Homilía del Papa Francisco santa Misa Crismal de: Jueves Santo
El
Santo Padre destacó la importancia de la cercanía en la misión pastoral y en la
labor sacerdotal. “La cercanía es más que el nombre de una virtud particular,
es una actitud que involucra a la persona entera, a su modo de vincularse, de
estar a la vez en sí mismo y atento al otro”, afirmó el Pontífice.
A
continuación el texto completo de la homilía del Papa Francisco:
Queridos
hermanos, sacerdotes de la diócesis de Roma y de las demás diócesis del mundo:
Leyendo
los textos de la liturgia de hoy me venía a la mente, de manera insistente, el
pasaje del Deuteronomio que dice: «Porque ¿dónde hay una nación tan grande que
tenga unos dioses tan cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo
invocamos?» (4,7). La cercanía de Dios... nuestra cercanía apostólica.
En
el texto del profeta Isaías contemplamos al enviado de Dios ya «ungido y
enviado», en medio de su pueblo, cercano a los pobres, a los enfermos, a los
prisioneros... y al Espíritu que «está sobre él», que lo impulsa y lo acompaña
por el camino.
En
el Salmo 88 vemos cómo la compañía de Dios, que ha conducido al rey David de la
mano desde que era joven y que le prestó su brazo, ahora que es anciano, toma
el nombre de fidelidad: la cercanía mantenida a lo largo del tiempo se llama
fidelidad.
El
Apocalipsis nos acerca, hasta que podemos verlo, al «Erjómenos», al Señor que
siempre «está viniendo» en Persona. La alusión a que «lo verán los que lo
traspasaron» nos hace sentir que siempre están a la vista las llagas del Señor
resucitado, siempre está viniendo a nosotros el Señor si nos queremos «hacer
próximos» en la carne de todos los que sufren, especialmente de los niños.
En la imagen central del Evangelio de hoy, contemplamos al Señor
a través de los ojos de sus paisanos que estaban «fijos en él» (Lc 4,20). Jesús
se alzó para leer en su sinagoga de Nazaret. Le fue dado el rollo del profeta
Isaías. Lo desenrolló hasta que encontró el pasaje del enviado de Dios. Leyó en
voz alta: «El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y enviado...»
(61,1). Y terminó estableciendo la cercanía tan provocadora de esas palabras:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).
Jesús
encuentra el pasaje y lee con la competencia de los escribas. Él habría podido
perfectamente ser un escriba o un doctor de la ley, pero quiso ser un
«evangelizador», un predicador callejero, el «portador de alegres noticias»
para su pueblo, el predicador cuyos pies son hermosos, como dice Isaías (cf. 52,7).
Esta
es la gran opción de Dios: el Señor eligió ser alguien cercano a su pueblo.
¡Treinta años de vida oculta! Después comenzará a predicar. Es la pedagogía de
la encarnación, de la inculturación; no solo en las culturas lejanas, también
en la propia parroquia, en la nueva cultura de los jóvenes...
La
cercanía es más que el nombre de una virtud particular, es una actitud que
involucra a la persona entera, a su modo de vincularse, de estar a la vez en sí
mismo y atento al otro. Cuando la gente dice de un sacerdote que «es cercano»
suele resaltar dos cosas: la primera es que «siempre está» (contra el que
«nunca está»: «Ya sé, padre, que usted está muy ocupado», suelen decir). Y otra
es que sabe encontrar una palabra para cada uno. «Habla con todos», dice la
gente: con los grandes, los chicos, los pobres, con los que no creen... Curas
cercanos, que están, que hablan con todos... Curas callejeros.
Uno
que aprendió bien de Jesús a ser predicador callejero fue Felipe. Dicen los
Hechos que recorría anunciando la Buena Nueva de la Palabra predicando en todas
las ciudades y que estas se llenaban de alegría (cf. 8,4.5-8). Felipe era uno
de esos a quienes el Espíritu podía «arrebatar» en cualquier momento y hacerlo
salir a evangelizar, yendo de un lado para otro, uno capaz hasta de bautizar
gente de buena fe, como el ministro de la reina de Etiopía, y hacerlo ahí
mismo, en la calle (cf. Hch 8,5; 36-40).
La
cercanía es la clave del evangelizador porque es una actitud clave en el
Evangelio (el Señor la usa para describir el Reino). Nosotros tenemos
incorporado que la proximidad es la clave de la misericordia, porque la
misericordia no sería tal si no se las ingeniara siempre, como «buena
samaritana», para acortar distancias.
Pero
creo que nos falta incorporar más el hecho de que la cercanía es también la
clave de la verdad. ¿Se pueden acortar distancias en la verdad? Sí se puede.
Porque la verdad no es solo la definición que hace nombrar las situaciones y
las cosas a distancia de concepto y de razonamiento lógico. No es solo eso. La
verdad es también fidelidad (emeth), esa que te hace nombrar a las personas con
su nombre propio, como las nombra el Señor, antes de ponerles una categoría o
definir «su situación».
Hay
que estar atentos a no caer en la tentación de hacer ídolos con algunas
verdades abstractas. Son ídolos cómodos que están a mano, que dan cierto
prestigio y poder y son difíciles de discernir. Porque la «verdad-ídolo» se
mimetiza, usa las palabras evangélicas como un vestido, pero no deja que le
toquen el corazón. Y, lo que es mucho peor, aleja a la gente simple de la
cercanía sanadora de la Palabra y de los sacramentos de Jesús.
En
este punto, acudimos a María, Madre de los sacerdotes. La podemos invocar como
«Nuestra Señora de la Cercanía»: «Como una verdadera madre, ella camina con
nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de
Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286), de modo tal que nadie se sienta
excluido. Nuestra Madre no solo es cercana por ir a servir con esa «prontitud»
(ibíd., 288) que es un modo de cercanía, sino también por su manera de decir
las cosas.
En
Caná, el momento oportuno y el tono suyo con el cual dice a los servidores
«Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5), hará que esas palabras sean el molde
materno de todo lenguaje eclesial. Pero para decirlas como ella, además de
pedirle la gracia, hay que saber estar allí donde «se cocinan» las cosas
importantes, las de cada corazón, las de cada familia, las de cada cultura.
Solo en esta cercanía uno puede discernir cuál es el vino que falta y cuál es
el de mejor calidad que quiere dar el Señor.
Les
sugiero meditar tres ámbitos de cercanía sacerdotal en los que estas palabras:
«Hagan todo lo que Jesús les diga» deben resonar ?de mil modos distintos pero
con un mismo tono materno? en el corazón de las personas con las que hablamos:
el ámbito del acompañamiento espiritual, el de la confesión y el de la
predicación.
La
cercanía en la conversación espiritual, la podemos meditar contemplando el
encuentro del Señor con la Samaritana. El Señor le enseña a discernir primero
cómo adorar, en Espíritu y en verdad; luego, con delicadeza, la ayuda a poner
nombre a su pecado y, por fin, se deja contagiar por su espíritu misionero y va
con ella a evangelizar a su pueblo. Modelo de conversación espiritual es el del
Señor, que sabe hacer salir a la luz el pecado de la Samaritana sin que
proyecte su sombra sobre su oración de adoradora ni ponga obstáculos a su
vocación misionera.
La
cercanía en la confesión la podemos meditar contemplando el pasaje de la mujer
adúltera. Allí se ve claro cómo la cercanía lo es todo porque las verdades de
Jesús siempre acercan y se dicen (se pueden decir siempre) cara a cara. Mirando
al otro a los ojos ?como el Señor cuando se puso de pie después de haber estado
de rodillas junto a la adúltera que querían apedrear, y puede decir: «Yo
tampoco te condeno» (Jn 8,11), no es ir contra la ley. Y se puede agregar «En
adelante no peques más» (ibíd.), no con un tono que pertenece al ámbito
jurídico de la verdad-definición ?el tono de quien siente que tiene que
determinar cuáles son los condicionamientos de la Misericordia divina? sino que
es una frase que se dice en el ámbito de la verdad-fiel, que le permite al
pecador mirar hacia adelante y no hacia atrás. El tono justo de este «no peques
más» es el del confesor que lo dice dispuesto a repetirlo setenta veces siete.
En la imagen central del Evangelio de hoy, contemplamos al Señor
a través de los ojos de sus paisanos que estaban «fijos en él» (Lc 4,20). Jesús
se alzó para leer en su sinagoga de Nazaret. Le fue dado el rollo del profeta
Isaías. Lo desenrolló hasta que encontró el pasaje del enviado de Dios. Leyó en
voz alta: «El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y enviado...»
(61,1). Y terminó estableciendo la cercanía tan provocadora de esas palabras:
«Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír» (Lc 4,21).
Jesús
encuentra el pasaje y lee con la competencia de los escribas. Él habría podido
perfectamente ser un escriba o un doctor de la ley, pero quiso ser un
«evangelizador», un predicador callejero, el «portador de alegres noticias»
para su pueblo, el predicador cuyos pies son hermosos, como dice Isaías (cf.
52,7).
Esta
es la gran opción de Dios: el Señor eligió ser alguien cercano a su pueblo.
¡Treinta años de vida oculta! Después comenzará a predicar. Es la pedagogía de
la encarnación, de la inculturación; no solo en las culturas lejanas, también
en la propia parroquia, en la nueva cultura de los jóvenes...
La
cercanía es más que el nombre de una virtud particular, es una actitud que
involucra a la persona entera, a su modo de vincularse, de estar a la vez en sí
mismo y atento al otro. Cuando la gente dice de un sacerdote que «es cercano»
suele resaltar dos cosas: la primera es que «siempre está» (contra el que
«nunca está»: «Ya sé, padre, que usted está muy ocupado», suelen decir). Y otra
es que sabe encontrar una palabra para cada uno. «Habla con todos», dice la
gente: con los grandes, los chicos, los pobres, con los que no creen... Curas
cercanos, que están, que hablan con todos... Curas callejeros.
Uno
que aprendió bien de Jesús a ser predicador callejero fue Felipe. Dicen los
Hechos que recorría anunciando la Buena Nueva de la Palabra predicando en todas
las ciudades y que estas se llenaban de alegría (cf. 8,4.5-8). Felipe era uno
de esos a quienes el Espíritu podía «arrebatar» en cualquier momento y hacerlo
salir a evangelizar, yendo de un lado para otro, uno capaz hasta de bautizar
gente de buena fe, como el ministro de la reina de Etiopía, y hacerlo ahí
mismo, en la calle (cf. Hch 8,5; 36-40).
La
cercanía es la clave del evangelizador porque es una actitud clave en el
Evangelio (el Señor la usa para describir el Reino). Nosotros tenemos
incorporado que la proximidad es la clave de la misericordia, porque la
misericordia no sería tal si no se las ingeniara siempre, como «buena
samaritana», para acortar distancias.
Pero
creo que nos falta incorporar más el hecho de que la cercanía es también la
clave de la verdad. ¿Se pueden acortar distancias en la verdad? Sí se puede.
Porque la verdad no es solo la definición que hace nombrar las situaciones y las
cosas a distancia de concepto y de razonamiento lógico. No es solo eso. La
verdad es también fidelidad (emeth), esa que te hace nombrar a las personas con
su nombre propio, como las nombra el Señor, antes de ponerles una categoría o
definir «su situación».
Hay
que estar atentos a no caer en la tentación de hacer ídolos con algunas
verdades abstractas. Son ídolos cómodos que están a mano, que dan cierto
prestigio y poder y son difíciles de discernir. Porque la «verdad-ídolo» se
mimetiza, usa las palabras evangélicas como un vestido, pero no deja que le
toquen el corazón. Y, lo que es mucho peor, aleja a la gente simple de la
cercanía sanadora de la Palabra y de los sacramentos de Jesús.
En
este punto, acudimos a María, Madre de los sacerdotes. La podemos invocar como
«Nuestra Señora de la Cercanía»: «Como una verdadera madre, ella camina con
nosotros, lucha con nosotros, y derrama incesantemente la cercanía del amor de
Dios» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 286), de modo tal que nadie se sienta
excluido. Nuestra Madre no solo es cercana por ir a servir con esa «prontitud»
(ibíd., 288) que es un modo de cercanía, sino también por su manera de decir
las cosas.
En
Caná, el momento oportuno y el tono suyo con el cual dice a los servidores
«Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5), hará que esas palabras sean el molde
materno de todo lenguaje eclesial. Pero para decirlas como ella, además de
pedirle la gracia, hay que saber estar allí donde «se cocinan» las cosas
importantes, las de cada corazón, las de cada familia, las de cada cultura.
Solo en esta cercanía uno puede discernir cuál es el vino que falta y cuál es
el de mejor calidad que quiere dar el Señor.
Les
sugiero meditar tres ámbitos de cercanía sacerdotal en los que estas palabras:
«Hagan todo lo que Jesús les diga» deben resonar ?de mil modos distintos pero
con un mismo tono materno? en el corazón de las personas con las que hablamos:
el ámbito del acompañamiento espiritual, el de la confesión y el de la
predicación.
La
cercanía en la conversación espiritual, la podemos meditar contemplando el
encuentro del Señor con la Samaritana. El Señor le enseña a discernir primero
cómo adorar, en Espíritu y en verdad; luego, con delicadeza, la ayuda a poner
nombre a su pecado y, por fin, se deja contagiar por su espíritu misionero y va
con ella a evangelizar a su pueblo. Modelo de conversación espiritual es el del
Señor, que sabe hacer salir a la luz el pecado de la Samaritana sin que
proyecte su sombra sobre su oración de adoradora ni ponga obstáculos a su
vocación misionera.
La
cercanía en la confesión la podemos meditar contemplando el pasaje de la mujer
adúltera. Allí se ve claro cómo la cercanía lo es todo porque las verdades de
Jesús siempre acercan y se dicen (se pueden decir siempre) cara a cara. Mirando
al otro a los ojos ?como el Señor cuando se puso de pie después de haber estado
de rodillas junto a la adúltera que querían apedrear, y puede decir: «Yo
tampoco te condeno» (Jn 8,11), no es ir contra la ley. Y se puede agregar «En
adelante no peques más» (ibíd.), no con un tono que pertenece al ámbito
jurídico de la verdad-definición ?el tono de quien siente que tiene que
determinar cuáles son los condicionamientos de la Misericordia divina? sino que
es una frase que se dice en el ámbito de la verdad-fiel, que le permite al
pecador mirar hacia adelante y no hacia atrás. El tono justo de este «no peques
más» es el del confesor que lo dice dispuesto a repetirlo setenta veces siete.
Por último, el ámbito de la predicación. Meditamos en él
pensando en los que están lejos, y lo hacemos escuchando la primera prédica de
Pedro, que debe incluirse dentro del acontecimiento de Pentecostés. Pedro
anuncia que la palabra es «para los que están lejos» (Hch 2,39), y predica de
modo tal que el kerigma les «traspasó el corazón» y les hizo preguntar: «¿Qué
tenemos que hacer?» (Hch 2,37). Pregunta que, como decíamos, debemos hacer y
responder siempre en tono mariano, eclesial.
La
homilía es la piedra de toque «para evaluar la cercanía y la capacidad de
encuentro de un Pastor con su pueblo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 135). En
la homilía se ve qué cerca hemos estado de Dios en la oración y qué cerca
estamos de nuestro pueblo en su vida cotidiana.
La
buena noticia se da cuando estas dos cercanías se alimentan y se curan
mutuamente. Si te sientes lejos de Dios, acércate a su pueblo, que te sanará de
las ideologías que te entibiaron el fervor. Los pequeños te enseñarán a mirar
de otra manera a Jesús. Para sus ojos, la Persona de Jesús es fascinante, su
buen ejemplo da autoridad moral, sus enseñanzas sirven para la vida.
Si
te sientes lejos de la gente, acércate al Señor, a su Palabra: en el Evangelio,
Jesús te enseñará su modo de mirar a la gente, qué valioso es a sus ojos cada
uno de aquellos por los que derramó su sangre en la Cruz. En la cercanía con
Dios, la Palabra se hará carne en ti y te volverás un cura cercano a toda
carne. En la cercanía con el pueblo de Dios, su carne dolorosa se volverá
palabra en tu corazón y tendrás de qué hablar con Dios, te volverás un cura
intercesor.
Al
sacerdote cercano, ese que camina en medio de su pueblo con cercanía y ternura
de buen pastor (y unas veces va adelante, otras en medio y otras veces va
atrás, pastoreando), no es que la gente solamente lo aprecie mucho; va más
allá: siente por él una cosa especial, algo que solo siente en presencia de
Jesús.
Por
eso, no es una cosa más esto de «discernir nuestra cercanía». En ella nos
jugamos «hacer presente a Jesús en la vida de la humanidad» o dejar que se
quede en el plano de las ideas, encerrado en letras de molde, encarnado a lo
sumo en alguna buena costumbre que se va convirtiendo en rutina.
Le
pedimos a María, «Nuestra Señora de la Cercanía», que «nos acerque» entre
nosotros y, a la hora de decirle a nuestro pueblo que «haga todo lo que Jesús
le diga», nos unifique el tono, para que en la diversidad de nuestras
opiniones, se haga presente su cercanía materna, esa que con su «sí» nos acercó
a Jesús para siempre.
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