Santa misa:
Despedida pastoral del santo padre a: chile EN IQUIQUE
HOMILÍA:
En el último día de su visita a Chile, el Papa Francisco
presidió la Santa Misa en el Campus Lobito en Iquique, siendo su primera
actividad del día.
En
su homilía el Papa hizo la reflexión sobre el pasaje de las Bodas de Caná, que
“muestra la primera aparición pública de Jesús: nada más y nada menos que en
una fiesta”, porque el “Evangelio
es una constante invitación a la alegría”.
A
continuación el texto completo:
«Y
Éste fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en la ciudad de Caná de
Galilea» (Jn 2,11). Así termina el Evangelio que hemos escuchado, y que nos
muestra la aparición pública de Jesús: nada más y nada menos que en una fiesta.
No podría ser de otra forma, ya que el Evangelio es una constante invitación a
la alegría.
Desde
el inicio el Ángel le dice a María: «Alégrate» (Lc 1,28). Alégrense, le dijo a
los pastores; alégrate, le dijo a Isabel, mujer anciana y estéril...; alégrate,
le hizo sentir Jesús al ladrón, porque hoy estarás conmigo en el paraíso (cf.
Lc 23,43).
El
mensaje del Evangelio es fuente de gozo: «Les he dicho estas cosas para que mi
alegría esté en ustedes, y esa alegría sea plena» (Jn 15,11). Una alegría que
se contagia de generación en generación y de la cual somos herederos, porque
somos cristianos ¡Cómo saben ustedes de esto, queridos hermanos del norte
chileno! ¡Cómo saben vivir la fe y la vida en clima de fiesta!
Vengo como peregrino a celebrar con ustedes esta manera hermosa
de vivir la fe. Sus fiestas patronales, sus bailes religiosos —que se prolongan
hasta por una semana—, su música, sus vestidos hacen de esta zona un santuario
de piedad y espiritualidad popular. Porque no es una fiesta que queda encerrada
dentro del templo, sino que ustedes logran vestir de fiesta a todo el poblado.
Ustedes
saben celebrar cantando y danzando «la paternidad, la providencia, la presencia
amorosa y constante de Dios. Y así llegan a engendrar actitudes interiores que
raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa
religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego,
aceptación de los demás, devoción».[1]
Cobran
vida las palabras del profeta Isaías: «Entonces el desierto será un vergel y el
vergel parecerá un bosque» (32,15). Esta tierra, abrazada por el desierto más
seco del mundo, logra vestirse de fiesta. Y en este clima de fiesta, el
Evangelio nos presenta la acción de María para que la alegría prevalezca. Ella
está atenta a todo lo que pasa a su alrededor y, como buena Madre, no se queda
quieta y así logra darse cuenta de que en la fiesta, en la alegría compartida,
algo estaba pasando: había algo que estaba por «aguar» la fiesta.
Y
acercándose a su Hijo, las únicas palabras que le escuchamos decir: «no tienen
vino» (Jn 2,3). Y así María anda por nuestros poblados, calles, plazas, casas,
hospitales. María es la Virgen de la Tirana; la Virgen Ayquina en Calama; la
Virgen de las Peñas en Arica, que anda por todos nuestros entuertos familiares,
esos que parecen ahogarnos el corazón para acercarse al oído de Jesús y
decirle: mira, «no tienen vino».
Y
luego no se queda callada, se acerca a los que servían en la fiesta y les dice:
«Hagan todo lo que Él les diga» (Jn 2,5). María, mujer de pocas palabras, pero
bien concretas, también se acerca a cada uno de nosotros a decirnos tan solo:
«Hagan todo lo que Él les diga».
Y
de este modo se desata el primer milagro de Jesús: hacer sentir a sus amigos
que ellos también son parte del milagro. Porque Cristo «vino a este mundo no
para hacer una obra solo, sino con nosotros, el milagro lo hace con nosotros,
con todos nosotros, para ser la cabeza de un cuerpo cuyas células vivas somos
nosotros, libres y activas, así hace el milagro Jesús con nosotros».[2]
El
milagro comienza cuando los servidores acercan los barriles con agua que
estaban destinados a la purificación. Así también cada uno de nosotros puede
comenzar el milagro, es más, cada uno de nosotros está invitado a ser parte del
milagro para otros. Hermanos, Iquique es tierra de sueños —eso significa el
nombre en aymara—; tierra que ha sabido albergar a gente de distintos pueblos y
culturas, gente que han tenido que dejar a los suyos, marcharse. Una marcha
siempre basada en la esperanza por obtener una vida mejor, pero sabemos que va
siempre acompañada de mochilas cargadas con miedo e incertidumbre por lo que
vendrá.
Iquique
es una zona de inmigrantes que nos recuerda la grandeza de hombres y mujeres;
de familias enteras que, ante la adversidad, no se dan por vencidas y se abren
paso buscando vida. Ellos —especialmente los que tienen que dejar su tierra
porque no encuentran lo mínimo necesario para vivir— son imagen de la Sagrada
Familia que tuvo que atravesar desiertos para poder seguir con vida.
Esta
tierra es tierra de sueños, pero busquemos que siga también siendo tierra de
hospitalidad. Hospitalidad festiva, porque sabemos bien que no hay alegría
cristiana cuando se cierran puertas; no hay alegría cristiana cuando se les
hace sentir a los demás que sobran o que entre nosotros no tienen lugar (cf. Lc
16,19-31).
Como
María en Caná, busquemos aprender a estar atentos en nuestras plazas y
poblados, y reconocer a aquellos que tienen la vida «aguada»; que han perdido
—o les han robado— las razones para celebrar, los tristes de corazón. Y no
tengamos miedo de alzar nuestras voces para decir: «no tienen vino».
El
clamor del pueblo de Dios, el clamor del pobre, que tiene forma de oración y
ensancha el corazón y nos enseña a estar atentos. Estemos atentos a todas las situaciones
de injusticia y a las nuevas formas de explotación que exponen a tantos
hermanos a perder la alegría de la fiesta. Estemos atentos frente a la
precarización del trabajo que destruye vidas y hogares. Estemos atentos a los
que se aprovechan de la irregularidad de muchos migrantes porque no conocen el
idioma o no tienen sus papeles en «regla». Estemos atentos a la falta de techo,
tierra y trabajo de tantas familias. Y como María digamos: no tienen vino,
Señor.
Como
los servidores de la fiesta aportemos lo que tengamos, por poco que parezca. Al
igual que ellos, no tengamos miedo a «dar una mano», y que nuestra solidaridad
y nuestro compromiso con la justicia sean parte del baile o la canción que hoy
podamos entonarle a nuestro Señor.
Aprovechemos
también a aprender y a dejarnos impregnar por los valores, la sabiduría y la fe
que los inmigrantes traen consigo. Sin cerrarnos a esas «tinajas» llenas de
sabiduría e historia que traen quienes siguen arribando a estas tierras. No nos
privemos de todo lo bueno que tienen para aportar.
Y
después dejemos que Jesús termine el milagro, transformando nuestras
comunidades y nuestros corazones en signo vivo de su presencia, que es alegre y
festiva porque hemos experimentado que Dios-está-con-nosotros, porque hemos aprendido
a hospedarlo en medio de nuestro.
Alegría
y fiesta contagiosa que nos lleva a no dejar a nadie fuera del anuncio de esta
Buena Nueva. Y a transmitirle todo lo que hay de nuestra cultura originaria
para enriquecerlos también con lo nuestro, con nuestras tradiciones, con
nuestra sabiduría ancestrales, para que el que viene encuentre sabiduría y de
sabiduría, eso es fiesta, eso es agua convertida en vino. Eso es milagro que
hace Jesús.
Que
María, bajo las distintas advocaciones de esta bendecida tierra del norte, siga
susurrando al oído de su Hijo Jesús: «no tienen vino», y en nosotros sigan
haciéndose carne sus palabras: «hagan todo lo que Él les diga».
Despedida
pastoral del santo padre a: chile
Oremos:
Padre eterno, al concluir la visita Pastoral
del Santo Padre Francisco,
a Chile.
Te damos gracias junto a tu Hijo el Señor Cristo Jesús, el Espíritu Santo;
y nuestra Madre; Virgen Santísima.
Todo su rebaño, ora para que el esfuerzo físico
y fortaleza de nuestro Pastor de los
frutos de unidad y paz tan deseados por él, para la región, el continente y el
mundo entero.
Que sus Palabras y oraciones hayan sido
recibidas en el Reino : lo cubran de fortaleza, amor y luz.
Amén
Perla
No hay comentarios:
Publicar un comentario