Mt 27, 59). La fe no ha muerto del todo, el sol no se ha puesto totalmente. Cuántas veces parece que estés durmiendo. Qué fácil es que nosotros, los hombres, nos alejemos y nos digamos a nosotros mismos: Dios ha muerto. Haz que en la hora de la oscuridad reconozcamos que tú estás presente. No nos dejes solos cuando nos aceche el desánimo. Y ayúdanos a no dejarte solo. Danos una fidelidad que resista en el extravío y un amor que te acoja en el momento de tu necesidad más extrema, como tu Madre, que te arropa de nuevo en su seno. Ayúdanos, ayuda a los pobres y a los ricos, a los sencillos y a los sabios, para poder ver por encima de los miedos y prejuicios, y te ofrezcamos nuestros talentos, nuestro corazón, nuestro tiempo, preparando así el jardín en el cual puede tener lugar la resurrección.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús es puesto en el sepulcro
V /. Te adoramos o Cristo y te bendecimos.
R /. Que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.
Lectura del Evangelio según San Mateo 27, 59-61
José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó. María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
MEDITACIÓN
Jesús, deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores. Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir un fragante perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como ocurriera en la unción de Betania, se manifiesta una desmesura que nos recuerda el amor generoso de Dios, la «sobreabundancia» de su amor. Dios se ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida de Dios es la sobreabundancia, también para nosotros nada debe ser demasiado para Dios. Es lo que Jesús nos ha enseñado en el Sermón de la montaña (Mt 5, 20). Pero es necesario recordar también lo que san Pablo dice de Dios, el cual «por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos [...] el buen olor de Cristo» (2 Co 2, 14-15). En la descomposición de las ideologías, nuestra fe debería ser una vez más el perfume que conduce a las sendas de la vida. En el momento de su sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerar, a vivir verdaderamente de ti, Pan bajado del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer en el sepulcro: el sepulcro está vacío porque el Padre no te «entregó a la muerte, ni tu carne conoció la corrupción» (Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú no has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto el corazón de Dios a la carne transformada. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu Resurrección.
Jesús, deshonrado y ultrajado, es puesto en un sepulcro nuevo con todos los honores. Nicodemo lleva una mezcla de mirra y áloe de cien libras para difundir un fragante perfume. Ahora, en la entrega del Hijo, como ocurriera en la unción de Betania, se manifiesta una desmesura que nos recuerda el amor generoso de Dios, la «sobreabundancia» de su amor. Dios se ofrece generosamente a sí mismo. Si la medida de Dios es la sobreabundancia, también para nosotros nada debe ser demasiado para Dios. Es lo que Jesús nos ha enseñado en el Sermón de la montaña (Mt 5, 20). Pero es necesario recordar también lo que san Pablo dice de Dios, el cual «por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos [...] el buen olor de Cristo» (2 Co 2, 14-15). En la descomposición de las ideologías, nuestra fe debería ser una vez más el perfume que conduce a las sendas de la vida. En el momento de su sepultura, comienza a realizarse la palabra de Jesús: « Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, dará mucho fruto» (Jn 12, 24). Jesús es el grano de trigo que muere. Del grano de trigo enterrado comienza la gran multiplicación del pan que dura hasta el fin de los tiempos: él es el pan de vida capaz de saciar sobreabundantemente a toda la humanidad y de darle el sustento vital: el Verbo de Dios, que es carne y también pan para nosotros, a través de la cruz y la resurrección. Sobre el sepulcro de Jesús resplandece el misterio de la Eucaristía.
ORACIÓN
Señor Jesucristo, al ser puesto en el sepulcro has hecho tuya la muerte del grano de trigo, te has hecho el grano de trigo que muere y produce fruto con el paso del tiempo hasta la eternidad. Desde el sepulcro iluminas para siempre la promesa del grano de trigo del que procede el verdadero maná, el pan de vida en el cual te ofreces a ti mismo. La Palabra eterna, a través de la encarnación y la muerte, se ha hecho Palabra cercana; te pones en nuestras manos y entras en nuestros corazones para que tu Palabra crezca en nosotros y produzca fruto. Te das a ti mismo a través de la muerte del grano de trigo, para que también nosotros tengamos el valor de perder nuestra vida para encontrarla; a fin de que también nosotros confiemos en la promesa del grano de trigo. Ayúdanos a amar cada vez más tu misterio eucarístico y a venerar, a vivir verdaderamente de ti, Pan bajado del cielo. Auxílianos para que seamos tu perfume y hagamos visible la huella de tu vida en este mundo. Como el grano de trigo crece de la tierra como retoño y espiga, tampoco tú podías permanecer en el sepulcro: el sepulcro está vacío porque el Padre no te «entregó a la muerte, ni tu carne conoció la corrupción» (Hch 2, 31; Sal 15, 10). No, tú no has conocido la corrupción. Has resucitado y has abierto el corazón de Dios a la carne transformada. Haz que podamos alegrarnos de esta esperanza y llevarla gozosamente al mundo, para ser de este modo testigos de tu Resurrección.
" Oración del corazón que espera"
No existE, NI EXISTIRÁ :QUIEN PUEDA EVITAR
QUE SE CUMPLA;
QUE SE CUMPLA;
LO QUE ESCRITO ESTA, EN EL REINO DE LOS CIELOS
Señor Jesús, esperamos tu Venida:
Quiero llenar tu trono de alabanza
Quiero; postrarme en tu presencia
proclamarte Señor
Dijo San Juan Pablo ll
¡Miren a Jesús! ¡Miren la Cruz!
Él mismo quiere y debe ser también la medida
del amor de ustedes.
Por eso, su nuevo y mayor mandamiento es:
“Ámense los unos a los otros como yo lo he amado.
En esto conocerán que son mis discípulos: en el
Amor que se tengan los unos a los otros” (Jn 13,34-35)…
Dijo la Beata Madre Teresa
Cuando meditamos la pasión de nuestro Señor,
debemos examinar nuestras conciencias para ver
cuales son los pecados que mas le duelen a Jesús
Así podremos repararlos y compartirlos redoblando
Nuestra penitencia.
Guardaremos una estricta custodia de nuestros ojos.
Tendremos pensamientos limpios en nuestras mentes.
Observaremos un gran silencio en nuestros corazones.
En ese silencio escucharemos sus palabras de consuelo y,
al mismo tiempo, nos sentiremos capaces de consolar
a Jesús escondido en los pobres…
Contemplación:
Amado Señor,el dolor del alma y el corazón nos recuerdan tu Pasión y muerte
la injusticia continua, te siguen crucificando, con el odio y el terror que han
expandido por el mundo, dando muerte a inocentes que no renuncian a su fe, nos duele la tristeza de los que escapan de la guerra, sin contar con agua y pan para alimentarse o lugar donde refugiarse.
Te herimos,con tantos pecados,perdona nuestras miserias.
Necesitamos resucitar a una nueva vida,ayúdanos a encontrar la Luz y la Paz.
Quita de mi pobre corazón,la ansiedad, dolor e impotencia; acepta mi humilde oración,
Necesitamos tener consuelo y vida que solo Tu lo puedes dar.
Nos tomamos este viernes Santo, de la mano de nuestra Madre Virgen Dolorosa,para recorrer el sendero que conducen al Camino Verdad y Vida que eres Tú y poder fundirnos en tu Amor, por los siglos de los siglos.
Amén
Perla
VIERNES SANTO :MARZO 30 DEL 2018
MADRE DOLOROSA
Madre Dolorosa, por Juan al pie de la Santa Cruz por pedido y gracia
del Señor, pasamos a ser, toda la humanidad, hijos adoptivos tuyos.
del Señor, pasamos a ser, toda la humanidad, hijos adoptivos tuyos.
Tengo la gracia de haber heredado de mi familia especialmente la familia de mi padre, esta imagen pintada en tierra Santa y bendecida por el Santo Padre:
Pío XII .
Oremos:
Madre de Cristo, Señora de los Dolores, Tú, padeciste junto al Señor, la persecución y el odio.
Nuestro amado Señor, el más puro e inocente, libre de pecado vino a cumplir y por ser Hijo de Dios la misión que el Padre le otorgara, "reconciliarnos con Él" limpiarnos del pecado original,y cumplir acto de Redención y Salvación; y permanecer, unirnos a Él en Alianza Eterna.
Madre del amor perdona a los hombres y mujeres de estos tiempos que te ofenden y lastiman, mira a tus hijos que con corazón contrito pedimos perdón por nuestras miserias y pecados.
Que así sea
Perla
Primer
Dolor:
La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús
La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús
Virgen
María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de
dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo
te manifestó que tu participación en nuestra redención como corredentora sería
a base de dolor; te acompañamos en este dolor... Y, por los méritos del mismo,
haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.
Dios
te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu
eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte, Amén.
Segundo Dolor:
La huida a Egipto con Jesús y José
Virgen
María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan
lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al
poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a
traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del
mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio.
Dios
te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu
eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte, Amén.
Tercer Dolor:
La pérdida de Jesús
Virgen
María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu
Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir
en una edad en que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos
en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se
pierdan por malos caminos.
Dios
te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu
eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte, Amén.
Cuarto Dolor:
El encuentro de Jesús con la cruz a cuestas camino del calvario
Virgen
María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver a tu Hijo
cargado con la cruz, como cargado con nuestras culpas, llevando el instrumento
de su propio suplicio de muerte; Él, que era creador de la vida, aceptó por
nosotros sufrir este desprecio tan grande de ser condenado a muerte y
precisamente muerte de cruz, después de haber sido azotado como si fuera un
malhechor y, siendo verdadero Rey de reyes, coronado de espinas; ni la mejor
corona del mundo hubiera sido suficiente para honrarle y ceñírsela en su
frente; en cambio, le dieron lo peor del mundo clavándole las espinas en la
frente y, aunque le ocasionarían un gran dolor físico, aún mayor sería el dolor
espiritual por ser una burla y una humillación tan grande; sufrió y se humilló
hasta lo indecible, para levantarnos a nosotros del pecado; te acompañamos en
este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos vasallos
de tan gran Rey y sepamos ser humildes como Él lo fue.
Dios
te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu
eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte, Amén.
Quinto Dolor:
La crucifixión y la agonía de Jesús
Virgen
María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la
crueldad de clavar los clavos en las manos y pies de tu amadísimo Hijo, y luego
al verle agonizando en la cruz; para darnos vida a nosotros, llevó su pasión
hasta la muerte, y éste era el momento cumbre de su pasión; Tú misma también te
sentirías morir de dolor en aquel momento; te acompañamos en este dolor. Y, por
los méritos del mismo, no permitas que jamás muramos por el pecado y haz que
podamos recibir los frutos de la redención.
Dios
te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu
eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte, Amén.
Sexto Dolor:
La lanzada y el recibir en brazos a Jesús ya muerto
Virgen
María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al ver la
lanzada que dieron en el corazón de tu Hijo; sentirías como si la hubieran dado
en tu propio corazón; el Corazón Divino, símbolo del gran amor que Jesús tuvo
ya no solamente a Ti como Madre, sino también a nosotros por quienes dio la
vida; y Tú, que habías tenido en tus brazos a tu Hijo sonriente y lleno de
bondad, ahora te lo devolvían muerto, víctima de la maldad de algunos hombres y
también víctima de nuestros pecados; te acompañamos en este dolor... Y, por los
méritos del mismo, haz que sepamos amar a Jesús como El nos amo.
Dios
te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu
eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte, Amén.
Séptimo Dolor:
El entierro de Jesús y la soledad de María
Virgen
María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al enterrar a tu
Hijo; El, que era creador, dueño y señor de todo el universo, era enterrado en
tierra; llevó su humillación hasta el último momento; y aunque Tú supieras que
al tercer día resucitaría, el trance de la muerte era real; te quitaron a Jesús
por la muerte más injusta que se haya podido dar en todo el mundo en todos los
siglos; siendo la suprema inocencia y la bondad infinita, fue torturado y
muerto con la muerte más ignominiosa; tan caro pagó nuestro rescate por
nuestros pecados; y Tú, Madre nuestra adoptiva y corredentora, le acompañaste
en todos sus sufrimientos: y ahora te quedaste sola, llena de aflicción; te
acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, concédenos a cada
uno de nosotros la gracia particular que te pedimos…
Dios
te salve María, llena eres de gracia, El Señor es contigo, bendita tu
eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte, Amén.
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