NOVENA AL ESPÍRITU SANTO
CONSAGRACIÒN al ESPÌRITU SANTO:
¡Bondadoso dador de gracia, Espìritu Santo!
Consuelo verdadero de mi corazòn.
Te adoro con profunda humildad
como a mi Dios y Supremo Señor.
Te adoro y bendigo como al único Auxiliador
en toda indigencia, y como Dispensador de
todo bien, gracia y celestial alègria.
Dios Espìtitu Santo, Amor del Padre y del Hijo,
para ser toda tuya/o te entrego, desde ahora
para siempre: mi corazòn, mi cuerpo y mi alma; mis
energías y facultades, mis pensamientos, aspiraciones,
palabras y obras; mis penas y gozos, mi vida y muerte.
Te entrego también todo aquellos seres mas queridos,
y cuanto soy y tengo, a fin de que sòlo
Tù dispongas de todo ello y con tu amor reines
sobre mi en el tiempo y la eternidad
Amen
* * *
Espìritu Santo, fuente de Sabiduría y amor;
te consagramos para siempre nuestro entendimiento,
corazòn, voluntad, todo nuestro ser.
Haz que en todo momento sigamos tus divina inspiraciones
y acatemos las enseñanzas de la Iglesia católica, cuyo guía
invisible eres.
Convierte nuestro corazòn en hoguera inextinguible
de amor a Dios y al prójimo; y a nuestra voluntad
sométela a la divina para que no forme con ella sino
una sola, a fin de que vuestra vida sea fiel reflejo
de la vida y virtudes de Jesucristo, a quien
con el Padre y en unión contigo, sea el honor y la gloria
por los siglos de los siglos
Amèn
Contemplación:
Oh Espìritu Santo, amor infinito de mi pobre alma.
Mira mi corazòn llora al ver tanta infidelidad de hombres y mujeres
de hoy y siempre, te han dejado de lado, te rechazan.
permanecen indiferentes a tu luz, te hieren con su soberbia
Vivimos en un mundo que toco fondo, y a pesar de tanto mal
no se han activado las conciencias, del arrepentimiento.
Estamos a la "Puerta" y muchos continúan cerrados a tu Amor
Sus comportamientos son como una lanza que atraviesa mi ser
que no puede comprender.
¿Porque?
¿Donde el esta el corazòn, la razòn, la sabiduría, la luz?
Así seremos juzgados recibimos el conocimiento del mal y del bien
y el libre albedrío.
Recibimos los santos dones gratuitamente y no nos importan porque prepondera
el " Yo".egoísta y destructivo.
Espìritu Santo, te Glorifico en el Padre y el Hijo.
Amèn
Perla
Introducción
Esta novena al Espíritu Santo tiene
un hilo transversal que se va desglosando a lo largo de los nueve días: el Ven
Espíritu Creador.
La reflexión de cada día corresponde a algún
verso de este Himno. Sus seis estrofas
están contenidas con uno o dos versos de cada una, de tal manera que al
terminar con el noveno día, se recorre prácticamente todo el Himno.
Hemos querido centrarnos en el Ven
Creator porque es un Himno no solamente
“rico en inspiraciones sino que
“encierra en sí una grandiosa visión teológica sobre el Espíritu Santo en la
historia de la salvación”, según el P. Raniero Cantalamessa. El contenido de las consideraciones está
tomado del libro: “El Canto del Espíritu” del Padre Raniero.
Pedimos como intenciones de esta
Novena:
ü Redescubrir Nuestra Identidad Carismática Católica, intercediendo por la RCC
de toda Argentina.
ü Vivir una profunda experiencia de Cenáculo.
ü Ser capacitados
para ser misioneros de la Cultura de Pentecostés experimentando una nueva
efusión del Espíritu Santo.
ü Interceder
insistentemente por nuestra Patria.
ü Por la unidad y la santidad de toda la
iglesia.
ü Por los hombres y mujeres alejados de Dios.
ü Por la vida humana desde la concepción
hasta la muerte natural.
ü Por la sanación de toda la humanidad en
peligro.
Oración inicial para todos los días.
ESPÍRITU SANTO, un gran anhelo arde
en el corazón de tus hijos al iniciar esta novena: deseamos que vengas con tu
fuerza y tu poder, con tu luz y con tu fuego, a fortalecer nuestras débiles
voluntades, a iluminar nuestras
mentes y a encender nuestros corazones y nuestros Grupos
de Oración, Comunidades, Ministerios, Diócesis, Regiones y Equipo
Nacional, con el fuego de tu amor.
Humildemente te pedimos, que nos des
las disposiciones necesarias para hacerte una morada digna, en nuestro
interior:
-Purifícanos de todo lo que sea un
obstáculo, para que vengas con la abundancia de tus dones y gracias.
-Concédenos aquella apertura de
corazón que, vaciado de sí mismo, se ensancha para recibirte.
-Danos la gracia de esperarte como
Grupos de Oración, Comunidades, y como
Equipos Coordinadores de la RCC, unidos
en la oración y fervientes en el amor.
Con María, la Madre de Jesús, te
esperamos como los apóstoles en el cenáculo:
¡Ven, Espíritu
Santo! ¡Ven!
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor. Oh, Dios, que con la luz del Espíritu Santo iluminas los corazones de tus fieles, concédenos que guiados por el mismo Espíritu, disfrutemos de lo que es recto y nos gocemos con su consuelo celestial.
1- Ven, Espíritu Santo, por tu don Sabiduría, concédenos la gracia de apreciar y estimar los bienes del cielo y muéstranos los medios para alcanzarlos. Gloria …
2 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Entendimiento, ilumina nuestras mentes respecto a los misterios de la salvación, para que podamos comprenderlos perfectamente y abrazarlos con fervor. Gloria…
3 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Consejo, inclina nuestros corazones a actuar con rectitud y justicia para beneficio de nosotros mismos y de nuestros semejantes. Gloria…
4 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Fortaleza, fortalécenos con tu gracia contra los enemigos de nuestra alma, para que podamos obtener la corona de la victoria. Gloria…
5 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Ciencia, enséñanos a vivir entre las cosas terrenos para así no perder las eternas. Gloria…
6 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Piedad, inspíranos a vivir sobria, justa, y piadosamente en esta vida, para alcanzar el cielo en la otra vida. Gloria …
7 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Temor de Dios, hiere nuestros cuerpos con tu temor para así trabajar por la salvación de nuestras almas. Gloria…
1er. Día. VEN,
ESPÍRITU CREADOR.
El Espíritu Creador
transforma el caos, en cosmos.
¿Cómo puede un ser que ya existe
invocar al Espíritu Santo como creador?
Invocar al Espíritu como creador:
- supone volver, en la fe, a ese
momento en que Dios ya tenía sobre nosotros todo poder, aun cuando no éramos
más que un pensamiento de su corazón y Él podía hacer de nosotros lo que
quisiera, sin menoscabar nuestra libertad;
- es devolver a Dios nuestra
libertad. Es volver a ponernos por decisión espontánea, como la arcilla en
manos del alfarero, diciéndole las palabras que Él mismo inspiró al efecto: “Señor,
Tú eres nuestro Padre, nosotros somos la arcilla y Tú el alfarero, somos todos
obra de tus manos” (Is. 64,7);
- significa abandonarnos a la acción
soberana de Dios, con una confianza total; significa quitar toda condición y
estar dispuestas a todo. Es darle a Dios un cheque en blanco, como hizo María
cuando dijo: “Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices”
(Lc. 1,36).
La acción creadora del Espíritu está
en el origen de la perfección de lo creado. Él es siempre el que lleva del caos
al cosmos; en definitiva: del desorden al orden, de la confusión a la armonía,
de la deformidad a la belleza, de lo trillado a la novedad. Es aquel que: “crea
y renueva la faz de la tierra”.
Por la primera creación, somos
criaturas de Dios; por la segunda creación, somos además hijos de Dios. La
nueva creación no es otra cosa que el nuevo nacimiento “de lo alto” o “del
Espíritu”, del que habla Jesús en el Evangelio (Jn.3,3-5). Su máxima creación es
nuestra conformación a Cristo Jesús.
Oración:
- El Espíritu de Dios, que actuaba sobre el
caos primordial y dentro del mismo, sigue actuando en el mundo, por eso le
pedimos:
- Ven, Espíritu, aletea y sopla
también sobre la parte de caos que hay en mí, en mi grupo de oración, en mi
Diócesis, en mi Región, en la RCC de
Argentina, en la Iglesia, en el mundo, transfórmanos en una nueva creación: haz
cada día más plena nuestra realidad filial y nuestra fidelidad.
- Penetra todo lo que aún es oscuro,
confuso o superficial, revélanos la profunda verdad de la Voluntad del Padre
sobre nuestra RCC de Argentina y sobre nuestras vidas.
- Que tu aliento nos impulse a
abandonar nuestras concretas situaciones personales en la búsqueda humilde y
activa de la “nueva tierra” a donde quieres conducirnos. ¡Desinstálanos,
quebrántanos, modélanos!
- Que tu fuerza nos encienda para descubrir la verdad en
el amor, huyendo de cuanto pueda
entibiar el cariño fraterno y
posponer el supremo valor de la unión entre nosotros.
- ¡Nos hace falta un nuevo y Santo Pentecostés!
Desciende a nuestra tierra abierta y
llena de esperanza, sedienta de Ti.
- Tú que haces nuevas todas las
cosas, haz de nosotros una creación nueva, renacida al calor de Pentecostés,
para gloria del Padre y extensión de tu reinado entre los hombres. Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
¡VEN, ESPÍRITU CREADOR, RENUEVA NUESTRA RCC Y NUESTRO CORAZÓN!
2º. Día. VEN…
VISITA… LLENA DE TU GRACIA LOS CORAZONES QUE HAS CREADO.
El Espíritu Santo renueva en nuestros días los prodigios
del primer Pentecostés.
De Jesús se dice que “lleno del
Espíritu Santo” regresó del Jordán (Lc. 4,1); llenos del Espíritu Santo se
dice también que estaban Juan, el Bautista, Isabel y Esteban. La narración del
milagro de Pentecostés dice que: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch.
2,4).
El Espíritu Santo, como gracia, es el
don absolutamente gratuito, inmerecido, de Dios a los hombres.
El Espíritu Santo no es una realidad
intemporal, vaga, que envuelve al creyente un poco como hace la atmósfera con
la tierra. El, cómo Cristo, ha entrado
en la historia, y mediante el Bautismo, en la vida de todo creyente.
La gracia es el Espíritu Santo, por
tanto, lo que le pedimos es que nos
llene de Sí mismo.
¡VEN, VISITA, LLENA!
Que se realice en nosotros una nueva efusión del Espíritu,
un nuevo Pentecostés.
¿Qué necesitamos para que podamos
tener esta experiencia? Primero, pedir con insistencia el Espíritu Santo al
Padre, en el nombre de Jesús, ¡y esperar a que el Padre responda! Hay que tener
una fe llena de esperanza.
¿Sobre quién viene el Espíritu Santo?
Viene donde es amado, donde es invitado, donde es esperado.
El que clama: “Ven, visita, llena”, se entrega al
Espíritu, le da las riendas de su vida, las llaves de su casa, por eso tenemos
que estar preparados a que algo cambie en nuestra vida. No podemos invitar al Espíritu Santo a venir,
a llenarnos, con tal de que lo deje todo como estaba. “Lo que el Espíritu toca,
el Espíritu cambia”. ¡Entregarse al Padre, para que el Padre nos entregue su
Espíritu! Esa la condición…
Oración
- Te pedimos, Padre, el don de tu
Espíritu para que se derrame sobre nosotros con una nueva efusión de gracia, y
podamos experimentar la fuerza que movió a los apóstoles a entregarse con ardor
a la difusión de la Buena Nueva, a fin de extender con pasión tu Reinado de
Amor en el mundo.
- Renueva, Espíritu Santo, en
nuestras vidas, Grupos de oración, Comunidades, Ministerios,
Diócesis, Regiones y Nación todos los prodigios que realizaste al
comienzo de la predicación del Evangelio: ¡Ven, visita, llena nuestros
corazones con el fuego de tu amor!
- Que la venida de tu Espíritu,
Señor, venga a renovar la faz de la tierra, y despierte en todos los hombres
anhelos de fraternidad e iniciativas para ir construyendo la civilización del
amor.
- Que la Iglesia toda se abra
generosamente a recibir el don del Espíritu para ser un signo transparente de
unidad y de paz ante los hombres.
- Suscita, Espíritu Santo, en muchos
jóvenes el deseo de seguir a Jesús, y dales la fortaleza para responder
generosamente a tu llamado. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
VEN, ESPÍRITU DE PLENITUD, VISÍTANOS Y LLÉNANOS CON EL
FUEGO DE TU AMOR!
3er. Día. TÚ ERES NUESTRO PARÁCLITO.
El Espíritu
Santo nos enseña a ser Paráclitos.
El concepto Paráclito, aplicado al
Espíritu Santo, no es tan extraño. Se trata de la culminación de toda una línea
de pensamiento bíblico. En el Antiguo Testamento, Dios es el gran consolador de
su pueblo, aquel que proclama: “Soy yo quien os consuela”, “vuestro
Paráclito” (Is. 51,12), aquel que “consuela como una madre” (Is.
66,13).
Este consuelo de Dios, o este “Dios del consuelo”
(Rom. 15,5), se ha encarnado en Jesucristo, que se define como el primer
Consolador o Paráclito (Jn. 14,15).
“Paráclito” es el título que expresa con más claridad el
carácter personal del Espíritu Santo. Aquel que continúa la obra de Cristo y
lleva a cabo las obras comunes de la Trinidad, el “otro Consolador”,
como lo llama precisamente Jesús.
Con este término estamos tocando en cierto sentido, el
vértice de la revelación sobre el Espíritu Santo. El no es sólo “algo”, sino
“Alguien”. Alguien que permanece en
nosotros como presencia, interlocutor, defensor, amigo consolador, el “dulce
huésped del alma”, aquel que fue el compañero inseparable de Jesús, ya durante
su vida terrena, y ahora quiere serlo también de cada uno de nosotros. Todo lo
mejor, lo más dulce, que una persona pueda esperarse de otra persona, e
infinitamente más, se encuentra en Él.
¡Tenemos
que convertirnos nosotros mismas en paráclitos!
¿Cómo debemos consolar? Con el mismo consuelo que hemos
recibido de Dios.
San Pablo escribe: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro
Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. Él es el que
nos conforta en todas nuestras tribulaciones, para que, gracias al consuelo que
recibimos de Dios, podamos nosotros consolar a todos los que se encuentran
atribulados” (II Cor. 1,3-4).
En cierto sentido, el Espíritu Santo nos necesita para ser
paráclitos. Él quiere consolar, defender, exhortar; pero no tiene boca, ni
manos, ni ojos para “dar cuerpo” a su consuelo. Pero tiene nuestras manos,
nuestros ojos, nuestra boca.
Pidamos esta gracia a María, a quien la piedad cristiana
honra con el título de “Consoladora de los afligidos” y “Abogada” de los
pecadores. ¡Ella sí que se ha hecho “paráclito” para nosotros!
Oración
Espíritu Consolador, abre nuestros brazos y nuestro
corazón ante las necesidades más urgentes de nuestro mundo, y permite que seamos dentro de él, imagen y
presencia viva de Jesús Sacerdote y Víctima, de tal manera que identificados en
su actitud de enviado del Padre, prolonguemos en la tierra su amor sacerdotal,
y podamos ir haciendo presente tu Reinado de Amor. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén
VEN, ESPÍRITU CONSOLADOR, HAZNOS “PARÁCLITOS” PARA NUESTROS HERMANOS.
4º Día. DON
ALTÍSIMO DE DIOS.
El Espíritu Santo nos enseña a hacer de nuestra
vida un don.
El
Espíritu Santo es el máximo don de Dios, pues “no hay don más excelente que la
caridad”.
Son innumerables los pasajes del NT, en los que al
Espíritu Santo se le presenta como el don de Dios: “Si conocieras el don de
Dios…” dice Jesús a la Samaritana (Jn. 4,10), y el contexto, que había del
agua viva, siempre ha hecho pensar que ahí se alude al Espíritu Santo (Jn.
7,38).
El Espíritu Santo es en la Trinidad no sólo el don, que
procede del Padre y del Hijo, en sentido pasivo –aquel que es donado-: es
también, activamente, la “donación”, aquel que impulsa al Hijo a volver a
donarse al Padre. Es el principio mismo de la auto donación: es “don” y
“donarse” al mismo tiempo.
El Espíritu Santo no infunde en nosotros sólo el “don de
Dios”, sino también la capacidad y la necesidad de donarnos. Nos contagia, por
así decirlo, con su mismo ser. Él es la “donación”, y donde llega crea un
dinamismo que nos conduce a convertirnos, a nuestra vez, en don para los demás.
Si el Espíritu es el que derrama y prolonga, por así
decirlo, en la historia el acto de donarse que es propio del Dios trino,
entonces Él es el único que puede ayudarnos a hacer de nuestra vida un don y
una “ofrenda viva”.
Para San Pablo, la única respuesta adecuada a la Pascua de
Cristo es:
“Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que
os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (Rom. 12,l).
Todo lo que no damos se pierde, ya que, estamos destinados
a morir, morirá con nosotros todo aquello que hayamos conservado hasta el
último momento, mientras que lo que damos se sustrae a la corrupción y, por
así decirlo, es enviado a la eternidad.
Si todo esto es válido para cualquier cristiano, lo es de
un modo particular para nosotros. No
podemos, por nosotros mismos, hacer de nuestra vida este don a Dios a favor de
los hermanos, sin una ayuda especial del Espíritu Santo.
El propio Jesús, se ofreció al Padre con la cooperación
del Espíritu Santo (Hb. 9,14).
Oración
Padre
Santo, impulsadas por el Espíritu Santo, que ha derramado su amor en nuestros
corazones, nos ofrecemos como hostias vivas y te presentamos nuestras vidas y
nuestros Grupos de oración, Diócesis, Regiones y Nación en disponibilidad total
a tu Voluntad.
VEN, DON DE DIOS ALTÍSIMO,
ENSÉÑANOS A HACER DE NUESTRA VIDA Y SERVICIO UN DON.
5º. Día. TÚ, EL DEDO DE LA DIESTRA DE DIOS.
El Espíritu Santo nos trasmite el
poder de Dios.
El fresco de la creación del hombre,
pintado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, presenta a Dios Padre estirando
su brazo derecho y extendiendo su dedo divino hasta casi tocar el dedo de Adán
que está reclinado en el suelo y vuelto hacia él, es tal vez, la mejor
representación visual que se pueda dar del título “dedo de la diestra de Dios”
atribuido al Espíritu Santo, que manifiesta, por un lado energía y vida, y por
otro, abandono y espera.
Hoy podemos ser nosotros ese Adán
débil y tumbado en el suelo que estira su dedo esperando recibir de Dios
energía y vida.
Nuestros Grupos de Oración y nuestros
Equipos Coordinadores Diocesanos, Regionales y Nacional, necesitan el toque del dedo de Dios para
manifestar, a su vez, en su actuación, ese poder y esa autoridad que Cristo
emanaba con la palabra y con la acción, y que hacía exclamar a los presentes:
“¿De dónde le vienen a éste esa sabiduría y esos poderes milagrosos?”
Cuando Jesús hablaba, o extendía su
mano, siempre sucedía algo: los que sufrían, eran confortados; los que tenían
ataduras, eran liberados; el demonio era expulsado. Las suyas no eran sólo
palabras: en ellas estaba el poder del Espíritu de Dios.
Esto es lo que más necesitamos: poder
y eficacia sobrenatural en nuestro servicio del Reino. No con el poder y la fuerza humanos, sino con los del Espíritu se pueden
“allanar las montañas” que están ante nosotros.
Ese dedo
sigue extendiéndose hacia cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo, para
comunicarle la energía que emana del Resucitado. Ya no comunica tan sólo fuerza
creadora, sino también fuerza redentora. “Acerca tu dedo…; acerca tu mano y
métela en mi costado” (Jn. 20,27), dice el Resucitado a Tomás. Él acercó su
dedo, acercó su mano y recibió, del contacto con Cristo, una “sacudida” tan
saludable que todas sus dudas se vinieron abajo. Es este contacto Pascual lo
que el Espíritu realiza hoy en la Iglesia, porque Cristo “vive en el Espíritu”
y el Espíritu es la fuerza misma del Resucitado.
Él nos dará
nuevo entusiasmo e inspiración, nuevo valor y nuevo vigor espiritual. Sin Él
somos un cuerpo sin vida.
“¡Toca el
que cree!” Toca el Espíritu y es tocado por el Espíritu el que cree, el que
“consiente”, entregándose a Él con una docilidad absoluta.
Al “dedo de
Dios” que se extiende hacia el hombre para comunicarle su energía, ha de
corresponder, como en el grandioso fresco de Miguel .Ángel, el dedo del hombre
que se extiende, en la fe, para recibirla.
Oración
Espíritu de
Dios, derrama sobre cada una de tus hijos, Grupos de oración, Diócesis, Regiones y Nación, tu
poder, tu unción, tu mentalidad y tu
amor.
Tócanos y
nueva vida, nuevo entusiasmo y nuevo ardor circulará con fuerza por las
arterias de nuestros Grupos de Oración, Diócesis, Regiones y Equipo Nacional, para
darte a conocer y amar a todos nuestros hermanos, y extender con nuevo vigor,
tu Reinado de Amor en el mundo. Te lo
pedimos por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
VEN, ESPÍRITU DE DIOS, DERRAMA EN NOSOTROS
TU FUERZA PODEROSA.
6º. Día. ENCIENDE TU LUZ EN LA MENTE.
El Espíritu Santo nos guía hacia la verdad plena.
¿Qué es lo
que ilumina concretamente el Espíritu Santo?
Pablo dice que Él nos hace conocer “las
profundidades de Dios”, “las cosas de Dios”, “lo que Dios gratuitamente nos ha
dado” (1Cor. 2,10-12).
El Espíritu Santo enciende en la
mente la luz de Cristo, hace presente a Aquel que dijo: “Yo soy la luz del
mundo” (Jn. 8.12).
El Espíritu Santo ilumina también
nuestro destino. En la Carta a los Efesios se pide a Dios Padre que ilumine los
ojos de nuestra mente con un espíritu de revelación para comprender: “cuál
es la esperanza a la que hemos sido llamados, cuál la inmensa gloria que Él ha
otorgado en herencia de su pueblo”
(Ef. 1,17-18).
La experiencia más frecuente del
Espíritu que “enciende” su luz en la mente, la tenemos leyendo las Escrituras.
Él continúa, en la Iglesia, la acción del Resucitado que, después de la Pascua,
“les abrió la inteligencia para que comprendieran las Escrituras” (Lc.
24,25).
Pero este verso del Veni Creator nos
interpela y nos impulsa a la acción. Después de decirnos que nosotros hemos
recibido el Espíritu de Dios para conocer lo que Dios gratuitamente nos ha
dado, Pablo añade enseguida, que el Espíritu Santo encuentra un obstáculo
decisivo en este camino:
“El hombre mundano no capta las
cosas del Espíritu de Dios. Carecen de sentido para él y no puede entenderlas,
porque sólo a la luz del Espíritu pueden ser discernidas” (1 Cor. 2,14).
Si no quitamos este obstáculo, esos
mundos que el Espíritu revela a la mente quedarán cerrados para siempre. Dios
tendrá que seguir repitiendo con tristeza: “Mis planes no son como vuestros
planes…” (Is. 55,8).
¡Cuánta necesidad de ser purificados,
para ser iluminados !
“Dichosos los que tienen un corazón limpio,
porque ellos verán a Dios” (Mt. 5,8).
Oración
ESPÍRITU DE DIOS, te consagramos
nuestra mente y nuestros Grupos de oración, Comunidades, Ministerios, Diócesis, Regiones y Nación, purifícalas de
toda tiniebla y enciende en ellas tu luz esplendorosa. Hazlas un instrumento
del conocimiento de Dios, enséñalas a penetrar con sabrosa experiencia en la
belleza del Misterio de Cristo Jesús Sacerdote y Víctima, de su Persona, su
Obra y su Palabra. Que nos establezca en la verdad del amor y nos lleve a conocer la hermosura de nuestra
vocación a la filiación divina y la esperanza de gloria a la que hemos sido
destinadas. A tu luz, Espíritu Santo,
caminaremos en la luz, seremos hijos de la luz e irradiaremos tu luz. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
VEN,
ESPÍRITU DE VERDAD, GUÍANOS A LA VERDAD COMPLETA.
7º. Día. ALEJA DE NOSOTROS AL ENEMIGO Y DANOS PRONTO LA
PAZ.
El Espíritu Santo nos concede la gran paz de Dios.
Paz expresa uno de los anhelos más
universales y profundos de todo ser humano.
Cuando decimos “aleja de nosotros al
enemigo y pronto ven a traernos la paz”, pedimos, al Espíritu Santo que realice
en nuestra vida aquello que realizó en Cristo. Que nos ayude a superar el mal,
la tentación, y nos haga gustar, ya en esta vida, alguna primicia de aquella
paz eterna que nos espera en el cielo.
La paz que le pedimos al Espíritu no
es la de una vida tranquila, es más bien la paz durante la prueba y después de
la misma, “descanso de nuestro esfuerzo” como dice la Secuencia de Pentecostés.
La paz interior existe en la medida
en que, ya desde esta vida, en la fe y en la entrega, nos adhiramos a la
Voluntad de Dios. Por eso, cuando
pedimos al Espíritu Santo que nos dé la paz, implícitamente le estamos pidiendo
que nos ayude a adherirnos, en cada momento y en todas las cosas, a la Voluntad
del Padre, como hacía Jesús. Todo “fiat” a la Voluntad Divina se traduce en un
aumento de paz.
Jesús nos enseña que la paz es fruto
de victorias: pero no de victorias sobre los enemigos, sino sobre uno mismo. Se
obtiene negándonos a nosotros mismos, venciendo nuestro orgullo, nuestra
violencia y nuestra ira. En la Cruz nos ha enseñado de un modo definitivo cómo
se obtiene la paz: “El ha restablecido la paz, destruyendo en Sí mismo la
enemistad” (Ef. 2, 15ss.).
¡Destruyendo “la enemistad”, no al
enemigo; destruyéndola “en Sí mismo”, no en los demás!
Por otra parte, no se puede reducir
la paz a un asunto privado, íntimo, a la paz del corazón; la paz tiene una
dimensión social y es un fruto del Espíritu, en el sentido de que es el
resultado conjunto de la libertad de todos, estimulada e impulsada por la
acción del Espíritu. Dondequiera que se alcance la paz, allí está actuando, de
algún modo, el Espíritu Santo.
La paz, además de ser un don de Dios
y un fruto del Espíritu, es también en el Evangelio, una bienaventuranza; no se
sitúa sólo en la línea de la gracia y las virtudes, sino también en la línea de
las obligaciones y compromisos: “Dichosos los que construyen la paz, porque
serán llamados hijos de Dios” (Mt. 5,9).
Oración
Ven, Espíritu de paz, de confianza,
de fuerza y de santa alegría. Suscita en nosotros el compromiso de construir la
paz y la justicia, para ser verdaderamente testigos de tu Reino.
Ven, alegría oculta en las lágrimas
del mundo; ven, Padre de los pobres; ven, socorro de los oprimidos.
No tenemos nada que pueda obligarte,
pero por eso, estamos más llenos de confianza.
Nuestro corazón teme ocultamente que
vengas, porque eres desinteresado y delicado; porque eres distinto a él.
Pero la más firme promesa es que Tú
vienes. Quédate con nosotros. Quédate en nuestros Grupos de oración,
Comunidades, Ministerios, Diócesis, Regiones y Nación.
¡VEN, ESPÍRITU DE PAZ, VEN A
TRAERNOS LA PAZ DE DIOS!
8º. Día. HAZ QUE POR TI CONOZCAMOS AL
PADRE.
El Espíritu Santo nos infunde
el sentimiento de la filiación divina.
Con esta invocación le estamos
pidiendo al Espíritu que haga dos cosas:
que nos haga conocer a Dios como Padre de Nuestro Señor Jesucristo, como “Padre
eterno”; y que nos haga conocer a Dios como nuestro “Padre”, es decir, que nos
infunda el sentimiento tierno de la filiación divina.
El Espíritu Santo no sólo nos hace
“conocer al Padre, sino que nos hace “estar” en el Padre: “En esto conocemos
que permanecemos en Él, y Él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu” (1
Jn. 4,13).
En el centro de la nueva vida
que brota de la Pascua de Cristo, San
Pablo sitúa la obra que el Espíritu Santo realiza en las profundidades del
corazón humano, cuando le hace descubrir
a Dios como Padre, y a sí mismo como hijo de Dios: “Y la prueba de que son
hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama:
“Abba”, es decir, “Padre” (Gal. 4,6; Rom 8, 15-16).
HAZ QUE EN TI CONOZCAMOS AL PADRE
Sobre todo una cosa: ¡Danos a conocer
el amor del Padre!
Esta es la misión por excelencia del
Paráclito: derramar en nuestro corazón el amor de Dios; darnos, de Él, no sólo
un conocimiento abstracto, sino el sentimiento vivo. Por eso se porta “como una
madre que enseña a su niño a decir “papá”, y repite este nombre con él, hasta
que el niño se acostumbra a llamar al padre hasta en sueños”.
No hay plegaria más importante que
podamos dirigir al Espíritu que ésta: ¡Danos a conocer el amor que el Padre nos
tiene, y eso nos basta!
Pedir esto, significa también
satisfacer sus deseos, obedecer a sus mandatos. Por eso le decimos: ¡Danos a
conocer la Voluntad del Padre! Es precisamente mediante el Espíritu Santo, como
Dios nos da a conocer sus planes más secretos (Ef. 1,9).
DANOS A CONOCER AL HIJO
San Pablo habla de un conocimiento
“superior”, y hasta “sublime”, de Cristo, que consiste en conocerlo y
proclamarlo “Señor”: (Flp. 3,8). Es la
proclamación que, unida a la fe en la Resurrección de Cristo, nos salva (Rom.
10,9). Y este conocimiento lo hace posible sólo el Espíritu Santo: “Nadie
puede decir: “Jesús es Señor”, si no está movido por el Espíritu Santo” (1
Cor. 12,3).
La fuerza objetiva de la frase:
“Jesús es Señor”, está en el hecho de que hace presente la historia y en
particular el Misterio Pascual: “Para eso murió y resucitó Cristo: para ser
Señor de vivos y muertos” (Rom. 14,9).
En lo que depende de nosotros, la
fuerza de esa proclamación está en que supone también una decisión. Quien la
pronuncia decide sobre el sentido de su vida. Es como si dijera: “Tú eres mi Señor”;
yo me someto a Ti. Te reconozco libremente como mi Salvador, mi jefe, mi
maestro, aquel que tiene todos los derechos sobre mí.
Oración
Espíritu
de Dios, te amamos porque eres el mismo Amor. Por Ti, tenemos a Dios como Padre
y a Jesús como hermano. Por Ti, conocemos al
Padre y eres Tú quien nos haces exclamar: “¡Abbá,
Padre!”.
Por Ti conocemos al Hijo, nos revelas su
misterio y nos configuras a Él haciéndonos hijos en el Hijo.
Eres
Tú, quien nos hace exclamar: ¡Jesús es mi Señor!
Haznos
saborear el misterio de nuestra filiación divina.
Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
¡VEN, ESPÍRITU DE FILIACIÓN,
HAZNOS HIJOS EN EL HIJO!
9º. Día. Y EN TI,
QUE ERES DE AMBOS, HAZ QUE CREAMOS
ETERNAMENTE.
El Espíritu Santo nos ilumina sobre el Misterio de su Persona.
¡Creer
en el Espíritu Santo! Significa creer que Él es el amor mutuo entre el Padre y
el Hijo, el beso, el abrazo recíproco, lleno de júbilo y felicidad, y que,
gracias a Él, el ser humano se haya incluido, de algún modo, en este abrazo y
este beso del Padre y del Hijo.
Esto es
lo que debe significar para nosotras decir: “¡Creo en el Espíritu Santo!”.
No sólo
creer en la existencia de una tercera Persona en la Trinidad, sino también
creer en su presencia en medio de nosotros, en nuestro mismo corazón.
Creer
en la victoria final del amor. Creer que el Espíritu Santo está conduciendo a
la Iglesia hacia la unidad completa, del mismo modo que la está conduciendo a
la verdad completa.
Creer
en la unidad final de todo el género humano, aunque se nos antoje muy lejana y
tal vez sólo escatológica, porque es Él quien guía la historia y preside el
“regreso de todas las cosas a Dios”.
Creer
en el Espíritu Santo significa, pues, creer en el sentido de la historia, de la
vida, en el cumplimiento de las esperanzas humanas, en la total redención de
nuestro cuerpo y del cuerpo más grande que es todo el cosmos, porque es Él
quien lo sostiene y lo hace gemir, como entre los dolores de un parto.
Oración
Creer en el Espíritu Santo significa adorarlo, amarlo,
bendecirlo, alabarlo y darle gracias; como queremos hacerlo ahora para concluir
esta preparación a su venida:
-
Gracias, Espíritu Santo, porque transformas continuamente nuestro caos en
cosmos; porque has visitado nuestras mentes y has llenado de gracia nuestros
corazones.
-
Gracias, porque eres luz que lo escudriña todo, nos enseñas a discernir y a
descubrir la verdad; gracias, porque nos has dado la certeza de esta presencia
operante tuya a lo largo de nuestra vida.
-
Gracias, porque eres para nosotros el consolador; el don supremo del Padre, el
agua viva, el fuego, el amor y la unción espiritual.
-
Gracias, por los infinitos dones y carismas que, como dedo poderoso de Dios,
has distribuido entre los hombres; Tú promesa cumplida del Padre y siempre por
cumplir.
-
Gracias, por las palabras de fuego que jamás has dejado de poner en la boca de
los profetas, los pastores, los misioneros y los orantes. Te bendecimos, porque
estas palabras tuyas no han cesado de avivar la llama del amor en los corazones
de tus hijos.
-
Gracias, por la luz de Cristo que has hecho brillar en nuestras mentes; por tu
amor que has infundido en nuestros corazones, y la curación que has realizado
en nuestro cuerpo enfermo.
-
Gracias, por haber estado a nuestro lado en la lucha, por habernos ayudado a
vencer al enemigo; o a volver a levantarnos tras la derrota.
-
Gracias, por haber sido nuestro guía en las difíciles decisiones de la vida y
habernos preservado de la seducción del mal.
-
Gracias, finalmente, por habernos revelado el rostro del Padre y enseñado a
gritar: ¡Abbá, Padre!
-
Gracias, porque nos impulsas a proclamar: “¡Jesús es mi Señor!”
-
Gracias, por haberte manifestado a la Iglesia de ayer y a la de nuestros días como el vínculo de
unidad entre el Padre y el Hijo, objeto inefable de su aspiración de amor,
soplo vital y fragancia de unción divina que el Padre transmite al Hijo,
engendrándolo antes de la aurora.
-
Simplemente porque existes, ahora y para toda la eternidad, Espíritu Santo, ¡te
damos gracias!
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