El Papa Francisco pronunció la siguiente homilía en la Misa de la Plaza de la Libertad en Tallin, Estonia, el tercer país que visita en su gira por los países bálticos:
Al escuchar, en la primera lectura, la llegada del pueblo hebreo —una vez liberado de la esclavitud en Egipto— al monte Sinaí (cf. Ex 19,1) es imposible no pensar en vosotros como pueblo; es imposible no pensar en toda la nación de Estonia y en todos los países Bálticos. ¿Cómo no recordaros en aquella “revolución cantada”, o en aquella fila de 2 millones de personas desde aquí hasta Vilna? Vosotros sabéis de luchas por la libertad, podéis identificaros con aquel pueblo. Nos hará bien, entonces, escuchar qué le dice Dios a Moisés, para discernir qué nos dice a nosotros como pueblo.
El pueblo que llega hasta el Sinaí es un pueblo que ya ha visto el amor de su Dios expresado en los milagros y portentos, es un pueblo que decide hacer un pacto de amor porque Dios ya lo amó primero y le expresó ese amor. No está obligado, Dios lo quiere libre.
Cuando decimos que somos cristianos, cuando abrazamos un estilo de vida, lo hacemos sin presiones, sin que sea un intercambio donde cumplimos si Dios cumple. Pero, sobre todo, sabemos que la propuesta de Dios no nos quita nada, al contrario, lleva a la plenitud, potencia todas las aspiraciones del hombre.
Algunos se consideran libres cuando viven sin Dios o al margen de él. No advierten que de ese modo transitan por esta vida como huérfanos, sin un hogar donde volver. «Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 170).
Nos toca a nosotros, al igual que al pueblo salido de Egipto, escuchar y buscar. A veces algunos piensan que la fuerza de un pueblo se mide hoy desde otros parámetros. Hay quien habla con un tono más alto, quien al hablar parece más seguro —sin fisuras ni titubeos—, hay quien al gritar añade amenazas de armamento, despliegue de tropas, estrategias... Este es el que parece más “firme”. Pero eso no es “buscar” la voluntad de Dios; sino un acumular para imponerse desde el tener. Esta actitud esconde en sí un rechazo a la ética y, en ella, a Dios. Pues la ética nos pone en relación con un Dios que espera de nosotros una respuesta libre y comprometida con los demás y con nuestro entorno, que está fuera de las categorías del mercado (cf. ibíd., 57). Vosotros no habéis conquistado vuestra libertad para terminar esclavos del consumo, del individualismo, o del afán de poder o dominio.
Dios conoce lo que necesitamos, lo que a menudo escondemos detrás del afán de tener; también nuestras inseguridades resueltas desde el poder. Esa sed, que habita en todo corazón humano, Jesús, en el Evangelio que hemos escuchado, nos anima a resolverla yendo a su encuentro. Él es quien puede saciarnos, llenarnos de la plenitud que tiene la fecundidad de su agua, su pureza, su fuerza arrolladora. La fe es también caer en la cuenta de que él vive y nos ama; no nos abandona y, por eso, es capaz de intervenir misteriosamente en nuestra historia; él saca bien del mal con su poder y con su infinita creatividad (cf. ibíd., 278).
En el desierto, el pueblo de Israel va a caer en la tentación de buscarse otros dioses, de adorar el becerro de oro, de confiar en sus propias fuerzas. Pero Dios siempre lo atrae nuevamente, y ellos recordarán lo que escucharon y vieron en el monte. Como aquel pueblo, nosotros nos sabemos pueblo “elegido, sacerdotal y santo” (cf. Ex 19,6; 1 P 2,9), el Espíritu es el que nos recuerda todas estas cosas (cf. Jn 14,26).
Elegidos no significa exclusivos, ni sectarios; somos la pequeña porción que tiene que fermentar toda la masa, que no se esconde ni se aparta, que no se considera mejor ni más pura. El águila pone a resguardo sus polluelos, los lleva a lugares escarpados hasta que pueden valerse por sí mismos, pero tiene que empujarlos para que salgan de ese lugar de confort. Agita a su nidada, tira a los polluelos al vacío para que pongan en juego sus alas; y se pone debajo para protegerlos, para evitar que se hagan daño. Así es Dios con su pueblo elegido, lo quiere en “salida”, arriesgado en su vuelo y siempre protegido solo por él. Tenemos que perder el miedo y salir de los espacios blindados, porque hoy la mayoría de los estonios no se reconocen como creyentes.
Salir como sacerdotes; lo somos por el bautismo. Salir a promover la relación con Dios, a facilitarla, a favorecer un encuentro amoroso con aquel que está gritando «venid a mí» (Mt 11,28). Necesitamos crecer en una mirada cercana para contemplar, conmovernos y detenernos ante el otro, cuantas veces sea necesario. Este es el “arte del acompañamiento” que se realiza con el ritmo sanador de la “projimidad”, con una mirada respetuosa y llena de compasión que es capaz de sanar, desatar ataduras y hacer crecer en la vida cristiana (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 169).
Y dar testimonio de ser un pueblo santo. Podemos caer en la tentación de pensar que la santidad es solo para algunos. Sin embargo, «todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra» (Exhort. ap. Gaudete et exsultate, 14). Pero, así como el agua en el desierto no era un bien personal sino comunitario, así como el maná no podía ser acumulado porque se echaba a perder, del mismo modo la santidad vivida se expande, fluye, fecunda todo lo que está a sus márgenes. Hoy elegimos ser santos saneando los márgenes y las periferias de nuestra sociedad, allí donde nuestro hermano yace y sufre el descarte. No dejemos que sea el que viene detrás de mí el que dé el paso para socorrerlo, ni tampoco que sea una cuestión para resolver desde las instituciones; que seamos nosotros mismos los que fijemos nuestra mirada en ese hermano y le tendamos la mano para levantarlo, pues en él está la imagen de Dios, es un hermano redimido por Jesucristo. Esto es ser cristianos y la santidad vivida en el día a día (cf. ibíd., 98).
Vosotros habéis manifestado en vuestra historia el orgullo de ser estonios, lo cantáis diciendo: “Soy estonio, me quedaré estonio, estonio es algo bueno, somos estonios”. Qué bueno es sentirse parte de un pueblo, qué bueno es ser independientes y libres. Vayamos a la montaña santa, a la de Moisés, a la de Jesús, y pidámosle —como dice el lema de esta visita—, que nos despierte el corazón, que nos regale el don del Espíritu para discernir en cada momento de la historia cómo ser libres, cómo abrazar el bien y sentirnos elegidos, cómo dejar que Dios haga crecer, aquí en Estonia y en el mundo entero, su nación santa, su pueblo sacerdotal.
Homilía del Papa Francisco en la misa celebrada en el Parque Santakos de Kaunas (Lituania)
El Papa rechazó el afán de poder y de gloria que oculta el sufrimiento del pueblo fiel
Misa celebrada en el Parque Santakos de Kaunas
En su homilía durante la Misa celebrada en el Parque Santakos de Kaunas este domingo 23 de septiembre, en su segundo día del viaje apostólico a Lituania, el Papa Francisco advirtió contra el afán de poder y de gloria que ensombrece “la realidad sufrida por el pueblo fiel”.
El Santo Padre señaló que ese afán de poder y gloria “constituye el modo más común de comportarse de quienes no terminan de sanar la memoria de su historia y, quizás por eso mismo, tampoco aceptan esforzarse en el trabajo del presente”.
“Y entonces se discute sobre quién brilló más, quién fue más puro en el pasado, quién tiene más derecho a tener privilegios que los otros”. “Así negamos nuestra historia”, advirtió.
Esa actitud, advirtió, “es una actitud estéril y vanidosa, que renuncia a implicarse en la construcción del presente al perder el contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel”.
El Papa se refirió al pasado doloroso del pueblo lituano con la ocupación nazi primero, la ocupación soviética después, y todas sus consecuencias: encarcelamientos, trabajos forzados, desplazamientos de población, torturas, asesinatos…
“La vida cristiana siempre pasa por momentos de cruz, y a veces parecen interminables. Las generaciones pasadas habrán dejado grabado a fuego el tiempo de la ocupación, la angustia de los que eran llevados, la incertidumbre de los que no volvían, la vergüenza de la delación, de la traición”, reconoció Francisco.
En este sentido, explicó que la lectura del Libro de la Sabiduría correspondiente a este domingo “nos habla acerca del justo perseguido, aquel que sufre ultrajes y tormentos por el solo hecho de ser bueno”.
El Papa exclamó: “Cuántos de vosotros podríais relatar en primera persona, o en la historia de algún familiar, este mismo pasaje que hemos leído”. En ese pasaje se narra cómo se somete a ultraje a un justo “hijo de Dios” para ver si el Señor lo asiste y libera de sus enemigos: “Condenémosle a una muerte humillante, pues, según él, Dios lo salvará”, dicen los enemigos del justo en la lectura.
En este sentido, Francisco insistió: “Cuántos también habéis visto tambalear vuestra fe porque no apareció Dios para defenderos; porque el hecho de permanecer fieles no bastó para que Él interviniera en vuestra historia”.
“Lituania entera lo puede testimoniar con un escalofrío ante la sola mención de Siberia, o los guetos de Vilna y de Kaunas, entre otros”, señaló recordando sólo algunos de los episodios más trágicos de la historia lituana.
En su homilía, el Santo Padre también recurrió a la lectura del Evangelio de San Marcos, en la que Jesús anuncia a sus discípulos, por segunda vez, los padecimientos que iba a sufrir: “El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres; le matarán y a los tres días de haber muerto resucitará”.
Sin embargo, señala Francisco, “los discípulos no querían que Jesús les hablase de dolor y cruz, no quieren saber nada de pruebas y angustias”. Por el contrario, “se interesaban por otras cosas, que volvían a casa discutiendo quién era el mayor”.
“Jesús, sabiendo lo que sentían, les propone un antídoto a estas luchas de poder y al rechazo del sacrificio; y, para darle solemnidad a lo que va a decir, se sienta como un Maestro, los llama, y realiza un gesto: pone a un niño en el centro; un niñito que generalmente se ganaba los mendrugos haciendo los mandados que nadie quería hacer”.
El Papa preguntó a los fieles presentes en el Parque Santakos: “¿A quién pondrá en el medio hoy, aquí, en esta mañana de domingo? ¿Quiénes serán los más pequeños, los más pobres entre nosotros, aquellos que tenemos que acoger a cien años de nuestra independencia? ¿Quién no tiene nada para devolvernos, para hacer gratificante nuestro esfuerzo y nuestras renuncias?”.
“Quizás son las minorías étnicas de nuestra ciudad, o aquellos desocupados que deben emigrar. Tal vez son los ancianos solos, o los jóvenes que no encuentran sentido a la vida porque perdieron sus raíces”.
El Papa concluyó: “Por eso estamos hoy acá, ansiosos de recibir a Jesús: en su palabra, en la eucaristía, en los pequeños”.
“Recibirlo para que él reconcilie nuestra memoria y nos acompañe en un presente que nos sigue apasionando por sus desafíos, por los signos que nos deja, para que lo sigamos como discípulos, porque no hay nada verdaderamente humano que no tenga resonancia en el corazón de los discípulos de Cristo, y así sentimos como nuestros los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y afligidos”, finalizó.
Redacción ACI Prensa, 23-9-2018
El Papa Francisco ya se encuentra en Vilna, Lituania, para iniciar un viaje apostólico por los tres países bálticos (Lituania, Letonia y Estonia) desde este sábado 22 hasta el próximo martes 25 de septiembre.
El Santo Padre llegó a la capital letona a bordo de un avión de la compañía Alitalia que despegó del Aeropuerto Internacional de Roma-Fiumicino a las 7,30 de la mañana (hora local de Italia) y aterrizó en su destino a las 11,30 (hora local de Lituania).
VATICAN NEWS
Su Santidad en Lituania: “Sed jóvenes en camino, no de laberinto”
El Papa exhorta a los 30.000 jóvenes lituanos presentes en la Plaza de la Catedral de Vilna a pensar “en red”, a ser “valientes” y seguir a Cristo y les advierte del peligro de confundir el camino con un “laberinto” del cual es difícil salir.
Mireia Bonilla – Ciudad del Vaticano
Tras su visita al Santuario Mater Misericordiae de Vilnius, en Lituania, el Pontífice ha recorrido casi 3 km para encontrarse con los más de 30.000 jóvenes que lo esperaban en la Plaza de la Catedral. El evento ha comenzado con el testimonio de la vida de dos de ellos, Mónica y Jonás, a quienes Dios les dio la gracia “para aguantar, para levantarse y para seguir caminando en la vida”, les ha dicho el Papa.
El individualismo aísla; pensemos “en red”
Seguidamente, dirigiéndose a todos los jóvenes presentes, Francisco ha asegurado que nadie puede “salvarse sólo”, pues todos estamos interconectados, “en red”. Además, ha pedido a los jóvenes que no permitan que el mundo les haga creer “que es mejor caminar solos” y que no cedan a la tentación “de ensimismarse”: “de volveros egoístas o superficiales ante el dolor, la dificultad o el éxito pasajero” ha especificado. “Lo que le pasa al otro, me pasa a mí” - ha dicho el Papa - animándoles a ir “contra la corriente de ese individualismo que aísla, que nos vuelve egocéntricos y vanidosos, preocupados solamente por la imagen y el propio bienestar”.
En este sentido, el Papa les ha recomendado “apostar por la santidad” desde el encuentro y la comunión con los demás, “atentos a sus necesidades”, pues la “verdadera identidad supone la pertenencia a un pueblo” – ha dicho Francisco – afirmando que “no existen identidades ‘de laboratorio’ ni identidades ‘destiladas’”.
Oración y canto: armas muy poderosas
El Pontífice ha dicho a los jóvenes que hay unas ciertas “armas poderosas” que el Señor nos da, como por ejemplo: “el coro, la oración familiar, la misa, la catequesis y la ayuda a los más necesitados”. Y concretamente “la oración y el canto” tienen el poder de hacer que no nos encerremos en la inmanencia de este mundo. “Practicando la música os abrís a la escucha y a la interioridad, os dejáis impactar de tal modo en la sensibilidad y eso es siempre una buena oportunidad para el discernimiento” ha explicado el Papa a la juventud. En esta línea ha advertido que si bien es cierto que en ocasiones la oración “puede ser una experiencia de batalla espiritual”, es allí donde aprendemos “a escuchar al Espíritu, a discernir los signos de los tiempos y a recuperar las fuerzas para seguir anunciando el Evangelio hoy”.
Ver la fragilidad de otros nos ubica
En el discurso del Santo Padre a los jóvenes lituanos también hubo espacio para animarles a que “ayuden a los demás”, pues hay gente en la vida que lo pasa mal – les ha dicho – incluso mucho peor que nosotros”. Es viendo la fragilidad de otros lo que hace que nos “ubiquemos” y evita que vivamos “lamiéndonos las propias heridas”. “Cuántos jóvenes se van del país por falta de oportunidades, cuántos son víctimas de la depresión, el alcohol y las drogas. Cuántas personas mayores solas, sin nadie con quien compartir el presente y miedosas de que vuelva el pasado” ha detallado Francisco, exhortándoles a responder a esos desafíos con “la presencia” y con “el encuentro con los demás”.
No tener miedo de seguir a Jesús y su revolución de la ternura
Francisco también ha expresado a los jóvenes que aunque a veces creer en Jesús implique dar saltos de fe en el vacío o lleve a que se cuestionen, a salir de sus esquemas, haciéndoles sufrir y sintiéndose tentados por el desánimo, deben “ser valientes”. “Seguir a Jesús es una aventura apasionante – ha afirmado – que llena nuestra vida de sentido, que nos hace sentir parte de una comunidad que nos anima y acompaña, que nos compromete a servir”.
Es por eso que el Papa les ha expresado que “vale la pena seguir a Cristo”, y que no tengan miedo de decidirse por Jesús ni de formar parte de la revolución a la que él nos invita: “la revolución de la ternura”.
La vida no es un videojuego
Con su discurso, el Papa también ha querido aclarar a la juventud que la vida no es un “videojuego” en el que alguien gana la partida, sino que mide otros tiempos; tiempos parecidos al “corazón de Dios”: “Si la vida fuera una obra de teatro o un videojuego estaría acotada por un tiempo preciso, un comienzo y un final donde se baja el telón o alguien gana la partida. Pero la vida mide otros tiempos, la vida se juega en tiempos parecidos al corazón de Dios; a veces se avanza, otras se retrocede, se ensayan e intentan caminos, se cambian”. En este sentido, ha aprovechado para decirles que la “indecisión” de muchos de ellos pareciera que nace del miedo a que “caiga el telón”, a que “el cronómetro me deje fuera de la partida”, o a que “no pueda pasar de nivel en el juego”. La vida no es eso, la vida es “siempre caminar buscando la dirección correcta, sin miedo a volver si me equivoqué” .
Ser jóvenes de camino, no de laberinto
Antes de concluir, Francisco les ha alertardo de un peligro, el de “confundir el camino con un laberinto”: “ese andar dando vueltas por la vida, sobre sí mismos, sin atinar por el camino que conduce hacia adelante” y les ha exhortado a “no ser jóvenes de laberinto, del cual es difícil salir, sino jóvenes en camino”.
Espontáneamente, al termine de su discurso, el Papa les ha dicho que no se olviden "las raices" de su pueblo, que piensen en el pasado y que por favor, hablen con los ancianos. "No es aburrido hablar con los ancianos" ha dicho Francisco y les ha pedido que tomen de las raices "la memoria" y la lleven "adelante".