domingo, 27 de enero de 2019

SANTO PADRE FRANCISCO; EN PANAMÁ JMJ: ORAMOS E INVOCAMOS AL ESPÍRITU SANTO: LO ACOMPAÑE Y BENDIGA

   

Enero dìa 27

Homilía del Papa Francisco en la Misa de clausura de la JMJ Panamá 2019


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Ante una multitud de jóvenes llegados a Panamá desde los cinco continentes, el Papa Francisco preside la Santa Misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) 2019 en el Campo San Juan Pablo II - Metro Park.
A continuación, el texto completo de la homilía pronunciada por el Santo Padre:
«Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en Él. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,20-21).
Así el Evangelio nos presenta el comienzo de la misión pública de Jesús. Lo hace en la sinagoga que lo vio crecer, rodeado de conocidos y vecinos y hasta quizá de alguna de sus “catequistas” de la infancia que le enseñó la ley. Momento importante en la vida del Maestro por el cual, el niño que se formó y creció en el seno de esta comunidad, se ponía de pie y tomaba la palabra para anunciar y poner en acto el sueño de Dios. Una palabra proclamada hasta entonces solo como promesa de futuro, pero que en boca de Jesús solo podía decirse en presente, haciéndose realidad: «Hoy se ha cumplido».
Jesús revela el ahora de Dios que sale a nuestro encuentro para convocarnos también a tomar parte en su ahora de «llevar la Buena Noticia a los pobres, la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia en el Señor» (cf. Lc 4,18-19). Es el ahora de Dios que con Jesús se hace presente, se hace rostro, carne, amor de misericordia que no espera situaciones ideales, situaciones perfectas para su manifestación, ni acepta excusas para su realización. Él es el tiempo de Dios que hace justa y oportuna cada situación, cada espacio. En Jesús se inicia y se hace vida el futuro prometido.
¿Cuándo? Ahora. Pero no todos los que allí lo escucharon se sintieron invitados o convocados. No todos los vecinos de Nazaret estaban preparados para creer en alguien que conocían y habían visto crecer y que los invitaba a poner en acto un sueño tan esperado. Es más, «decían: “¿pero este no es este el hijo de José?”» (Lc 4,22).
También a nosotros nos puede pasar lo mismo. No siempre creemos que Dios pueda ser tan concreto, tan cotidiano, tan cercano y tan real, y menos aún que se haga tan presente y actúe a través de alguien conocido como puede ser un vecino, un amigo, un familiar. No siempre creemos que el Señor nos pueda invitar a trabajar y a embarrarnos las manos junto a Él en su Reino de forma tan simple pero contundente. Cuesta aceptar que «el amor divino se haga concreto y casi experimentable en la historia con todas sus vicisitudes dolorosas y gloriosas» (BENEDICTO XVI, Audiencia general, 28 septiembre 2005).
Y no son pocas las veces que actuamos como los vecinos de Nazaret, que preferimos un Dios a la distancia: lindo, bueno, generoso, bien dibujadito, pero distante, y sobre todo un Dios que no incomode, un Dios domesticado. Porque un Dios cercano y cotidiano, amigo y hermano nos pide aprender de cercanías, de cotidianeidad y sobre todo de fraternidad. Él no quiso tener una manifestación angelical o espectacular, sino que quiso regalarnos un rostro hermano y amigo, concreto, familiar. Dios es real porque el amor es real, Dios es concreto porque el amor es concreto. Y es precisamente esta «concreción del amor lo que constituye uno de los elementos esenciales de la vida de los cristianos» (cf. BENEDICTO XVI, Homilía, 1 marzo 2006).
Nosotros también podemos correr los mismos riesgos que los vecinos de Nazaret, cuando en nuestras comunidades el Evangelio se quiere hacer vida concreta y comenzamos a decir: “Pero estos chicos, no son hijos de María, José, y no son hermanos de, son parientes de... Estos no son los jovencitos que nosotros ayudamos a crecer… Que se callen la boca, ¿cómo les vamos a creer?. Ese de allá, ¿no era el que rompía siempre los vidrios con su pelota”. Y lo que nació para ser profecía y anuncio del Reino de Dios termina domesticado y empobrecido. Querer domesticar la Palabra de Dios es tentación de todos los días.
E incluso a ustedes, queridos jóvenes, les puede pasar lo mismo cada vez que piensan que su misión, su vocación, que hasta su vida es una promesa pero solo para el futuro y nada tiene que ver con el presente. Como si ser joven fuera sinónimo de sala de espera de quien aguarda el turno de su hora. Y en el “mientras tanto” de esa hora, les inventamos o se inventan un futuro higiénicamente bien empaquetado y sin consecuencias, bien armado y garantizado con todo “bien asegurado”. No queremos ofrecerles a ustedes un futuro de laboratorio.
Es la “ficción” de alegría. No es la alegría del hoy, del concreto, del amor. Así con esta ficción de la alegría los “tranquilizamos” y adormecemos para que no hagan ruido, para que no molesten mucho, para que no se pregunten ni pregunten, para que no se cuestionen ni nos cuestionen; y en ese “mientras tanto” sus sueños pierden vuelo, se vuelven rastreros, comienzan a dormirse, son “ensoñamientos” rastreros, pequeños y tristes (cf. Homilía del Domingo de Ramos, 25 marzo 2018), tan solo porque consideramos o consideran que todavía no es su ahora; que son demasiado jóvenes para involucrarse en soñar y trabajar el mañana. Y así los seguimos procrastinando. Y saben una cosa, que a muchos jóvenes esto les gusta. Por favor, ayudémosle a que no les guste, a que se rebelen, a que quieran vivir el ahora de Dios.
Uno de los frutos del pasado Sínodo fue la riqueza de poder encontrarnos y, sobre todo, escucharnos.
La riqueza de la escucha entre generaciones, la riqueza del intercambio y el valor de reconocer que nos necesitamos, que tenemos que esforzarnos en propiciar canales y espacios en los que involucrarse en soñar y trabajar el mañana ya desde hoy. Pero no aisladamente, sino juntos, creando un espacio común. Un espacio que no se regala ni lo ganamos en la lotería, sino un espacio por el que también ustedes deben pelear. Ustedes jóvenes deben pelear por su espacio hoy, porque la vida es hoy, nadie te puede prometer un día del mañana. tu jugarte es hoy, tu espacio es hoy, ¿como estas respondiendo a esto?
Porque ustedes, queridos jóvenes, no son el futuro. Nos gusta decir que son el futuro, no. Son el presente, ustedes jóvenes son el ahora de Dios. Él los convoca y los llama en sus comunidades, los llama en sus ciudades para ir en búsqueda de sus abuelos, de sus mayores; a ponerse de pie y junto a ellos tomar la palabra y poner en acto el sueño con el que el Señor los soñó.
No mañana, ahora, porque allí, ahora, donde esté su tesoro allí estará también su corazón (cf. Mt 6,21); y aquello que los enamore conquistará no solo vuestra imaginación, sino que lo afectará todo. Será lo que los haga levantarse por la mañana y los impulse en las horas de cansancio, lo que les rompa el corazón y lo que les haga llenarse de asombro, de alegría y de gratitud. Sientan que tienen una misión y enamórense, que eso lo decidirá todo (cf. PEDRO ARRUPE, S.J., Nada es más práctico). Podremos tener todo, pero queridos jóvenes, si falta la pasión del amor, faltará todo. La pasión del amor hoy y dejemos que el Señor nos enamore y nos lleve hasta el mañana.
Para Jesús no hay un “mientras tanto” sino amor de misericordia que quiere anidar y conquistar el corazón. Él quiere ser nuestro tesoro, porque Jesús no es un “mientras tanto” en la vida o una moda pasajera, es amor de entrega que invita a entregarse.
Es amor concreto, de hoy, cercano, real; es alegría festiva que nace al optar y participar en la pesca milagrosa de la esperanza y la caridad, la solidaridad y la fraternidad frente a tanta mirada paralizada y paralizante por los miedos y la exclusión, la especulación y la manipulación. Hermanos: El Señor y su misión no son un “mientras tanto” en nuestra vida, un algo pasajero, no son solo una Jornada Mundial de la Juventud son nuestra vida de hoy y caminando.
Todos estos días de forma especial ha susurrado como música de fondo el “hágase” de María. Ella no solo creyó en Dios y en sus promesas como algo posible, le creyó a Dios y se animó a decir “sí” para participar en este ahora del Señor. Sintió que tenía una misión, se enamoró y eso lo decidió todo. Ustedes sientan que tienen una misión, se dejen enamorar y el Señor decidirá todo.
Como sucedió en la sinagoga de Nazaret, el Señor, en medio nuestro, sus amigos y conocidos, vuelve a ponerse de pie, a tomar el libro y decirnos: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír» (Lc 4,21).
Queridos jóvenes ¿Quieren vivir la concreción de su amor? Que vuestro “sí” siga siendo la puerta de ingreso para que el Espíritu Santo nos regale un nuevo Pentecostés a la Iglesia y al mundo. Que así sea.
***
Saludo del Santo Padre al final de la Misa
Al final de esta celebración, doy gracias a Dios por habernos dado la posibilidad de compartir estos días y vivir nuevamente esta Jornada Mundial de la Juventud.
De modo particular quiero agradecer la presencia en esta celebración del señor Presidente de Panamá, Juan Carlos Varela Rodríguez, como también la de Presidentes de otras naciones y la de las demás autoridades políticas y civiles.
Agradezco a Mons. José Domingo Ulloa Mendieta, Arzobispo de Panamá, su disponibilidad y su buen hacer al acoger en su Diócesis esta Jornada, así como a los demás obispos de este país y de los países vecinos, por todo lo que han realizado en sus comunidades para dar cobijo y ayuda a tantos jóvenes.
Gracias a todas aquellas personas que nos han sostenido con su oración, y que han colaborado con su esfuerzo y trabajo para hacer realidad este sueño de la Jornada Mundial de la Juventud en este país.
Y a ustedes, queridos jóvenes, un grande «gracias». Su fe y su alegría han hecho vibrar a Panamá, a América y al mundo entero. Como tantas veces escuchamos durante estos días en el Himno de esta JMJ: “Somos peregrinos que venimos hoy aquí desde continentes y ciudades”.
Estamos en camino, sigan caminando, sigan viviendo la fe y compartan la fe. No se olviden que no son el mañana, no son el “mientras tanto” sino el ahora de Dios.
Ya se ha anunciado la sede de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Les pido que no dejen enfriar lo que han vivido durante estos días. Vuelvan a su parroquias y comunidades, a sus familias y a sus amigos, y transmitan lo que han vivido, para que otros puedan vibrar con esa fuerza e ilusión que ustedes tienen.
Con María sigan diciendo “sí” al sueño que Dios sembró en ustedes.
Y, por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.




dìa 26



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CATÓLICOS DE TODO EL MUNDO
LOS CONVOCO A POSTRARNOS
Y ACOMPAÑAR AL SANTO PADRE FRANCISCO
EN LA JMJ  PANAMÁ: JUNTO A TODOS LOS JÓVENES
HORA 7;45 PM ARGENTINA:
ADORACIÓN AL SANTÍSIMO SACRAMENTO
DEL ALTAR.
OREMOS;
QUE LA TIERRA TIEMBLE
DELANTE DE marìa con CRISTO REY:  QUE ESTA; Y QUE VIENE
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 ORACIÓN DE JUAN PABLO II 
ANTE EL SANTÍSIMO SACRAMENTO SOLEMNEMENTE EXPUESTO
EN LA BASÍLICA VATICANA
Capilla del Sacramento de la Basílica de San Pedro
miércoles 2 de diciembre de 1981

1. "Quédate con nosotros. Señor".
Estas palabras las pronunciaron por primera vez los discípulos de Emaús. Luego, en el curso de los siglos, las han repetido infinitas veces los labios de muchos discípulos y confesores tuyos, oh Cristo.
Las mismas palabras las pronuncio hoy yo como Obispo de Roma y primer servidor de este templo erigido en el lugar del martirio de San Pedro.
Las pronuncio para invitarte, Cristo, realmente presente en la Eucaristía, a recibir la adoración cotidiana, prolongada durante todo el día en este templo, en esta basílica, en esta capilla.
Quédate con nosotros hoy y quédate, de ahora en adelante, todos los días, según el deseo de mi corazón, que acoge la llamada de muchos corazones de diversas partes, a veces lejanas; y atiende así sobre todo el deseo de muchos moradores de esta Sede Apostólica.
¡Quédate!, para que podamos encontrarnos contigo en la plegaria de adoración y de acción de gracias, en la plegaria de expiación y petición, a la que están invitados todos los que visitan esta basílica.
¡Quédate!, Tú que estás simultáneamente velado en el misterio eucarístico de la fe y, a la vez, desvelado bajo las especies del pan y del vino, que has asumido en este sacramento.
¡Quédate!, para que se confirme de nuevo incesantemente tu presencia en este templo, y todos los que entran en él se den cuenta de que es tu casa "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3) y, al visitar esta basílica, encuentren en ella la fuente misma "de vida y santidad que desborda de tu corazón eucarístico".
2. Comenzamos esta adoración perpetua, cotidiana, al Santísimo Sacramento, al principio del Adviento del año del Señor 1981, año en que se han celebrado jubileos y aniversarios importantes para la Iglesia, año de relevantes acontecimientos.
Todo esto tuvo y tiene lugar entre tú primera y segunda Venida.
La Eucaristía es el testimonio sacramental de tu primera Venida, con la cual quedaron ratificadas las palabras de los Profetas y se realizaron las esperanzas. Nos has dejado, Señor, tu Cuerpo y tu Sangre bajo las especies del pan y del vino, para que atestigüen que se ha realizado la redención del mundo, a fin de que mediante ellas tu misterio pascual llegue a todos los hombres, como sacramento de la vida y de la salvación. La Eucaristía es, al mismo tiempo, un anuncio constante de tu segunda Venida y el signo del Adviento definitivo y, a la vez, de la espera de toda la Iglesia: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ¡ven, Señor Jesús!".
Deseamos adorarte cada día y cada hora a ti, oculto bajo las especies del pan el vino, para renovar la esperanza de la.."Llamada a la gloria" (cf. 1 Pe 5, 10), cuyo comienzo, lo has constituido Tú con tu Cuerpo glorificado "a la derecha del Padre".
5. Señor, un día preguntaste a Pedro: "¿Me amas?".
Se lo preguntaste por tres veces, y tres veces el Apóstol respondió: "Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo" (Jn 21, 15-17).
Que la respuesta de Pedro, sobre cuyo sepulcro ha sido erigida esta basílica, se exprese mediante esta adoración cada día y de todo el día, que hoy hemos comenzado.
Que el indigno Sucesor de Pedro en la Sede romana, y todos los que participarán en la adoración de tu presencia eucarística, con cada una de sus visitas den testimonio y hagan resonar aquí la verdad encerrada en las palabras del Apóstol:
"Señor, Tú lo sabes todo; Tú sabes que te amo".
Amén.
San Juan Pablo ll





ENERO DÍA 25   


El vía crucis latinoamericano es presentado por jóvenes ante el Papa en la JMJ

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En el marco de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) Panamá 2019, el Papa Francisco presidió el Vía Crucis en el Campo Santa María La Antigua en la Cinta Costera, donde ofreció una hermosa reflexión.
Aquí presentamos el texto completo:
Señor, Padre de misericordia, en esta Cinta Costera, junto a tantos jóvenes venidos de todo el mundo, hemos acompañado a tu Hijo en el camino de la cruz; ese camino que quiso recorrer para mostrarnos cuánto nos amas y cuán comprometido estás con nuestras vidas.
El camino de Jesús hacia el Calvario es un camino de sufrimiento y soledad que continúa en nuestros días. Él camina, padece en tantos rostros que sufren la indiferencia satisfecha y anestesiante de nuestra sociedad, sociedad que consume y se consume, que ignora y se ignora en el dolor de sus hermanos.
También nosotros, tus amigos Señor, nos dejamos llevar por la apatía, la inmovilidad. No son pocas las veces que el conformismo nos ha ganado y paralizado. Ha sido difícil reconocerte en el hermano sufriente: hemos desviado la mirada, para no ver; nos hemos refugiado en el ruido, para no oír; nos tapamos la boca, para no gritar.
Siempre la misma tentación. Es más fácil y “pagador” ser amigos en las victorias y en la gloria, en el éxito y en el aplauso; es más fácil estar cerca del que es considerado popular y ganador.
Qué fácil es caer en la cultura del bullying, del acoso, de la intimidación, del encarnizamiento con el débil.
Para ti no es así Señor, en la cruz te identificaste con todo sufrimiento, con todo aquel que se siente olvidado.
Para ti no es así Señor, pues quisiste abrazar a todos aquellos que muchas veces consideramos no dignos de un abrazo, de una caricia, de una bendición; o, peor aún, ni nos damos cuenta de que lo necesitan, los ignoramos.


Para ti no es así Señor, en la cruz te unes al vía crucis de cada joven, de cada situación para transformarla en camino de resurrección.
Padre, hoy el vía crucis de tu Hijo se prolonga: se prolonga en el grito sofocado de los niños a quienes se les impide nacer y de tantos otros a los que se les niega el derecho a tener infancia, familia, en los niños que no pueden jugar, cantar, soñar, se prolonga en las mujeres maltratadas, explotadas y abandonadas, despojadas y ninguneadas en su dignidad; en los ojos tristes de los jóvenes que ven arrebatadas sus esperanzas de futuro por falta de educación y trabajo digno; se prolonga en la angustia de rostros jóvenes, amigos nuestros que caen en las redes de gente sin escrúpulos ―entre ellas también se encuentran personas que dicen servirte, Señor―, redes de  explotación, de criminalidad y de abuso, que se alimentan de sus vidas.
El vía crucis de tu Hijo se prolonga en tantos jóvenes y familias que, absorbidos en una espiral de muerte a causa de la droga, el alcohol, la prostitución y la trata, quedan privados no solo de futuro sino de presente. Y así como repartieron tus vestiduras, Señor, queda repartida y maltratada su dignidad.
El vía crucis de tu Hijo se prolonga en jóvenes con rostros fruncidos que perdieron la capacidad de soñar, de crear e inventar el mañana y se “jubilan” con el sinsabor de la resignación y el conformismo, una de las drogas más consumidas en nuestro tiempo.
Se prolonga en el dolor oculto e indignante de quienes, en vez de solidaridad por parte de una sociedad repleta de abundancia, encuentran rechazo, dolor y miseria, y además son señalados y tratados como los portadores y responsables de todo el mal social.
La pasión de tu Hijo se prolonga en la resignada soledad de los ancianos que dejamos abandonados y descartados.
Se prolonga en los pueblos originarios, a quienes se despoja de sus tierras, sus raíces y su cultura, silenciando y apagando toda la sabiduría que tienen y nos pueden aportar.
Padre, el vía crucis de tu Hijo se prolonga en el grito de nuestra madre tierra, que está herida en sus entrañas por la contaminación de sus cielos, por la esterilidad en sus campos, por la suciedad de sus aguas, y que se ve pisoteada por el desprecio y el consumo enloquecido que supera toda razón.
Se prolonga en una sociedad que perdió la capacidad de llorar y conmoverse ante el dolor.
Sí, Padre, Jesús sigue caminando, cargando y padeciendo en todos estos rostros mientras el mundo, indiferente, y en un confortable cinismo, consume el drama de su propia frivolidad.
Y nosotros, Señor, ¿qué hacemos?
¿Cómo reaccionamos ante Jesús que sufre, camina, emigra en el rostro de tantos amigos nuestros, de tantos desconocidos que hemos aprendido a invisibilizar?
Y nosotros, Padre de misericordia,
¿Consolamos y acompañamos al Señor, desamparado y sufriente, en los más pequeños y abandonados?
¿Lo ayudamos a cargar el peso de la cruz, como el Cireneo, siendo operadores de paz, creadores de alianzas, fermentos de fraternidad?
¿Nos animamos a permanecer al pie de la cruz como María?
Contemplamos a María, mujer fuerte. De ella queremos aprender a estar de pie al lado de la cruz.
Con su misma decisión y valentía, sin evasiones ni espejismos. Ella supo acompañar el dolor de su Hijo, tu Hijo Padre; sostenerlo en la mirada, cobijarlo con el corazón. Dolor que sufrió, pero no la resignó. Fue la mujer fuerte del “sí”, que sostiene y acompaña, cobija y abraza. Ella es la gran custodia de la esperanza.
Nosotros también Padre, queremos ser una Iglesia que sostiene y acompaña, que sabe decir: ¡Aquí estoy! en la vida y en las cruces de tantos cristos que caminan a nuestro lado.
De María aprendemos a decir “sí” al aguante recio y constante de tantas madres, padres, abuelos que no dejan de sostener y acompañar a sus hijos y nietos cuando “están en la mala”.
De ella aprendemos a decir “sí” en la testaruda paciencia y creatividad de aquellos que no se achican y vuelven a comenzar en situaciones que parecen que todo está perdido, buscando crear espacios, hogares, centros de atención que sean mano tendida en la dificultad.
En María aprendemos la fortaleza para decir “sí” a quienes no se han callado y no se callan ante una cultura del maltrato y del abuso, del desprestigio y la agresión y trabajan para brindar oportunidades y condiciones de seguridad y protección.
En María aprendemos a recibir y hospedar a todos aquellos que han sufrido el abandono, que han tenido que dejar o perder su tierra, sus raíces, sus familias, sus trabajos.
Padre, como María queremos ser la Iglesia que propicie una cultura que sepa acoger, proteger, promover e integrar; que no estigmatice y menos generalice en la más absurda e irresponsable condena de identificar a todo emigrante como portador del mal social.
De ella queremos aprender a estar de pie al lado de la cruz, pero no con un corazón blindado y cerrado, sino con un corazón que sepa acompañar, que conozca de ternura y devoción; que entienda de piedad al tratar con reverencia, delicadeza y comprensión. Queremos ser una Iglesia de la memoria que respete y valorice a los ancianos y reivindique el lugar que tienen como custodios de nuestras raíces.
Padre, como María queremos aprender a “estar”.
Enséñanos Señor a estar al pie de la cruz, al pie de las cruces; despierta esta noche nuestros ojos, nuestro corazón; rescátanos de la parálisis y de la confusión, del miedo y de la desesperación. Padre, enséñanos a decir: Aquí estoy junto a tu Hijo, junto a María y junto a tantos discípulos amados que quieren hospedar tu Reino en el corazón. Amén.
Y después de haber vivido la pasión del Señor junto a María al pie de la cruz, nos vamos con el corazón silencioso y en paz, alegre y con muchas ganas de seguir a Jesús, que Jesús los acompañe y que la Virgen los cuide. Adiós.
CONTEMPLACIÓN:
AMADO SEÑOR TE SEGUIMOS CARGANDO LA CRUZ DE LA 
INJUSTICIA DE ESTOS TIEMPOS, AL IGUAL QUE LOS TIEMPOS
DONDE PADECISTE POR TODA LA HUMANIDAD; POR NUESTRA
REDENCIÓN, POR HACERNOS HIJOS DE DIOS.
AYÚDANOS , PARA QUE CON VALENTÍA Y FIDELIDAD DEFENDAMOS
TU VERDAD QUE ES LUZ Y SABUDIRIA.
NOS DIJISTE NO TENGAN MIEDO PORQUE ESTARÉ CON USTEDES
HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS.
SEÑOR JUNTO AL SANTO PADRE FRANCISCO Y DE PIE EN TU IGLESIA
ENFRENTAREMOS CON CARIDAD, TODOS LOS DESAFÍOS AUNQUE NOS
PERSIGAN POR DEFENDER EL DERECHO DE LA VIDA HUMANA Y DE LAS 
ALMAS; QUE PERTENECEN SOLO AL PADRE CREADOR.
GLORIA AL PADRE, AL HIJO ,Y AL ESPÍRITU SANTO
EN EL HOY Y EN LOS TIEMPOS PROMETIDOS.
QUE ASÌ SEA
PERLA



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 Gloria a Dios: Hágase la luz y la Paz en América
y el mundo.
Con Jesucristo su Hijo;Venga a nosotros su reino.
Con el Espíritu Santo,se nos de los frutos esperados,
y que desde Panamá unida a toda américa y de la mano del
 Santo Padre Francisco; se expanda al mundo un nuevo Pentecostes, la presencia Dios en todos los rincones de la tierra.
Con los Santos y en los Santos venga a nosotros  la oración victoriosa del bien sobre el mal y el odio.
Por la Luz y la Paz en todos los corazones.
Que así sea

 Perla
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Discurso del Papa Francisco en la ceremonia de acogida y apertura de la JMJ Panamá 2019


Redacción ACI Prensa

El Papa Francisco preside la ceremonia de acogida y apertura de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) Panamá 2019.
Ante miles de jóvenes presentes en el Campo Santa María la Antigua, ubicado en la zona conocida como la Cinta Costera, el Santo Padre pronunció el siguiente discurso:
Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!
¡Qué bueno volver a encontrarnos y hacerlo en esta tierra que nos recibe con tanto color y calor! Juntos en Panamá, la Jornada Mundial de la Juventud es otra vez una fiesta de alegría, una fiesta de esperanza para la Iglesia toda y, para el mundo, un enorme testimonio de fe.
Me acuerdo que en Cracovia algunos me preguntaron si iba a estar en Panamá y les contesté: “Yo no sé, pero Pedro seguro va a estar. Pedro va a estar”. Hoy me alegra decirles: Pedro está con ustedes para celebrar y renovar la fe y la esperanza. Pedro y la Iglesia caminan con ustedes y queremos decirles que no tengan miedo, que vayan adelante con esa energía renovadora y esa inquietud constante que nos ayuda y moviliza a ser más alegres y más disponibles, más “testigos del Evangelio”. Ir adelante no para crear una Iglesia paralela un poco más “divertida” o “cool” en un evento para jóvenes, con alguno que otro elemento decorativo, como si a ustedes eso los dejara felices. Ustedes no piensan eso, porque pensar así sería no respetarlos y no respetar todo lo que el Espíritu a través de ustedes nos está diciendo.
¡Al contrario! Queremos reencontrar y despertar junto a ustedes la continua novedad y juventud de la Iglesia abriéndonos siempre a esa gracia del Espíritu Santo que hace siempre un nuevo Pentecostés (cf. SÍNODO SOBRE LOS JÓVENES, Doc. final, 60). Eso solo es posible, como lo acabamos de vivir en el Sínodo, si nos animamos a caminar escuchándonos y a escuchar complementándonos, si nos animamos a testimoniar anunciando al Señor en el servicio a nuestros hermanos que siempre es un servicio concreto. No es un servicio de figuritas.
Pienso en ustedes empezando a caminar primero en esta jornada, los jóvenes de la juventud indígena. Fueron los primeros en América y los primeros en caminar en este encuentro. Un aplauso grande. Y también los jóvenes de la juventud descendiente de africanos que también hicieron su encuentro y nos ganaron la mano.
Sé que llegar hasta aquí no ha sido nada fácil. Conozco el esfuerzo, el sacrificio que realizaron para poder participar en esta Jornada. Muchos días de trabajo y dedicación, encuentros de reflexión y oración hacen que el camino sea en gran medida la recompensa. El discípulo no es solamente el que llega a un lugar sino el que empieza con decisión, el que no tiene miedo de arriesgar y ponerse a caminar. Si uno empieza a caminar ya no tiene miedo.
Esa es su mayor alegría, estar en camino. Ustedes no tuvieron miedo de arriesgar y caminar. Hoy podemos “estar de rumba”, porque esta rumba comenzó hace ya mucho tiempo en cada comunidad.
Escuchamos decir en la presentación con las banderas que venimos de culturas y pueblos diferentes, hablamos lenguas diferentes, usamos ropas diferentes. Cada uno de nuestros pueblos ha vivido historias y circunstancias diferentes. ¡Cuántas cosas nos pueden diferenciar!, pero nada de eso impidió poder encontrarnos, tantas diferencias no impidieron poder encontrarnos y divertirnos juntos. Ninguna diferencia nos paró. Eso es posible porque sabemos que hay algo que nos une, hay Alguien que nos hermana. Ustedes, queridos amigos, han hecho muchos sacrificios para poder encontrarse y así se transforman en verdaderos maestros y artesanos de la cultura del encuentro. Ustedes en esto se transforman en maestros y artesanos de la cultura del encuentro que no es “hola que tal, chau”; sino que nos hace caminar juntos.
Con sus gestos y actitudes, con sus miradas, sus deseos y especialmente con su sensibilidad desmienten y desautorizan todos esos discursos que se concentran y se empeñan en sembrar división, en excluir o expulsar a los que “no son como nosotros”. Como en varios países de América decimos, no son GCU: gente como uno. Todos somos gente como uno, todos con nuestras diferencias.
Y esto porque tienen ese olfato que sabe intuir que «el amor verdadero no anula las legítimas diferencias, sino que las armoniza en una unidad superior». Sabe quien dice eso? El Papa Benedicto XVI, que está mirando y lo vamos a aplaudir. ¡Le mandamos un saludo! Desde acá. Él nos está mirando por la televisión. Un saludos, todos, con la mano al Papa Benedicto.
Por el contrario, sabemos que el padre de la mentira, el demonio, siempre prefiere un pueblo dividido y peleado, a un pueblo que aprende a trabajar juntos. Y este es un criterio para distinguir a la gente, los constructores de puentes y de muros, esos constructores de muros que dividen a la gente. ¿Ustedes qué quieren ser? ¡Constructores de puentes! (responden los jóvenes).
Ustedes nos enseñan que encontrarse no significa mimetizarse, ni pensar todos lo mismo o vivir todos iguales haciendo y repitiendo las mismas cosas, eso lo hacen los loros y los papagayos. Encontrarse es un llamado e invitación a atreverse a mantener vivo un sueño en común.
Tenemos muchas diferencias, nos vestimos diferente, pero podemos tener un sueño común. Sí, un sueño grande y capaz de cobijar a todos. Ese sueño por el que Jesús dio la vida en la cruz y el Espíritu Santo se desparramó y tatuó a fuego el día de Pentecostés en el corazón de cada hombre y cada mujer, en corazón de cada uno, el tuyo y en el mío, a la espera de que encuentre espacio para crecer y para desarrollarse.
Un sueño llamado Jesús sembrado por el Padre, Dios como Él, enviado por el Padre, con la confianza que crecerá y vivirá en cada corazón. Un sueño concreto que es una persona y que corre por nuestras venas, estremece el corazón y lo hace bailar cada vez que los escuchamos: «Ámense los unos a los otros. Así como yo los he amado, ámense también ustedes. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros» (Jn 13,34- 35).
¿Cómo se llame el sueño nuestro? ¡Jesús! (responden los jóvenes)
A un santo de estas tierras, escuchen esto, le gustaba decir: «El cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, o de prohibiciones. Así el cristianismo resulta muy repugnante. El cristianismo es una Persona que me amó tanto, que reclama y pide mi amor. El cristianismo es Cristo» ¿Lo decimos todos juntos? El cristianismo es Cristo. (cf. S. OSCAR ROMERO, Homilía, 6 noviembre 1977). Es desarrollar el sueño por el que dio la vida: amar con el mismo amor que nos ha amado. No nos amó hasta la mitad, no nos amó un cachito, nos amó totalmente. Nos llenó de amor, dio su vida.
Nos preguntamos: ¿Qué nos mantiene unidos? ¿Por qué estamos unidos? ¿Qué nos mueve a encontrarnos? ¿Saben lo que es? La seguridad de saber que hemos sido amados con un amor entrañable que no queremos y no podemos callar, un amor que nos desafía a responder de la misma manera: con amor. Es el amor de Cristo que nos apremia (cf. 2 Co 5,14).
Fíjense que el amor que nos une es un amor que no “patotea” ni aplasta, un amor que no margina, que no se calla, un amor que no humilla ni avasalla. Es el amor del Señor, un amor de todos los días, discreto y respetuoso, amor de libertad y para la libertad, amor que sana y levanta. Es el amor del Señor que sabe más de levantadas que de caídas, de reconciliación que de prohibición, de dar nueva oportunidad que de condenar, de futuro que de pasado. Es el amor silencioso de la mano tendida en el servicio y la entrega. Es el amor que no se pavonea, que no la juega de pavo real, que se da a los humildes. Ese es el amor que nos une a nosotros.
Te pregunto: ¿Creés en este amor? Te pregunto otra cosa: ¿Crees que este amor vale la pena?

Jesús una vez preguntó a uno lo mismo y le dijo que vaya y haga lo mismo. En nombre de Jesús yo les digo que hagan lo mismo. No tengan miedo de ese amor que gasta la vida.
Fue la misma pregunta e invitación que recibió María. El ángel le preguntó si quería llevar este sueño en sus entrañas y hacerlo vida, hacerlo carne.
María tenía la edad de tantos de ustedes y María dijo: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Cerremos los ojos todos y pensemos en María. No era tonta, sabía lo que sentía su corazón, sabía lo que era el amor y respondió "He aquí la Sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra". En este momentito de silencio, Jesús le dice a cada uno, a vos, a vos y vos: ¿Te animas? ¿Querés? Pensá en María y contesta: quiero servir al Señor, que se haga en mí según tu palabra.
María se animó a decir “sí”. Se animó a darle vida al sueño de Dios. Y esto es lo mismo que el ángel te quiere preguntar a vos, a vos, a mí: ¿querés que este sueño tenga vida? ¿Querés darle carne con tus manos, con tus pies, con tu mirada, con tu corazón? ¿Querés que sea el amor del Padre el que te abra nuevos horizontes y te lleve por caminos jamás imaginados y pensados, soñados o esperados que alegren y hagan cantar y bailar al corazón?
¿Nos animamos a decirle al ángel, como María: he aquí los siervos del Señor, hágase? No contesten acá. contesten en el corazón. Hay preguntas que solo se responden en silencio.
Queridos jóvenes: Lo más esperanzador de esta Jornada no va a ser un documento final, una carta consensuada o un programa a ejecutar. No, eso no va a ser. Lo más esperanzador de este encuentro serán vuestros rostros y una oración. Eso dará esperanza. Con la cara con la cual vuelvan a sus casas, con la oración que aprendieron a decir con el corazón cambiado.
Cada uno volverá a casa con la fuerza nueva que se genera cada vez que nos encontramos con los otros y con el Señor, llenos del Espíritu Santo para recordar y mantener vivo ese sueño que nos hace hermanos y que estamos invitados a no dejar que se congele en el corazón del mundo: allí donde nos encontremos, haciendo lo que estamos haciendo, siempre podremos levantar la mirada y decir: Señor, enséñame a amar como Tú nos has amado —¿se animan a repetirlo conmigo?—. Señor, enséñame a amar como Tú nos has amado. Más fuerte, están roncos: Señor, enséñame a amar como Tú nos has amado.
Y como queremos ser buenos y educados, no podemos terminar este primer encuentro sin agradecer. Gracias a todos los que han preparado con mucha ilusión esta Jornada Mundial de la Juventud. Todo esto, gracias, fuerte. Gracias por animarse a construir y hospedar, por decirle “sí” al sueño de Dios de ver a sus hijos reunidos. Gracias Mons. Ulloa y todo su equipo por ayudar a que Panamá hoy sea no solamente un canal que une mares, sino también canal donde el sueño de Dios siga encontrando cauces para crecer, multiplicarse e irradiarse en todos los rincones de la tierra.
Amigos y amigas, que Jesús los bendiga. Lo deseo de todo corazón. Que Santa María la Antigua los acompañe siempre, para que todos seamos capaces de decir sin miedo, como ella: «Aquí estoy. Hágase». Gracias.