NOVENA AL ESPÍRITU SANTO
2019 - ABRIL 1 AL 9 DEL 2020
VEN ESPÌRITU SANTO Y" SÁLVANOS "DE ESTA TEMPESTAD
MUCHOS NO CREEN;NOSOTROS "SI"
HUMILDEMENTE
TE PEDIMOS PERDÒN Y MISERICORDIA
PERLA
Introducción
Por la señal de la santa cruz +
Credo…
Esta novena al Espíritu Santo tiene un hilo transversal que se
va desglosando a lo largo de los nueve días: el Ven Espíritu Creador.
La reflexión de cada día
corresponde a algún verso de este Himno.
Sus seis estrofas están contenidas con uno o dos versos de cada una, de
tal manera que al terminar con el noveno día, se recorre prácticamente todo el
Himno.
Hemos querido centrarnos en el Ven Creator porque es un Himno no
solamente
“rico en inspiraciones sino que “encierra en sí una grandiosa
visión teológica sobre el Espíritu Santo en la historia de la salvación”, según
el P. Raniero Cantalamessa. El contenido
de las consideraciones está tomado del libro: “El Canto del Espíritu” del Padre
Raniero.
Pedimos como intenciones de esta Novena:
ü Redescubrir Nuestra
Identidad Carismática Católica, intercediendo por la RCC de toda Argentina.
ü Vivir una profunda
experiencia de Cenáculo.
ü Ser capacitados para ser
misioneros de la Cultura de Pentecostés experimentando una nueva efusión del
Espíritu Santo.
ü Interceder insistentemente por
nuestra Patria.
ü Por la unidad y la santidad de toda la iglesia.
ü Por los hombres y mujeres alejados de Dios.
ü Por la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural.
ü Por la sanación de toda la humanidad en peligro.
DONES DEL ESPÌRITU SANTO
1ª DON DE SABIDURÍA.
2º DON DE ENTENDIMIENTO
3º DON DE CIENCIA
4º DON DE CONSEJO
5º DON DE FORTALEZA
6º DON DE PIEDAD
7º DON DE TEMOR DE DIOS
Oración inicial para todos los días.
ESPÍRITU SANTO, un gran anhelo arde en el
corazón de tus hijos al iniciar esta novena: deseamos que vengas con tu fuerza
y tu poder, con tu luz y con tu fuego, a fortalecer nuestras débiles
voluntades, a iluminar nuestras mentes y a
encender nuestros corazones y nuestros Grupos de Oración, Comunidades,
Ministerios, Diócesis, Regiones y Equipo Nacional, con el fuego de tu amor.
Humildemente te pedimos, que nos des las disposiciones
necesarias para hacerte una morada digna, en nuestro interior:
-Purifícanos de todo lo que sea un obstáculo, para que vengas
con la abundancia de tus dones y gracias.
-Concédenos aquella apertura de corazón que, vaciado de sí
mismo, se ensancha para recibirte.
-Danos la gracia de esperarte como Grupos de Oración,
Comunidades, y como Equipos
Coordinadores de la RCC, unidos en la
oración y fervientes en el amor.
Con María, la Madre de Jesús, te esperamos como los apóstoles en
el cenáculo:
¡Ven, Espíritu Santo! ¡Ven!
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la llama de tu amor. Oh, Dios, que con la luz del Espíritu Santo iluminas los corazones de tus fieles, concédenos que guiados por el mismo Espíritu, disfrutemos de lo que es recto y nos gocemos con su consuelo celestial.
1- Ven, Espíritu Santo, por tu don Sabiduría, concédenos la gracia de apreciar y estimar los bienes del cielo y muéstranos los medios para alcanzarlos. Gloria …
2 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Entendimiento, ilumina nuestras mentes respecto a los misterios de la salvación, para que podamos comprenderlos perfectamente y abrazarlos con fervor. Gloria…
3 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Consejo, inclina nuestros corazones a actuar con rectitud y justicia para beneficio de nosotros mismos y de nuestros semejantes. Gloria…
4 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Fortaleza, fortaléceme con tu gracia contra los enemigos de nuestra alma, para que podamos obtener la corona de la victoria. Gloria…
5 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Ciencia, enséñanos a vivir entre las cosas terrenos para así no perder las eternas. Gloria…
6 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Piedad, inspíranos a vivir sobria, justa, y piadosamente en esta vida, para alcanzar el cielo en la otra vida. Gloria …
7 - Ven, Espíritu Santo, por tu don de Temor de Dios, hiere nuestros cuerpos con tu temor para así trabajar por la salvación de nuestras almas. Gloria…
1er.
Día. VEN, ESPÍRITU CREADOR.
El
Espíritu Creador transforma el caos en cosmos.
¿Cómo puede un ser que ya existe invocar al Espíritu Santo como creador?
Invocar al Espíritu como creador:
- supone volver, en la fe, a ese momento en que Dios ya tenía
sobre nosotros todo poder, aun cuando no éramos más que un pensamiento de su
corazón y Él podía hacer de nosotros lo que quisiera, sin menoscabar nuestra
libertad;
- es devolver a Dios nuestra libertad. Es volver a ponernos por
decisión espontánea, como la arcilla en manos del alfarero, diciéndole las
palabras que Él mismo inspiró al efecto: “Señor, Tú eres nuestro Padre,
nosotros somos la arcilla y Tú el alfarero, somos todos obra de tus manos”
(Is. 64,7);
- significa abandonarnos a la acción soberana de Dios, con una
confianza total; significa quitar toda condición y estar dispuestas a todo. Es
darle a Dios un cheque en blanco, como hizo María cuando dijo: “Aquí está la
esclava del Señor, que me suceda según dices” (Lc. 1,36).
La acción creadora del Espíritu está en el origen de la
perfección de lo creado. Él es siempre el que lleva del caos al cosmos; en
definitiva: del desorden al orden, de la confusión a la armonía, de la
deformidad a la belleza, de lo trillado a la novedad. Es aquel que: “crea y
renueva la faz de la tierra”.
Por la primera creación, somos criaturas de Dios; por la segunda
creación, somos además hijos de Dios. La nueva creación no es otra cosa que el
nuevo nacimiento “de lo alto” o “del Espíritu”, del que habla Jesús en el
Evangelio (Jn.3,3-5). Su máxima creación es nuestra conformación a Cristo Jesús.
Oración:
- El Espíritu de Dios,
que actuaba sobre el caos primordial y dentro del mismo, sigue actuando en el
mundo, por eso le pedimos:
- Ven, Espíritu, aletea y sopla también sobre la parte de caos
que hay en mí, en mi grupo de oración, en mi Diócesis, en mi Región, en la RCC de Argentina, en la
Iglesia, en el mundo, transfórmanos en una nueva creación: haz cada día más
plena nuestra realidad filial y nuestra fidelidad.
- Penetra todo lo que aún es oscuro, confuso o superficial,
revélanos la profunda verdad de la Voluntad del Padre sobre nuestra RCC de
Argentina y sobre nuestras vidas.
- Que tu aliento nos impulse a abandonar nuestras concretas
situaciones personales en la búsqueda humilde y activa de la “nueva tierra” a
donde quieres conducirnos. ¡Desinstálanos, quebrántanos, modélanos!
- Que tu
fuerza nos encienda para descubrir la verdad en el amor, huyendo de cuanto
pueda entibiar el cariño fraterno y posponer el supremo valor de la
unión entre nosotros.
- ¡Nos
hace falta un nuevo y santo Pentecostés!
Desciende a nuestra tierra abierta y llena de esperanza,
sedienta de Ti.
- Tú que haces nuevas todas las cosas, haz de nosotros una
creación nueva, renacida al calor de Pentecostés, para gloria del Padre y
extensión de tu reinado entre los hombres. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
¡VEN, ESPÍRITU CREADOR, RENUEVA
NUESTRA RCC Y NUESTRO CORAZÓN!
2º.
Día. VEN… VISITA… LLENA DE TU GRACIA LOS
CORAZONES QUE HAS CREADO.
El
Espíritu Santo renueva en nuestros días los prodigios del primer Pentecostés.
De Jesús se dice que “lleno del Espíritu Santo” regresó
del Jordán (Lc. 4,1); llenos del Espíritu Santo se dice también que estaban
Juan, el Bautista, Isabel y Esteban. La narración del milagro de Pentecostés
dice que: “Todos quedaron llenos del Espíritu Santo” (Hch. 2,4).
El Espíritu Santo, como gracia, es el don absolutamente
gratuito, inmerecido, de Dios a los hombres.
El Espíritu Santo no es una realidad intemporal, vaga, que
envuelve al creyente un poco como hace la atmósfera con la tierra. El, cómo
Cristo, ha entrado en la historia, y
mediante el Bautismo, en la vida de todo creyente.
La gracia es el Espíritu Santo, por tanto, lo que le pedimos es
que nos llene de Sí mismo.
¡VEN, VISITA, LLENA!
Que se
realice en nosotros una nueva efusión del Espíritu, un nuevo Pentecostés.
¿Qué necesitamos para que podamos tener esta experiencia?
Primero, pedir con insistencia el Espíritu Santo al Padre, en el nombre de
Jesús, ¡y esperar a que el Padre responda! Hay que tener una fe llena de
esperanza.
¿Sobre quién viene el Espíritu Santo? Viene donde es amado,
donde es invitado, donde es esperado.
El que
clama: “Ven, visita, llena”, se entrega al Espíritu, le da las riendas de su
vida, las llaves de su casa, por eso tenemos que estar preparados a que algo
cambie en nuestra vida. No podemos
invitar al Espíritu Santo a venir, a llenarnos, con tal de que lo deje todo
como estaba. “Lo que el Espíritu toca, el Espíritu cambia”. ¡Entregarse al
Padre, para que el Padre nos entregue su Espíritu! Esa la condición…
Oración
- Te pedimos, Padre, el don de tu Espíritu para que se derrame
sobre nosotros con una nueva efusión de gracia, y podamos experimentar la
fuerza que movió a los apóstoles a entregarse con ardor a la difusión de la
Buena Nueva, a fin de extender con pasión tu Reinado de Amor en el mundo.
- Renueva, Espíritu Santo, en nuestras vidas, Grupos de oración,
Comunidades, Ministerios, Diócesis, Regiones y Nación todos los
prodigios que realizaste al comienzo de la predicación del Evangelio: ¡Ven,
visita, llena nuestros corazones con el fuego de tu amor!
- Que la venida de tu Espíritu, Señor, venga a renovar la faz de
la tierra, y despierte en todos los hombres anhelos de fraternidad e
iniciativas para ir construyendo la civilización del amor.
- Que la Iglesia toda se abra generosamente a recibir el don del
Espíritu para ser un signo transparente de unidad y de paz ante los hombres.
- Suscita, Espíritu Santo, en muchos jóvenes el deseo de seguir
a Jesús, y dales la fortaleza para responder generosamente a tu llamado. Por
Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
VEN,
ESPÍRITU DE PLENITUD, VISÍTANOS Y LLÉNANOS CON EL FUEGO DE TU AMOR!
3er. Día.
TÚ ERES NUESTRO PARÁCLITO.
El Espíritu Santo nos enseña a ser Paráclitos.
El concepto Paráclito, aplicado al Espíritu Santo, no es tan
extraño. Se trata de la culminación de toda una línea de pensamiento bíblico.
En el Antiguo Testamento, Dios es el gran consolador de su pueblo, aquel que
proclama: “Soy yo quien os consuela”, “vuestro Paráclito” (Is.
51,12), aquel que “consuela como una madre” (Is. 66,13).
Este consuelo de
Dios, o este “Dios del consuelo” (Rom. 15,5), se ha encarnado en
Jesucristo, que se define como el primer Consolador o Paráclito (Jn. 14,15).
“Paráclito” es el
título que expresa con más claridad el carácter personal del Espíritu Santo.
Aquel que continúa la obra de Cristo y lleva a cabo las obras comunes de la
Trinidad, el “otro Consolador”, como lo llama precisamente Jesús.
Con este término
estamos tocando en cierto sentido, el vértice de la revelación sobre el Espíritu
Santo. El no es sólo “algo”, sino “Alguien”.
Alguien que permanece en nosotros como presencia, interlocutor,
defensor, amigo consolador, el “dulce huésped del alma”, aquel que fue el
compañero inseparable de Jesús, ya durante su vida terrena, y ahora quiere
serlo también de cada uno de nosotros. Todo lo mejor, lo más dulce, que una
persona pueda esperarse de otra persona, e infinitamente más, se encuentra en
Él.
¡Tenemos que convertirnos
nosotros mismas en paráclitos!
¿Cómo debemos
consolar? Con el mismo consuelo que hemos recibido de Dios.
San Pablo escribe:
“Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y
Dios de todo consuelo. Él es el que nos conforta en todas nuestras
tribulaciones, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos
nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados” (II Cor.
1,3-4).
En cierto sentido,
el Espíritu Santo nos necesita para ser paráclitos. Él quiere consolar,
defender, exhortar; pero no tiene boca, ni manos, ni ojos para “dar cuerpo” a
su consuelo. Pero tiene nuestras manos, nuestros ojos, nuestra boca.
Pidamos esta
gracia a María, a quien la piedad cristiana honra con el título de “Consoladora
de los afligidos” y “Abogada” de los pecadores. ¡Ella sí que se ha hecho “paráclito”
para nosotros!
Oración
Espíritu
Consolador, abre nuestros brazos y nuestro corazón ante las necesidades más
urgentes de nuestro mundo, y permite que
seamos dentro de él, imagen y presencia viva de Jesús Sacerdote y Víctima, de
tal manera que identificados en su actitud de enviado del Padre, prolonguemos
en la tierra su amor sacerdotal, y podamos ir haciendo presente tu Reinado de
Amor. Por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén
VEN,
ESPÍRITU CONSOLADOR, HAZNOS “PARÁCLITOS”
PARA NUESTROS HERMANOS.
4º Día. DON ALTÍSIMO DE DIOS.
El Espíritu Santo nos
enseña a hacer de nuestra vida un
don.
El Espíritu Santo es el máximo don de Dios, pues “no hay don más
excelente que la caridad”.
Son innumerables
los pasajes del NT, en los que al Espíritu Santo se le presenta como el don de
Dios: “Si conocieras el don de Dios…” dice Jesús a la Samaritana (Jn.
4,10), y el contexto, que había del agua viva, siempre ha hecho pensar que ahí
se alude al Espíritu Santo (Jn. 7,38).
El Espíritu Santo
es en la Trinidad no sólo el don, que procede del Padre y del Hijo, en sentido
pasivo –aquel que es donado-: es también, activamente, la “donación”, aquel que
impulsa al Hijo a volver a donarse al Padre. Es el principio mismo de la auto
donación: es “don” y “donarse” al mismo tiempo.
El Espíritu Santo
no infunde en nosotros sólo el “don de Dios”, sino también la capacidad y la
necesidad de donarnos. Nos contagia, por así decirlo, con su mismo ser. Él es
la “donación”, y donde llega crea un dinamismo que nos conduce a convertirnos,
a nuestra vez, en don para los demás.
Si el Espíritu es
el que derrama y prolonga, por así decirlo, en la historia el acto de donarse
que es propio del Dios trino, entonces Él es el único que puede ayudarnos a
hacer de nuestra vida un don y una “ofrenda viva”.
Para San Pablo, la
única respuesta adecuada a la Pascua de Cristo es:
“Os pido, pues,
hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo,
santo y agradable a Dios” (Rom. 12,l).
Todo lo que no
damos se pierde, ya que, estamos destinados a morir, morirá con nosotros todo
aquello que hayamos conservado hasta el último momento, mientras que lo que
damos se sustrae a la corrupción y, por así
decirlo, es enviado a la eternidad.
Si todo esto es
válido para cualquier cristiano, lo es de un modo particular para
nosotros. No podemos, por nosotros
mismos, hacer de nuestra vida este don a Dios a favor de los hermanos, sin una
ayuda especial del Espíritu Santo.
El propio Jesús,
se ofreció al Padre con la cooperación del Espíritu Santo (Hb. 9,14).
Oración
Padre Santo, impulsadas por el Espíritu
Santo, que ha derramado su amor en nuestros corazones, nos ofrecemos como
hostias vivas y te presentamos nuestras vidas y nuestros Grupos de oración,
Diócesis, Regiones y Nación en disponibilidad total a tu Voluntad.
VEN,
DON DE DIOS ALTÍSIMO, ENSÉÑANOS A HACER
DE NUESTRA VIDA Y SERVICIO UN DON.
5º. Día. TÚ, EL DEDO DE LA DIESTRA DE DIOS.
El Espíritu Santo nos trasmite el
poder de Dios.
El fresco de la creación del hombre, pintado por Miguel Ángel en
la Capilla Sixtina, presenta a Dios Padre estirando su brazo derecho y
extendiendo su dedo divino hasta casi tocar el dedo de Adán que está reclinado
en el suelo y vuelto hacia él, es tal vez, la mejor representación visual que
se pueda dar del título “dedo de la diestra de Dios” atribuido al Espíritu
Santo, que manifiesta, por un lado energía y vida, y por otro, abandono y
espera.
Hoy podemos ser nosotros ese Adán débil y tumbado en el suelo
que estira su dedo esperando recibir de Dios energía y vida.
Nuestros Grupos de Oración y nuestros Equipos Coordinadores
Diocesanos, Regionales y Nacional,
necesitan el toque del dedo de Dios para manifestar, a su vez, en su
actuación, ese poder y esa autoridad que Cristo emanaba con la palabra y con la
acción, y que hacía exclamar a los presentes: “¿De dónde le vienen a éste
esa sabiduría y esos poderes milagrosos?”
Cuando Jesús hablaba, o extendía su mano, siempre sucedía algo:
los que sufrían, eran confortados; los que tenían ataduras, eran liberados; el
demonio era expulsado. Las suyas no eran sólo palabras: en ellas estaba el
poder del Espíritu de Dios.
Esto es lo que más necesitamos: poder y eficacia sobrenatural en
nuestro servicio del Reino. No con el
poder y la fuerza humanos, sino con los del Espíritu se pueden “allanar las
montañas” que están ante nosotros.
Ese dedo sigue extendiéndose hacia
cada uno de los miembros del Cuerpo de Cristo, para comunicarle la energía que
emana del Resucitado. Ya no comunica tan sólo fuerza creadora, sino también
fuerza redentora. “Acerca tu dedo…; acerca tu mano y métela en mi costado”
(Jn. 20,27), dice el Resucitado a Tomás. Él acercó su dedo, acercó su mano y
recibió, del contacto con Cristo, una “sacudida” tan saludable que todas sus
dudas se vinieron abajo. Es este contacto Pascual lo que el Espíritu realiza
hoy en la Iglesia, porque Cristo “vive en el Espíritu” y el Espíritu es la
fuerza misma del Resucitado.
Él nos dará nuevo entusiasmo e
inspiración, nuevo valor y nuevo vigor espiritual. Sin Él somos un cuerpo sin
vida.
“¡Toca el que cree!” Toca el Espíritu
y es tocado por el Espíritu el que cree, el que “consiente”, entregándose a Él
con una docilidad absoluta.
Al “dedo de Dios” que se extiende
hacia el hombre para comunicarle su energía, ha de corresponder, como en el
grandioso fresco de Miguel .Ángel, el dedo del hombre que se extiende, en la
fe, para recibirla.
Oración
Espíritu de Dios, derrama sobre cada
una de tus hijos, Grupos de oración, Diócesis, Regiones y Nación, tu
poder, tu unción, tu mentalidad y tu
amor.
Tócanos y nueva vida, nuevo entusiasmo
y nuevo ardor circulará con fuerza por las arterias de nuestros Grupos de
Oración, Diócesis, Regiones y Equipo
Nacional, para darte a conocer y amar a todos nuestros
hermanos, y extender con nuevo vigor, tu Reinado de Amor en el mundo. Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
VEN, ESPÍRITU DE DIOS, DERRAMA EN NOSOTROS TU FUERZA PODEROSA.
6º. Día. ENCIENDE TU LUZ EN LA MENTE.
El
Espíritu Santo nos guía hacia la verdad
plena.
¿Qué es lo que ilumina concretamente
el Espíritu Santo?
Pablo dice que Él nos hace conocer “las profundidades de
Dios”, “las cosas de Dios”, “lo que Dios gratuitamente nos ha dado”
(1Cor. 2,10-12).
El Espíritu Santo enciende en la mente la luz de Cristo, hace
presente a Aquel que dijo: “Yo soy la luz del mundo” (Jn. 8.12).
El Espíritu Santo ilumina también nuestro destino. En la Carta a
los Efesios se pide a Dios Padre que ilumine los ojos de nuestra mente con un
espíritu de revelación para comprender: “cuál es la esperanza a la que hemos
sido llamados, cuál la inmensa gloria que Él ha otorgado en herencia de su
pueblo” (Ef. 1,17-18).
La experiencia más frecuente del Espíritu que “enciende” su luz
en la mente, la tenemos leyendo las Escrituras. Él continúa, en la Iglesia, la
acción del Resucitado que, después de la Pascua, “les abrió la inteligencia
para que comprendieran las Escrituras” (Lc. 24,25).
Pero este verso del Veni Creator nos interpela y nos impulsa a
la acción. Después de decirnos que nosotros hemos recibido el Espíritu de Dios
para conocer lo que Dios gratuitamente nos ha dado, Pablo añade enseguida, que
el Espíritu Santo encuentra un obstáculo decisivo en este camino:
“El hombre mundano no capta las cosas del Espíritu de Dios.
Carecen de sentido para él y no puede entenderlas, porque sólo a la luz del
Espíritu pueden ser discernidas” (1
Cor. 2,14).
Si no quitamos este obstáculo, esos mundos que el Espíritu
revela a la mente quedarán cerrados para siempre. Dios tendrá que seguir
repitiendo con tristeza: “Mis planes no son como vuestros planes…” (Is. 55,8).
¡Cuánta necesidad de ser purificados, para ser iluminados !
“Dichosos los que
tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios” (Mt. 5,8).
Oración
ESPÍRITU DE DIOS, te consagramos nuestra mente y nuestros Grupos
de oración, Comunidades, Ministerios,
Diócesis, Regiones y Nación, purifícalas de toda tiniebla y enciende en
ellas tu luz esplendorosa. Hazlas un instrumento del conocimiento de Dios,
enséñalas a penetrar con sabrosa experiencia en la belleza del Misterio de
Cristo Jesús Sacerdote y Víctima, de su Persona, su Obra y su Palabra.
Que nos establezca en la verdad del amor y nos lleve a conocer la hermosura de nuestra
vocación a la filiación divina y la esperanza de gloria a la que hemos sido
destinadas. A tu luz, Espíritu Santo,
caminaremos en la luz, seremos hijos de la luz e irradiaremos tu luz. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amen.
VEN,
ESPÍRITU DE VERDAD, GUÍANOS A LA VERDAD COMPLETA.
7º.
Día. ALEJA DE NOSOTROS AL ENEMIGO Y DANOS PRONTO LA PAZ.
El Espíritu Santo nos concede la gran paz de Dios.
Paz expresa uno de los anhelos más universales y profundos de
todo ser humano.
Cuando decimos “aleja de nosotros al enemigo y pronto ven a
traernos la paz”, pedimos, al Espíritu Santo que realice en nuestra vida
aquello que realizó en Cristo. Que nos ayude a superar el mal, la tentación, y
nos haga gustar, ya en esta vida, alguna primicia de aquella paz eterna que nos
espera en el cielo.
La paz que le pedimos al Espíritu no es la de una vida
tranquila, es más bien la paz durante la prueba y después de la misma,
“descanso de nuestro esfuerzo” como dice la Secuencia de Pentecostés.
La paz interior existe en la medida en que, ya desde esta vida,
en la fe y en la entrega, nos adhiramos a la Voluntad de Dios. Por eso, cuando pedimos al Espíritu Santo que
nos dé la paz, implícitamente le estamos pidiendo que nos ayude a adherirnos,
en cada momento y en todas las cosas, a la Voluntad del Padre, como hacía
Jesús. Todo “fiat” a la Voluntad Divina se traduce en un aumento de paz.
Jesús nos enseña que la paz es fruto de victorias: pero no de
victorias sobre los enemigos, sino sobre uno mismo. Se obtiene negándonos a
nosotros mismos, venciendo nuestro orgullo, nuestra violencia y nuestra ira. En
la Cruz nos ha enseñado de un modo definitivo cómo se obtiene la paz: “El ha
restablecido la paz, destruyendo en Sí mismo la enemistad” (Ef. 2, 15ss.).
¡Destruyendo “la enemistad”, no al enemigo; destruyéndola “en Sí
mismo”, no en los demás!
Por otra parte, no se puede reducir la paz a un asunto privado,
íntimo, a la paz del corazón; la paz tiene una dimensión social y es un fruto
del Espíritu, en el sentido de que es el resultado conjunto de la libertad de
todos, estimulada e impulsada por la acción del Espíritu. Dondequiera que se
alcance la paz, allí está actuando, de algún modo, el Espíritu Santo.
La paz, además de ser un don de Dios y un fruto del Espíritu, es
también en el Evangelio, una bienaventuranza; no se sitúa sólo en la línea de
la gracia y las virtudes, sino también en la línea de las obligaciones y
compromisos: “Dichosos los que construyen la paz, porque serán llamados
hijos de Dios” (Mt. 5,9).
Oración
Ven, Espíritu de paz, de confianza, de fuerza y de santa
alegría. Suscita en nosotros el compromiso de construir la paz y la justicia,
para ser verdaderamente testigos de tu Reino.
Ven, alegría oculta en las lágrimas del mundo; ven, Padre de los
pobres; ven, socorro de los oprimidos.
No tenemos nada que pueda obligarte, pero por eso, estamos más
llenos de confianza.
Nuestro corazón teme ocultamente que vengas, porque eres
desinteresado y delicado; porque eres distinto a él.
Pero la más firme promesa es que Tú vienes. Quédate con nosotros. Quédate en nuestros Grupos de oración,
Comunidades, Ministerios, Diócesis, Regiones y Nación.
¡VEN, ESPÍRITU DE PAZ, VEN A
TRAERNOS LA PAZ DE DIOS!
8º. Día. HAZ QUE POR TI CONOZCAMOS AL PADRE.
El Espíritu Santo nos infunde
el sentimiento de la filiación divina.
Con esta invocación le estamos pidiendo al Espíritu que haga dos cosas: que nos haga
conocer a Dios como Padre de Nuestro Señor Jesucristo, como “Padre eterno”; y
que nos haga conocer a Dios como nuestro “Padre”, es decir, que nos infunda el
sentimiento tierno de la filiación divina.
El Espíritu Santo no sólo nos hace “conocer al Padre, sino que
nos hace “estar” en el Padre: “En esto conocemos que permanecemos en Él, y
Él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu” (1 Jn. 4,13).
En el centro de la nueva vida que brota de la Pascua de Cristo, San Pablo sitúa
la obra que el Espíritu Santo realiza en las profundidades del corazón humano, cuando le hace descubrir a Dios como
Padre, y a sí mismo como hijo de Dios: “Y la prueba de que son hijos es que
Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: “Abba”, es
decir, “Padre” (Gal. 4,6; Rom 8, 15-16).
HAZ QUE
EN TI CONOZCAMOS AL PADRE
Sobre todo una cosa: ¡Danos a conocer el amor del Padre!
Esta es la misión por excelencia del Paráclito: derramar en
nuestro corazón el amor de Dios; darnos, de Él, no sólo un conocimiento
abstracto, sino el sentimiento vivo. Por eso se porta “como una madre que
enseña a su niño a decir “papá”, y repite este nombre con él, hasta que el niño
se acostumbra a llamar al padre hasta en sueños”.
No hay plegaria más importante que podamos dirigir al Espíritu
que ésta: ¡Danos a conocer el amor que el Padre nos tiene, y eso nos basta!
Pedir esto, significa también satisfacer sus deseos, obedecer a
sus mandatos. Por eso le decimos: ¡Danos a conocer la Voluntad del Padre! Es
precisamente mediante el Espíritu Santo, como Dios nos da a conocer sus planes
más secretos (Ef. 1,9).
DANOS A CONOCER AL HIJO
San Pablo habla de un conocimiento “superior”, y hasta
“sublime”, de Cristo, que consiste en conocerlo y proclamarlo “Señor”: (Flp.
3,8). Es la proclamación que, unida a la
fe en la Resurrección de Cristo, nos salva (Rom. 10,9). Y este conocimiento lo
hace posible sólo el Espíritu Santo: “Nadie puede decir: “Jesús es Señor”,
si no está movido por el Espíritu Santo” (1 Cor. 12,3).
La fuerza objetiva de la frase: “Jesús es Señor”, está en el
hecho de que hace presente la historia y en particular el Misterio Pascual: “Para
eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos” (Rom.
14,9).
En lo que depende de nosotros, la fuerza de esa proclamación
está en que supone también una decisión. Quien la pronuncia decide sobre el
sentido de su vida. Es como si dijera: “Tú eres mi Señor”; yo me someto a Ti.
Te reconozco libremente como mi Salvador, mi jefe, mi maestro, aquel que tiene
todos los derechos sobre mí.
Oración
Espíritu de Dios, te amamos
porque eres el mismo Amor. Por Ti, tenemos a Dios como Padre y a Jesús como
hermano. Por Ti, conocemos al
Padre y eres Tú quien nos haces exclamar: “¡Abbá,
Padre!”.
Por Ti conocemos al Hijo, nos revelas su
misterio y nos configuras a Él haciéndonos hijos en el Hijo.
Eres Tú, quien nos hace exclamar:
¡Jesús es mi Señor!
Haznos saborear el misterio de
nuestra filiación divina.
Te lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor.
Amén.
¡VEN, ESPÍRITU DE FILIACIÓN,
HAZNOS HIJOS EN EL HIJO!
9º.
Día. Y EN TI, QUE ERES DE AMBOS, HAZ QUE
CREAMOS ETERNAMENTE.
El Espíritu Santo nos
ilumina sobre el Misterio de su Persona.
¡Creer en el Espíritu Santo!
Significa creer que Él es el amor mutuo entre el Padre y el Hijo, el beso, el
abrazo recíproco, lleno de júbilo y felicidad, y que, gracias a Él, el ser
humano se haya incluido, de algún modo, en este abrazo y este beso del Padre y
del Hijo.
Esto es lo que debe significar
para nosotras decir: “¡Creo en el
Espíritu Santo!”.
No sólo creer en la existencia de
una tercera Persona en la Trinidad, sino también creer en su presencia en medio
de nosotros, en nuestro mismo corazón.
Creer en la victoria final del
amor. Creer que el Espíritu Santo está conduciendo a la Iglesia hacia la unidad
completa, del mismo modo que la está conduciendo a la verdad completa.
Creer en la unidad final de todo
el género humano, aunque se nos antoje muy lejana y tal vez sólo escatológica,
porque es Él quien guía la historia y preside el “regreso de todas las cosas a
Dios”.
Creer en el Espíritu Santo
significa, pues, creer en el sentido de la historia, de la vida, en el
cumplimiento de las esperanzas humanas, en la total redención de nuestro cuerpo
y del cuerpo más grande que es todo el cosmos, porque es Él quien lo sostiene y
lo hace gemir, como entre los dolores de un parto.
Oración
Creer en
el Espíritu Santo significa adorarlo, amarlo, bendecirlo, alabarlo y darle
gracias; como queremos hacerlo ahora para concluir esta preparación a su
venida:
- Gracias, Espíritu Santo, porque
transformas continuamente nuestro caos en cosmos; porque has visitado nuestras
mentes y has llenado de gracia nuestros corazones.
- Gracias, porque eres luz que lo
escudriña todo, nos enseñas a discernir y a descubrir la verdad; gracias,
porque nos has dado la certeza de esta presencia operante tuya a lo largo de
nuestra vida.
- Gracias, porque eres para
nosotros el consolador; el don supremo del Padre, el agua viva, el fuego, el
amor y la unción espiritual.
- Gracias, por los infinitos
dones y carismas que, como dedo poderoso de Dios, has distribuido entre los hombres;
Tú promesa cumplida del Padre y siempre por cumplir.
- Gracias, por las palabras de
fuego que jamás has dejado de poner en la boca de los profetas, los pastores,
los misioneros y los orantes. Te bendecimos, porque estas palabras tuyas no han
cesado de avivar la llama del amor en los corazones de tus hijos.
- Gracias, por la luz de Cristo
que has hecho brillar en nuestras mentes; por tu amor que has infundido en
nuestros corazones, y la curación que has realizado en nuestro cuerpo enfermo.
- Gracias, por haber estado a
nuestro lado en la lucha, por habernos ayudado a vencer al enemigo; o a volver
a levantarnos tras la derrota.
- Gracias, por haber sido nuestro
guía en las difíciles decisiones de la vida y habernos preservado de la
seducción del mal.
- Gracias, finalmente, por
habernos revelado el rostro del Padre y enseñado a gritar: ¡Abbá, Padre!
- Gracias, porque nos impulsas a
proclamar: “¡Jesús es mi Señor!”
- Gracias, por haberte
manifestado a la Iglesia de ayer y a la
de nuestros días como el vínculo de unidad entre el Padre y el Hijo, objeto
inefable de su aspiración de amor, soplo vital y fragancia de unción divina que
el Padre transmite al Hijo, engendrándolo antes de la aurora.
- Simplemente porque existes,
ahora y para toda la eternidad, Espíritu Santo, ¡te damos gracias!
No hay comentarios:
Publicar un comentario