viernes, 19 de abril de 2019

VIERNES SANTO: PASIÓN DEL SEÑOR

Viernes Santo: 

El Santo Padre Francisco presidio desde el coliseo romano el vía crucis

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ORACIÓN DEL SANTO PADRE AL FINALIZAR


Al concluir el Vía Crucis en el Coliseo Romano esta noche, el Papa Francisco pronunció una emotiva oración en la que pidió al Señor que nos ayude a ver su cruz en todas las cruces del mundo.
El Pontífice rezó la oración tras presidir el Vía Crucis cuyas meditaciones estuvieron a cargo de la hermana Eugenia Bonetti, religiosa misionera de la Consolata y presidente de la Asociación Slaves no more (Ya no más esclavos) que ayuda a rescata personas de la trata y las acompaña luego en el proceso.

Señor Jesús, ayúdanos a ver en Tu Cruz todas las cruces del mundo;
la cruz de las personas hambrientas de pan y de amor;
la cruz de las personas solas y abandonadas por sus propios hijos y parientes;
la cruz de las personas sedientas de justicia y de paz;
la cruz de las personas que no tienen el consuelo de la fe;
la cruz de los ancianos que se arrastran bajo el peso de los años y la soledad;
la cruz de los migrantes que encuentran las puertas cerradas a causa del miedo y de los corazones blindados por cálculos políticos;
la cruz de los pequeños, heridos en su inocencia y en su pureza;
la cruz de la humanidad que vaga en lo oscuro de la incertidumbre y en la oscuridad de la cultura de lo momentáneo;
la cruz de las familias rotas por la traición, por las seducciones del maligno o por la homicida ligereza del egoísmo;
la cruz de los consagrados que buscan incansablemente portar Tu luz en el mundo y que se sienten rechazados, ridiculizados y humillados;
la cruz de los consagrados que en su caminar han olvidado su primer amor;
la cruz de tus hijos que, creyendo en Ti y buscando vivir según Tu palabra, se encuentran marginados y descartados incluso por sus familiares y sus coetáneos;
la cruz de nuestras debilidades, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, de nuestros pecados y de nuestras numerosas promesas rotas;
la cruz de Tu Iglesia que, fiel a Tu Evangelio, se fatiga para llevar Tu amor también entre los mismos bautizados;
la cruz de la Iglesia, Tu esposa, que se siente asaltada continuamente en lo interno y lo externo;
la cruz de nuestra casa común que seriamente se marchita bajo nuestros ojos egoístas y cegados por la codicia y el poder.
Señor Jesús, reaviva en nosotros la esperanza de la resurrección y de Tu definitiva victoria contra todo mal y toda muerte. ¡Amén!


Contemplación:
Amado Señor ayúdame a saber discernir pensando que mi cruz no pesa tanto; como  y la de todos estos  hermanos.
Que padecen en este mundo tan lejos de Ti, frió indiferente y cruel.
Que nazca de esta Semana Santa, Cireneos capaces de darse sin sentirse obligados, sino que brote en muchos corazones el fuego del Espíritu Santo.
 Que  tu Sagrado Corazón, que emite Calor y Amor, transforme el pulso de todos los corazones  en la tierra a una nueva esperanza.
A todo hombre y mujer de buena voluntad que escuchan tu Palabra; la tomen
como sistema de vida y podamos  entre todos cambiar el rumbo de destrucción e ir hacia  un mundo de Paz y hermandad.
Mientras los creyentes aguardamos en oración, la Primavera y Gracia del Padre, en tu ansiada Venida
Amèn
Perla


ESTACIONES DEL VÍA CRUCIS


Sor Eugenia Bonetti, misionera de la Consolata, ha sido la encargada de redactar las meditaciones del Vía Crucis que este Viernes Santo 2019 presidirá el Papa Francisco en el Coliseo de Roma.
Según señaló en declaraciones a EWTN y ACI Prensa, las meditaciones se centrarán en el sufrimiento de las víctimas de trata. Afirmó que Cristo continúa muriendo “en nuestras calles y nos pide ser nosotros mismos samaritanos, nos pide ser nosotros el Cirineo, ser nosotros la Verónica, de secar aquel rostro que tiene lágrimas, sudor, que está sucio por la calle, por la humillación, y Él nos pide hacer esto hoy”.
A continuación, publicamos el texto completo de las meditaciones que se usarán en el Vía Crucis que presidirá el Santo Padre el día 19 de abril:
Introducción
Ya han pasado 40 días de la imposición de la ceniza con la que empezamos el camino cuaresmal. Hoy hemos revivido las últimas horas de vida terrena del Señor Jesús, hasta que, suspendido en la cruz, gritó su: “consummatum est”, “está cumplido”. Reunidos en este lugar, en el que millares de personas en el pasado sufrieron el martirio por ser fieles a Cristo, queremos ahora recorrer esta “vía dolorosa” junto a todos los pobres, los excluidos de la sociedad y los nuevos crucificados de la historia actual, víctimas de nuestra cerrazón, del poder y de las legislaciones, de la ceguera y del egoísmo, pero sobre todo de nuestro corazón endurecido por la indiferencia. Una enfermedad, esta última, que también sufrimos nosotros, los cristianos. Que la cruz de Cristo, instrumento de muerte pero también de vida nueva, que une como en un abrazo la tierra y el cielo, el norte y el sur, el este y el oeste, ilumine la conciencia de los ciudadanos, de la Iglesia, de los legisladores y de todos los que se profesan seguidores de Cristo, para que llegue a todos la Buena Noticia de la redención.
I Estación
Jesús es condenado a muerte
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos,
sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (
Mt 7,21)
Reflexión: Señor, ¿quién mejor que María, tu Madre, supo ser tu discípula? Ella aceptó la voluntad del Padre incluso en el momento más oscuro de su vida, y con su corazón destrozado estuvo a tu lado. La que te engendró, te llevó en su seno, te recibió en sus brazos, te alimentó con amor y te acompañó durante tu vida terrenal, debía recorrer tu misma vía del Calvario y compartir contigo el momento más dramático y doloroso de tu vida y de la suya.
Oración: Señor, ¿cuántas madres viven todavía hoy la experiencia de tu Madre y lloran por el destino de sus hijas y sus hijos? ¿Cuántas, después de haberlos engendrado y dado a luz, los ven sufrir y morir por las enfermedades, la falta de alimentos, de agua, de atención médica y oportunidades de vida y de futuro? Te pedimos por aquellos que ocupan puestos de responsabilidad, para que puedan escuchar el clamor de los pobres que sube a Ti desde todo el mundo. El grito de todas esas jóvenes vidas, que de muchos modos están condenadas a muerte por la indiferencia generada por políticas exclusivas y egoístas. Que no falte a ninguno de tus hijos el trabajo y lo necesario para una vida honrada y digna.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a hacer tu voluntad”
― En los momentos de dificultad y desesperación.
― En los momentos de sufrimiento físico y moral.
― En los momentos de oscuridad y soledad.
II Estación
Jesús con la cruz a cuestas
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9,23)
Reflexión: Señor Jesús, es fácil llevar el crucifijo al cuello o colgarlo como un ornamento en las paredes de nuestras hermosas catedrales o nuestras casas, pero no es tan fácil encontrar y reconocer los nuevos crucificados de hoy: las personas sin hogar, los jóvenes sin esperanza, sin trabajo y sin perspectivas, los inmigrantes obligados a vivir en las barracas en los márgenes de nuestra sociedad, después de haber padecido sufrimientos inauditos. Lamentablemente, estos campamentos sin seguridad son quemados y arrasados, junto con los sueños y esperanzas de miles de hombres y mujeres marginados, explotados y olvidados. Además, ¡cuántos niños son discriminados a causa de su origen, del color de su piel o de su clase social!, ¡cuántas madres sufren la humillación de ver a sus hijos ridiculizados y excluidos de las mismas oportunidades que tienen sus coetáneos y compañeros de escuela!
Oración: Te damos gracias, Señor, porque con tu propia vida nos has dado ejemplo de cómo se manifiesta el amor verdadero y desinteresado hacia los demás, especialmente hacia los enemigos o simplemente hacia el que no es como nosotros. Señor Jesús, cuántas veces también nosotros, igual que tus discípulos, nos hemos declarado abiertamente seguidores tuyos en los momentos en que realizabas curaciones y prodigios, cuando alimentabas a la multitud y perdonabas los pecados. Pero no fue tan fácil entenderte cuando hablabas de servicio y perdón, de renuncia y sufrimiento. Ayúdanos a que sepamos poner siempre nuestras vidas al servicio de los demás.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a esperar”
― Cuando nos sentimos abandonados y solos.
― Cuando es difícil seguir tus pasos.
― Cuando el servicio a los demás se hace difícil.
III Estación
Jesús cae por primera vez
«Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores» (Is 53,4)
Reflexión: Señor Jesús, en el camino empinado que conduce al Calvario has querido experimentar la fragilidad y la debilidad humana. ¿Cómo sería hoy la Iglesia sin la presencia y la generosidad de tantos voluntarios, los nuevos samaritanos del tercer milenio? En una fría noche de enero, en una calle de las afueras de Roma, tres africanas casi niñas calentaban sus cuerpos jóvenes y semidesnudos acurrucadas en el suelo alrededor de un brasero. Algunos jóvenes, pasando con el automóvil, arrojaron material inflamable al fuego para divertirse, quemándolas gravemente. En ese preciso momento, pasó una de las muchas unidades callejeras de voluntarios que las socorrió y las llevó al hospital para acogerlas después en una casa hogar. ¿Cuánto tiempo pasó y ha de pasar para que esas muchachas se curen, no solo de las quemaduras de sus miembros, sino también del dolor y de la humillación de encontrarse con un cuerpo mutilado y desfigurado para siempre?
Oración: Señor, te agradecemos la presencia de tantos nuevos samaritanos del tercer milenio que viven hoy la experiencia del camino, inclinándose con amor y compasión sobre las numerosas heridas físicas y morales de los que cada noche viven en el miedo y el terror de la oscuridad, de la soledad y de la indiferencia. Señor, hoy por desgracia ya no sabemos descubrir muchas veces quien está necesitado, ni ver quien está herido y humillado. A menudo reclamamos nuestros derechos e intereses, pero olvidamos los de los pobres y los últimos de la fila. Señor, danos la gracia de no ser insensibles a sus lágrimas, a sus sufrimientos, a su grito de dolor porque a través de ellos podemos encontrarte.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a amar”
― Cuando es difícil ser samaritanos.
― Cuando nos cuesta perdonar.
― Cuando no queremos ver el sufrimiento de los demás.

IV Estación
Jesús encuentra a su Madre
«Una espada te traspasará el alma, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones» (cf. Lc 2,35)
Reflexión: María, cuando presentaste al pequeño Jesús en el templo para el rito de la purificación, el viejo Simeón te predijo que una espada atravesaría tu corazón. Ahora es el momento de renovar tu fiat, tu adhesión a la voluntad del Padre, a pesar de que acompañar a un hijo al patíbulo, tratado como un criminal, causa un dolor desgarrador. Señor, ten piedad de tantas madres, demasiadas, que han dejado partir hacia Europa a sus jóvenes hijas con la esperanza de ayudar a sus familias que viven en la extrema pobreza, encontrando en cambio humillaciones, desprecio e incluso, a veces, la muerte. Como la joven Tina, asesinada brutalmente en una calle con solo veinte años, dejando a una niña de pocos meses.
Oración: María, en este momento vives el mismo drama de muchas madres que sufren por sus hijos que se han ido a otros países con la esperanza de encontrar una oportunidad para un futuro mejor, para ellos y para sus familias, pero que, por desgracia, han encontrado humillación, desprecio, violencia, indiferencia, soledad e incluso la muerte. Dales fuerza y valor.
Oremos juntos diciendo: “Señor, haz que sepamos dar siempre apoyo y consuelo, y estar presentes para ofrecer ayuda”
― Para consolar a las madres que lloran el destino de sus hijos.
― Para quien ha perdido toda esperanza en su vida.
― Para quien sufre violencia y desprecio todos los días.
V Estación
El Cireneo ayuda a Jesús a llevar la cruz
«Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo» (Ga 6,2)
Reflexión: Señor Jesús, en el camino al Calvario sentiste el peso y la dificultad de llevar esa áspera cruz de madera. En vano esperaste el gesto de ayuda de un amigo, de uno de tus discípulos o de una de las muchas personas a quienes aliviaste sus sufrimientos. Lamentablemente, solo un desconocido, Simón de Cirene, por obligación, te echó una mano. ¿Dónde están hoy los nuevos cireneos del tercer milenio? ¿Dónde los encontramos? Me gustaría mencionar la experiencia de un grupo de religiosas de diferentes nacionalidades, orígenes e institutos de proveniencia con las que, durante más de diecisiete años, visitamos en Roma todos los sábados un centro para mujeres inmigrantes indocumentadas. Mujeres, a menudo jóvenes, en espera de conocer su destino, en vilo entre la deportación y la posibilidad de quedarse. Cuánto sufrimiento, pero también cuánta alegría percibimos en estas mujeres cuando encuentran religiosas provenientes de sus países, que hablan sus lenguas, que secan sus lágrimas, que comparten momentos de oración y de fiesta, que vuelven menos crueles los largos meses pasados entre rejas y en sórdidas calles.
Oración: Por todos los cireneos de nuestra historia. Para que nunca les falte el deseo de acogerte bajo la apariencia de los últimos de la tierra, conscientes de que, al tender la mano a los más pobres de nuestra sociedad, te acogemos a ti. Que ellos sean samaritanos portavoces de aquellos que no tienen voz.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a llevar nuestra cruz”
― Cuando estamos cansados y desanimados.
― Cuando sentimos el peso de nuestras debilidades.
― Cuando nos pides que compartamos los sufrimientos de los demás.
VI Estación
La Verónica enjuga el rostro de Jesús
«Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40)
Reflexión: Pensemos en los niños de diversas partes del mundo que no pueden ir a la escuela y que, en cambio, son explotados en las minas, en los campos, en la pesca; vendidos y comprados por traficantes de carne humana, para trasplantes de órganos; abusados y explotados en nuestras calles por muchos, incluidos los cristianos, que han perdido el sentido de la sacralidad propia y de los demás. Como una menor de edad de cuerpo diminuto, encontrada una noche en Roma, a la que hombres en automóviles lujosos hacían fila para aprovecharse de ella. Y, sin embargo, podía tener la misma edad de sus hijas... ¡Qué desequilibrio puede crear esta violencia en la vida de tantas jóvenes que experimentan solo el abuso, la arrogancia y la indiferencia de aquellos que, de noche y de día, las buscan, las usan, se aprovechan de ellas, y luego las arrojan de vuelta a la calle para caer en las garras del próximo comerciante de vidas!
Oración: Señor Jesús, limpia nuestros ojos para que sepamos descubrir tu rostro en nuestros hermanos y hermanas, especialmente en todos aquellos niños que, en muchas partes del mundo, viven en la miseria y en la degradación. Niños privados del derecho a una infancia feliz, a una educación escolar, a la inocencia. Criaturas usadas como mercancía barata, vendidas y compradas por placer. Señor, te pedimos que tengas piedad y compasión de este mundo enfermo y ayúdanos a redescubrir la belleza de nuestra dignidad como seres humanos, creados a tu imagen y semejanza.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a ver”
― El rostro de los niños inocentes que piden ayuda.
― Las injusticias sociales.
― La dignidad que cada persona posee y que es pisoteada.
VII Estación
Jesús cae por segunda vez
«Él no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; sino que se entregaba al que juzga rectamente» (1 P 2,23)
Reflexión: ¡Cuántas venganzas en este nuestro tiempo! La sociedad actual ha perdido el gran valor del perdón, don por excelencia, curación para las heridas, fundamento de la paz y de la convivencia humana. En una sociedad donde el perdón se experimenta como debilidad, tú, Señor, nos pides que no nos quedemos en las apariencias. Y no lo haces con palabras, sino con el ejemplo. A los que te atormentan, tú les respondes: “¿Por qué me perseguís?”, sabiendo muy bien que la verdadera justicia nunca puede basarse en el odio y la venganza. Haznos capaces de pedir y dar perdón.
Oración: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Señor, también tú sentiste el peso de la condena, del rechazo, del abandono, del sufrimiento ocasionado por personas que te habían encontrado, acogido y seguido. Con la certeza de que el Padre no te había abandonado, encontraste la fuerza para aceptar su voluntad perdonando, amando y ofreciendo esperanza a quien como tú recorre hoy el mismo camino de burla, desprecio, escarnio, abandono, traición y soledad.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a dar consuelo”
― A quien se siente ofendido e insultado.
― A quien se siente traicionado y humillado.
― A quien se siente juzgado y condenado.
VIII Estación
Jesús encuentra a las mujeres
«Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos» (Lc23,28)
Reflexión: La situación social, económica y política de los migrantes y de las víctimas de la trata de personas nos cuestiona y nos sacude. Debemos tener el valor, como afirma con fuerza el Papa Francisco, de denunciar el tráfico de seres humanos como un crimen contra la humanidad. Todos nosotros, especialmente los cristianos, debemos tomar más conciencia de que todos somos responsables del problema y que podemos y debemos ser parte de la solución. A todos, pero, sobre todo, a nosotras las mujeres, se nos pide el desafío de ser valientes. La resolución de saber ver y actuar, individualmente y como comunidad. Solamente sumando la pobreza de cada uno, esta puede convertirse en una gran riqueza, capaz de cambiar la mentalidad y de aliviar el sufrimiento de la humanidad. El pobre, el extranjero, el que es diferente no debe ser visto como un enemigo que hay que rechazar o combatir sino, más bien, como un hermano o hermana que hay que acoger y ayudar. Ellos no son un problema, sino un recurso valioso para nuestras ciudades blindadas, donde el bienestar y el consumismo no apaciguan el cansancio y la fatiga crecientes.
Oración: Señor, enséñanos a tener tus ojos. Esa mirada de bienvenida y misericordia con la que ves nuestros límites y nuestros temores. Ayúdanos a ver las diferencias de ideas, hábitos y puntos de vista. Ayúdanos a reconocernos a nosotros mismos como parte de la misma humanidad y a convertirnos en promotores de formas audaces y nuevas de acogida a los diferentes, para crear juntos comunidad, familia, parroquias y sociedad civil.
Oremos juntos diciendo: “Ayúdanos a compartir el sufrimiento de los demás”
― Con el que sufre la muerte de sus seres queridos.
― Con el que le cuesta pedir ayuda y consuelo.
― Con el que ha experimentado maltrato y violencia.
IX Estación
Jesús cae por tercera vez
“Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca: como cordero llevado al matadero” (Is 53,7)
Reflexión: Señor, has caído por tercera vez, exhausto y humillado, bajo el peso de la cruz. Como tantas jóvenes, obligadas en las calles por grupos de traficantes de esclavos, que sufren el cansancio y la humillación de ver sus propios cuerpos y sus sueños manipulados, abusados, destruidos. Esas jóvenes mujeres se sienten como desdobladas: por una parte buscadas y usadas, por otra rechazadas y condenadas por una sociedad que no quiere ver este tipo de explotación, causado por el triunfo de la cultura del usar y tirar. Una de las tantas noches pasadas en las calles de Roma, buscaba una joven recién llegada a Italia. Al no verla en su grupo, la llamaba insistentemente por su nombre: “¡Mercy!”. En la oscuridad, la vi acurrucada y dormida al borde de la calle. Al oírme se despertó y me dijo que no podía más. “Estoy exhausta”, repetía… Pensé en su madre: si supiese lo que le ha sucedido a su hija, se quedaría sin lágrimas.
Oración: Señor, ¿cuántas veces nos has dirigido esta pregunta incómoda: “Dónde está tu hermano, dónde está tu hermana”? ¿Cuántas veces nos has recordado que su grito desgarrador había llegado hasta ti? Ayúdanos a compartir el sufrimiento y la humillación de tantas personas tratadas como desechos. Es muy fácil condenar seres humanos y situaciones vergonzosas que humillan nuestro falso pudor, pero no es tan fácil asumir nuestras responsabilidades como individuos, como gobiernos y también como comunidades cristianas.
Oremos juntos diciendo: “Concédenos, Señor, fuerza y valentía para denunciar”
― Ante la explotación y la humillación sufrida por tantos jóvenes.
― Ante la indiferencia y el silencio de tantos cristianos.
― Ante leyes injustas y carentes de humanidad y solidaridad.
X Estación
Jesús es despojado de sus vestiduras
Revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia” (Col3,12)

Reflexión: Dinero, bienestar, poder. Son los ídolos de todas las épocas. También y sobre todo de la nuestra, que presume de los grandes pasos dados en el reconocimiento de los derechos de la persona. Todo se puede comprar, incluso el cuerpo de los menores, despojados de su dignidad y de su futuro. Hemos olvidado la centralidad del ser humano, su dignidad, su belleza, su fuerza. Mientras en el mundo se levantan muros y barreras, queremos recordar y agradecer a todos los que, en estos últimos meses, desde distintas funciones han arriesgado su propia vida, particularmente en el Mar Mediterráneo, para salvar las de tantas familias en busca de seguridad y oportunidades. Seres humanos escapando de la pobreza, las dictaduras, la corrupción, la esclavitud.
Oración: Ayúdanos, Señor, a descubrir la belleza y la riqueza que toda persona y todo pueblo encierran en sí como don tuyo, único e irrepetible, para poner al servicio de toda la sociedad y no para alcanzar intereses personales. Te pedimos, Señor, que tu ejemplo y tus enseñanzas de misericordia y perdón, de humildad y paciencia nos hagan un poco más humanos y, por tanto, más cristianos.
Oremos juntos diciendo: “Concédenos, Señor, un corazón lleno de misericordia”
― Ante la ambición del placer, del poder y del dinero.
― Ante las injusticias infligidas a los pobres y a los más débiles.
― Ante el espejismo de los intereses personales.
XI Estación
Jesús es clavado en la cruz
“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34)
Reflexión: Nuestra sociedad proclama la igualdad de derechos y la dignidad de todos los seres humanos; pero practica y tolera la desigualdad, acepta incluso hasta sus formas más extremas. Hombres, mujeres y niños son comprados y vendidos como esclavos por los nuevos mercaderes de seres humanos. A su vez, las víctimas de la trata son explotadas por otros individuos. Y finalmente desechadas como mercancía sin valor. ¿Cuántos se hacen ricos devorando la carne y la sangre de los pobres?
Oración: Señor, cuántas personas todavía hoy son clavadas en una cruz, víctimas de una explotación deshumana, privadas de dignidad, de libertad, de futuro. Su grito de auxilio nos interpela como hombres y mujeres, como gobiernos, como sociedad y como Iglesia. ¿Cómo es posible que continuemos crucificándote, siendo cómplices de la trata de seres humanos? Concédenos ojos para ver y un corazón para sentir los sufrimientos de tantas personas que aún hoy son clavadas en la cruz de nuestros sistemas de vida y de consumo.
Oremos juntos diciendo: “Señor, piedad”
― Por los nuevos crucificados de hoy, dispersos por toda la tierra.
― Por los poderosos y los legisladores de nuestra sociedad.
― Por quien no sabe perdonar y no sabe amar.
XII Estación
Jesús muere en la cruz
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34)
Reflexión: También tú, Señor, has sentido en la cruz el peso de la burla, del desprecio, de los insultos, de la violencia, del abandono, de la indiferencia. Solo María, tu madre, y otras pocas discípulas, permanecieron allí, testigos de tu sufrimiento y de tu muerte. Que su ejemplo nos inspire a comprometernos para no hacer sentir la soledad a cuantos agonizan hoy en tantos calvarios dispersos por el mundo, como los campos de acogida similares a campos de concentración en los países de tránsito, los barcos a los que se niega un puerto seguro, las largas negociaciones burocráticas para llegar al destino final, los centros de permanencia, las zonas críticas, los campos para trabajadores temporales.
Oración: Te pedimos, Señor, que nos ayudes a estar cerca de los nuevos crucificados y desesperados de nuestro tiempo. Enséñanos a enjugar sus lágrimas, a confortarlos como supieron hacerlo María y las otras mujeres al pie de tu cruz.
Oremos juntos diciendo: “Señor, ayúdanos a dar nuestra vida”
― Por cuantos han sufrido injusticias, odio y venganza.
― Por cuantos han sido injustamente calumniados y condenados.
― Por cuantos se sienten solos, abandonados y humillados.
XIII Estación
Jesús es bajado de la cruz
“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,24)
Reflexión: ¿Quién recuerda, en esta era de noticias vertiginosas, a las veintiséis jóvenes nigerianas, desaparecidas bajo las olas, cuyos funerales fueron celebrados en Salerno? Su calvario fue duro y largo. Primero la travesía por el desierto del Sahara, hacinadas en un improvisado autobús. Después la parada forzosa en los horribles campos de acogida en Libia. Finalmente, el salto al mar, donde encontraron la muerte a las puertas de la “tierra prometida”. Dos de ellas llevaban en su seno el don de una nueva vida, niños que no verán nunca la luz del sol. Pero su muerte, como la de Jesús bajado de la cruz, no fue en vano. Confiamos todas estas vidas a la misericordia del Padre nuestro y de todos, pero sobre todo Padre de los pobres, de los desesperados y de los humillados.
Oración:Señor, en este momento, sentimos resonar una vez más el clamor que el papa Francisco elevó en Lampedusa, meta de su primer viaje apostólico: «¿Quién ha llorado?». Y ahora, después de infinitos naufragios, seguimos clamando: «¿Quién ha llorado?». ¿Quién ha llorado?, nos preguntamos frente a los 26 ataúdes alineados y en los que se distingue una rosa blanca. Solo cinco de ellas fueron identificadas. Con o sin nombre, todas, sin embargo, son hijas y hermanas nuestras. Todas merecen nuestro respeto y recuerdo. Todas nos piden que nos sintamos responsables: instituciones, autoridades y también nosotros, por nuestro silencio y nuestra indiferencia.
Oremos juntos: “Señor, ayúdanos a compartir el llanto”
― Ante los sufrimientos de los demás.
― Ante todos los ataúdes sin nombre.
― Ante el llanto de tantas madres.
XIV Estación
Jesús es puesto en el sepulcro
“Está cumplido” (Jn 19,30)
Reflexión: El desierto y el mar se han convertido en los nuevos cementerios de hoy. Frente a esas muertes no hay respuestas; pero hay responsabilidad. Hermanos que dejan morir a otros hermanos. Hombres, mujeres, niños que no hemos podido o querido salvar. Mientras los gobiernos discuten, encerrados en los palacios del poder, el Sahara se llena de esqueletos de personas que no han resistido el cansancio, el hambre, la sed. ¡Cuánto dolor provocan estos nuevos éxodos! Cuánta crueldad se ensaña con el que huye: los viajes de la desesperación, las extorsiones y las torturas, el mar transformado en tumba de agua.
Oración: Señor, haznos comprender que todos somos hijos del mismo Padre. Que la muerte de tu hijo Jesús haga que los jefes de las naciones y los responsables de las legislaciones tomen conciencia de su rol en defensa de toda persona creada a tu imagen y semejanza.
Conclusión
Queremos recordar la historia de la pequeña Favour, de 9 meses, que partió de Nigeria junto a sus jóvenes padres en busca de un futuro mejor en Europa. Durante el largo y peligroso viaje en el Mediterráneo, su mamá y su papá murieron junto a centenares de personas que se habían fiado de los traficantes sin escrúpulos para poder alcanzar la “tierra prometida”. Solo Favour sobrevivió, también ella, como Moisés, fue salvada de las aguas. Que su vida se convierta en luz de esperanza en el camino hacia una humanidad más fraterna.
Oración: Al concluir tu Vía Crucis, te pedimos Señor que nos enseñes a velar, junto a tu Madre y a las mujeres que te acompañaron en el Calvario, en espera de tu resurrección. Que ella sea faro de esperanza, de alegría, de vida nueva, de fraternidad, de acogida y de comunión entre los pueblos, las religiones y las leyes. Para que todos los hijos e hijas del hombre sean reconocidos verdaderamente en su dignidad de hijos e hijas de Dios y nunca más tratados como esclavos.


18 DE ABRIL

Santo Sepulcro




19 de abril de 2019 11:55 am

 celebración de la Pasión del SeñorViernes Santo: Papa Francisco presidió

Redacción ACI Prensa

El Papa Francisco besa la cruz en la celebración de la Pasión de Cristo este Viernes Santo en la Basílica de San Pedro en el Vaticano. Captura YoutubeEste 19 de abril, Viernes Santo, el Papa Francisco presidió la celebración de la Pasión del Señor en la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
En la Basílica desprovista de ornamentos e iluminada por una luz tenue en consonancia con la sobriedad de la ceremonia en la que no se celebró la Eucaristía, el Santo Padre, vestido de púrpura en recuerdo de la sangre de Cristo derramada en la Cruz, se postró en el suelo delante del altar para orar durante unos minutos.
Tras esos minutos de silenciosa oración, acompañado de los fieles presentes arrodillados, el Pontífice se puso de nuevo en pie para la liturgia de la Palabra en la que el Evangelio que relata la Pasión de Cristo fue leído completamente en latín.
Además de la oración del Papa ante el altar, un momento de especial emotividad espiritual fue la adoración de la Cruz aclamada tres veces con las palabras “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo. ¡Venid a adorarlo!”.
Al igual que en otros años, el predicador de la Casa Pontificia, P. Rainiero Cantalamessa, pronunció la homilía. Esta vez su prédica llevó por título “Despreciado y rechazado por los hombres”.
A continuación el texto completo de su reflexión:
«Despreciado y evitado de los hombres,
como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos,
ante el cual se ocultan los rostros,
despreciado y desestimado» (Is 53,3).
Son las palabras proféticas de Isaías con las que se ha iniciado la liturgia la palabra de hoy. El relato de la pasión que ha seguido ha dado un nombre y un rostro a este misterioso hombre de dolores, despreciado y rechazado por los hombres: el nombre y el rostro de Jesús de Nazaret. Hoy queremos contemplar al Crucificado precisamente en esta apariencia: como el prototipo y el representante de todos los rechazados, los desheredados y los «descartados» de la tierra, aquellos ante los cuales se gira el rostro hacia otra parte para no ver.
Jesús no ha empezado ahora, en la pasión, a serlo. En toda su vida, él formó parte de ellos. Nació en un establo porque para los suyos «no había puesto en la posada» (Lc 2,7). Al presentarlo en el templo, los padres ofrecieron «un par de tórtolas o dos pichones», la ofrenda prescrita por la ley para los pobres que no podían permitirse el lujo de ofrecer un cordero (cf. Lev 12,8). Un auténtico certificado de pobreza en el Israel de entonces. Durante su vida pública, no tiene «dónde reclinar la cabeza» (Mt 8,20): un sintecho.
Y llegamos a la pasión. En el relato de ella hay un momento en el que no nos detenemos a menudo, pero que es muy significativo: Jesús en el pretorio de Pilato (cf. Mc 15,16-20). Los soldados han observado, en la explanada adyacente, un arbusto de espinos; han cogido un haz y se lo han presionado sobre la cabeza; sobre la espalda todavía sangrante por la flagelación, le han colocado un manto como burla; tiene las manos atadas con una tosca cuerda; en una le han puesto un haz de varas y en la otra una caña, símbolos jocosos de su realeza. Es el prototipo de las personas maniatadas, solas, en manos de soldados y bandidos que desfogan sobre los pobres desgraciados la rabia y la crueldad que han acumulado en la vida. ¡Torturado!
«¡Ecce homo!», ¡He aquí el hombre!, exclama Pilato, al presentarlo poco después al pueblo (Jn 19,5). Palabra que, después de Cristo, puede ser dicha del grupo sin fin de hombres y mujeres humillados, reducidos a objetos, privados de toda dignidad humana. «Si esto es un hombre»: el escritor Primo Levi tituló así el relato de su vida en el campo de exterminio de Auschwitz. En la cruz, Jesús de Nazaret se convierte en el emblema de toda esta humanidad «humillada y ofendida». Vendrían ganas de exclamar: «Despreciados, rechazados, parias de toda la tierra: ¡el hombre más grande de toda la historia ha sido uno de vosotros! A cualquier pueblo, raza o religión que pertenezcáis, tenéis el derecho de reclamarlo como vuestro.
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El escritor y teólogo afro-americano, Howard Thurman —aquel al que Martin Luther King consideraba su maestro y el inspirador de la lucha no violenta por los derechos civiles— escribió un libro titulado «Jesus and the Disinherited»[1] , Jesús y los desheredados. En él, hace ver lo que representó la figura de Jesús para los esclavos del Sur, de los que él mismo era un descendiente directo. En la privación de todo derecho y en la abyección más total, las palabras del Evangelio que repetía el ministro de culto negro, en la única reunión que se les consentía, daban nuevamente a los esclavos el sentido de su dignidad de hijos de Dios.
En este clima nacieron la mayoría de los cantos espirituales negros que todavía hoy conmueven al mundo[2] . En el momento de la subasta pública habían vivido el desgarro de ver a las esposas separadas de los maridos y a los padres respecto de los hijos, vendidos a dueños diferentes. Es fácil intuir con qué espíritu cantaban bajo el sol o en el interior de sus cabañas: «Nobody knows the trouble I have seen. Nobody knows, but Jesus»: Nadie sabe el dolor que he experimentado; nadie, excepto Jesús».
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Este no es el único significado de la pasión y muerte de Cristo y ni siquiera el más importante. El significado más profundo no es el social, sino el espiritual y místico. Aquella muerte redimió al mundo del pecado, llevó el amor de Dios al punto más lejano y más oscuro en el que la humanidad se había metido en su huida de él, es decir, en la muerte. No es, decía, el sentido más importante de la cruz, pero es el que todos, creyentes y no creyentes, pueden reconocer y acoger.
Todos, repito, no sólo los creyentes. Si por el hecho de su encarnación el Hijo de Dios se hizo hombre y se unió a toda la humanidad, por el modo en que se produjo su encarnación se ha hecho uno de los pobres y rechazados, ha abrazado su causa. Él mismo se ha encargado de asegurárnoslo cuando solemnemente afirmó que lo que hicimos por el hambriento, el desnudo, el preso, el exiliado, se lo hicimos a él y lo que omitimos hacérselo a ellos no se lo hicimos a Él (cf. Mt 25, 31-46).
Pero no podemos detenernos aquí. Si Jesús solo tuviera esto que decir a los desheredados del mundo, no sería más que uno entre ellos, un ejemplo de dignidad en la desventura y nada más. Más aún, sería una prueba ulterior a cargo de Dios que permite todo esto. Es conocida la reacción indignada de Iván, el hermano rebelde de los hermanos Karamazov, de Dostoievski, cuando el hermano menor, Aliosha, le menciona a Jesús: «¡Ah, se trata del Único sin pecado y de su sangre! No, no me había olvidado de él: y más aún, me maravillaba, mientras se discutía, cómo era posible que tardaras tanto en sacarlo contigo, ya que comúnmente, en los debates, todos los de vuestra parte le ponen a Él ante que cualquier otra cosa»[3] .
Efectivamente, el Evangelio no se detiene aquí; dice también otra cosa, ¡dice que el Crucificado ha resucitado! En él se produjo un vuelco total de las partes: el vencido se ha convertido en vencedor, el juzgado se ha convertido en el juez, «la piedra descartada por los arquitectos se ha convertido en piedra angular» (cf. Hch 4,11). La última palabra no ha sido y no será nunca la de la injusticia y la opresión. Jesús no ha devuelto sólo una dignidad a los desheredados del mundo; ¡les ha dado una esperanza!
En los tres primeros siglos de la Iglesia la celebración de la Pascua no estaba distribuida como ahora, en varios días: Viernes Santo, Sábado Santo y Domingo de Pascua. Todo estaba concentrado en un solo día. En la Vigilia pascual se conmemoraba tanto la muerte como la resurrección. Más concretamente, ni la muerte ni la resurrección se conmemoraban como hechos distintos y separados; se conmemoraba, más bien, el tránsito de Cristo de una a otra, de la muerte a la vida. La palabra «Pascua» (pasech) significa tránsito: paso del pueblo hebreo de la esclavitud a la libertad, tránsito de Cristo de este mundo al Padre (cf. Jn 13,1) y tránsito, del pecado a la gracia, de los creyentes en él.
Es la fiesta del vuelco obrado por Dios y realizado en Cristo; es el comienzo y la promesa del único cambio pleno totalmente justo e irreversible en la suerte de la humanidad. ¡Pobres, excluidos, pertenecientes a distintas formas de esclavitud todavía en curso en nuestra sociedad: la Pascua es vuestra fiesta!
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La cruz contiene también un mensaje para aquellos que están en la otra orilla: para los poderosos, los fuertes, los que se sienten tranquilos en su papel de «vencedores». Y es un mensaje, como siempre, de amor y de salvación, no de odio o venganza. Les recuerda que al final están vinculados al mismo destino de todos; que débiles y poderosos, inermes y tiranos, todos están sometidos a la misma ley y a los mismos límites humanos. La muerte, como la espada de Damocles, pende sobre la cabeza de cada uno, colgada de un hilo. Pone en guardia contra el peor mal para el hombre que es la ilusión de la omnipotencia. No hay que ir demasiado para atrás en el tiempo, basta repensar la historia reciente para darnos cuenta de lo frecuente que es este peligro y a cuántas personas y pueblos lleva a la catástrofe.
La Escritura tiene palabras de sabiduría eterna dirigidas a los dominadores de la escena de este mundo:
«Aprended, gobernantes de toda la tierra...
los poderosos serán examinados con rigor» (Sab 6,1.6).
En la prosperidad el hombre no comprende,
es parecido a las bestias que mueren» (Sal 49,21).
«¿Para qué le sirve al hombre ganar el mundo entero
si luego pierde su alma o se destruye a sí mismo?» (Lc 9,25)
La Iglesia ha recibido el mandato de su fundador de ponerse de la parte de los pobres y los débiles, de ser la voz de quien no tiene voz y, gracias a Dios, es lo que hace, sobre todo en su pastor supremo.
La segunda tarea histórica que las religiones deben, juntas, asumir hoy, además de promover la paz, es no permanecer en silencio ante el espectáculo que está ante la mirada de todos. Pocos privilegiados poseen bienes que no podrían consumir, aunque viviesen incluso siglos enteros y masas aniquiladas de pobres que no tienen un trozo de pan y un sorbo de agua por dar a sus hijos. Ninguna religión puede permanecer indiferente, porque el Dios de todas las religiones no es indiferente ante todo esto.
Volvamos a la profecía de Isaías de la que hemos partido. Comienza con la descripción de la humillación del Siervo de Dios, pero se concluye con la descripción de su exaltación final. Es Dios que habla:
«Por los trabajos de su alma verá la luz […]
Le daré una multitud como parte,
tendrá como despojo una muchedumbre.
Porque expuso su vida a la muerte
y fue contado entre los pecadores,
él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores».
Dentro de dos días, con el anuncio de la resurrección de Cristo, la liturgia dará un nombre y un rostro también en este triunfador. Velemos y meditamos en espera.
Contemplación:
Amado Señor, Tù te  hiciste pecado  dando tu Vida por los pecados
toda la humanidad.
Nos postramos delante de esta Santa Cruz.
Glorificandote:
Oramos pidiendo el arrepentimiento de todos aquellos que continúan
pecando gravemente contra el hermano.
Los que han robaron devuelvan lo robado;devuelvan lo que no les pertenece.
Los que  cometen 
crímenes contra inocentes indefensos, pidan perdón y finalice la 
matanza cruel, de aquellos que no tienen voz.
Que todos los hombres y mujeres  que cometen aberraciones  contra
 la humanidad imiten al buen ladrón arrepiéntanse:
 Vayan a Jesucristo pidan perdón y misericordia, no olviden que son 
mortales y que la vida corporal finaliza, pero la vida  del alma no.
Que asì sea
Perla

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